Un dragón en las manos
Encuentro con el secreto, escurridizo y muy amenazado tritón del Montseny
En mis manos, la pequeña criatura oscura se retorcía para luego quedarse quieta mirándome con sus ojos negros ribeteados de bronce. La luz de la linterna de cabeza se derramaba sobre ella horadando las feéricas tinieblas del bosque y el arroyo alrededor y descubriendo en el flanco del animal un salpicado de plata. Parecía un pequeño dragón y no pude dejar de pensar, tragando saliva, en los de Juego de tronos, de cráneos de ónice y colmillos como dagas de diamante negro. En mi fuero interno bauticé a mi prisionero como Drogon, el dragón de Daenerys Targaryen, del que se cuenta que era la reencarnación del poderoso Balerion, el terror negro... Alguien carraspeó impaciente a mi espalda. Era el herpetólogo (estudioso de los reptiles y anfibios) Fèlix Amat, del Museo de Ciencias Naturales de Granollers, que no estaba para poesía. Se ve que yo ya había tocado bastante al bicho, su protegido. Intenté pasárselo (él llevaba guantes de laboratorio) pero el animal no se me soltaba de la mano. Había segregado algo, estaba pegajoso y desprendía un olor penetrante muy característico, como a cola o pegamento industrial. “Parece un mecanismo de defensa, aún no sabemos si es tóxico”, explicó el biólogo dirigiéndome una sonrisa malévola. Amat, un tipo peculiar, incluso para ser herpetólogo –es la única persona que conozco a la que ha mordido una serpiente venenosa dos veces-, es el descubridor (con el biólogo Salvador Carranza), de la criaturita por la que habíamos montado la expedición nocturna que nos había llevado hasta esa escarpada torrentera a mil metros de altura en las montañas: el muy secreto, escurridizo, escaso y extremadamente amenazado tritón del Montseny (Calotriton arnoldi).
La aventura se había iniciado semanas antes, cuando Toni Álvarez y Oleguer Plana, guardas forestales del Parque Natural del Montseny y buenos amigos, me hablaron de la fabulosa criatura, un tipo de tritón endémico de unos parajes muy concretos y reducidos del macizo y cuya existencia dieron a conocer al mundo Carranza y Amat en 2005 . “Tienes que verlo”, se empeñó Álvarez, “y a Fèlix”, añadió.
Parece ser que hay traficantes de especies raras que le han echado el ojo al tritón del Montseny y ya se han detectado furtivos en las torrenteras.
El tritón del Montseny (lo de Calotriton viene del griego, kalos, bello, y Tritón, el nombre del hijo acuático y trompetero de Poseidón, y lo de arnoldi en homenaje al ictiólogo Johann Pane Arnold) es un anfibio de la misma familia de las salamandras y estrechamente relacionado (aunque no se cruza) con el mucho más común tritón pirenaico (Calotriton asper) del que difícilmente lo distinguiríamos usted y yo sin algunas lecciones previas, y eso suponiendo que fuéramos capaces de distinguir un tritón pirenaico. Yo he de reconocer que pese a haberme fijado mucho no he visto nunca un tritón de ninguna clase en el Montseny (también hay el palmeado y el jaspeado), y eso que veraneo en Viladrau desde hace más de cuarenta años, lo que dice mucho de lo discreto y esquivo del género y de mi habilidad de observador. En cambio conozco bien las salamandras e incluso una vez le hice una cesárea a una.
Gracias al empeño de los guardas y a la buena voluntad de las autoridades del parque me encontré un día en la Masia Mariona, Can Patxot, su sede administrativa, ubicada en Mosqueroles (Fogars de Monclús), al pie del Montseny Allí, sospechoso por mi inveterado entusiasmo, fui sometido por el biólogo y técnico de parques naturales de la Diputación de Barcelona Daniel Guinart y por Fèlix Amat a escrutinio e interrogatorio previos a la cita con el tritón. Fue un auténtico tercer grado. En realidad, toda prevención es poca tratándose no solo de mí sino del tritón del Montseny, especie que se encuentra en "peligro crítico” de extinción debido a su pertinaz localismo y su escasísima capacidad de adaptarse a cambios de cualquier tipo. La especie podría tener el dudoso honor de ser la que existió menos tiempo después de haber sido descubierta.
Afortunadamente, el exclusivo y elusivo anfibio es el sujeto de un ambicioso proyecto a cuatro años (iniciado el pasado octubre) y dotado con 3 millones de euros, el Life Tritó Montseny, que trata de garantizar la supervivencia del animal (como se hace con el lince o el oso gris), para lo que es imprescindible preservar su hábitat. Porque el caprichoso bicho, me informaron Guinart y Amat, vive solo en torrentes de fuerte pendiente, con aguas muy frías y oxigenadas, situados entre 600 y 1.200 metros de altitud y si puede ser en medio de hayedos. “Es un espacio muy concreto y reducido, menos de 10 kilómetros cuadrados, y si pasa algo ahí, se acabó el tritón del Montseny”, recalcaron mirándome como si fuera culpa mía. Se estima que en los dos puntos en que reside (siete torrentes en dos áreas), la población total de nuestro tritón no pasa de 1.500 individuos adultos. Se está experimentando con la cría en cautividad y la reintroducción.
Una vez advertido y adoctrinado (y supongo que tras ver que no suponía una amenaza directa contra el tritón) partimos en todo terreno en busca de la legendaria criatura. No me hicieron firmar un contrato de confidencialidad pero casi: me tuve que comprometer a no revelar jamás dónde está el bicho. A cambio no me vendaron los ojos. Me pareció un buen presagio ver un chotacabras. Ya había anochecido: el esquivo tritón solo sale de noche, el tío. Dimos varias vueltas por carreteras secundarias, no tanto para despistarme a mí como a nuestros posibles seguidores. No es broma: parece ser que hay traficantes de especies raras (un negocio muy lucrativo) que le han echado el ojo al tritón del Montseny y ya se han detectado furtivos en las torrenteras.
Amat, un tipo peculiar, incluso para ser herpetólogo, es la única persona que conozco a la que ha mordido una serpiente venenosa dos veces
Traté de impresionar a Amat relatando algunas aventuras de aficionado naturalista y la vez que vi un gallipato (que recibe en catalán el impresionante nombre de ofegabous, porque se cree que si se lo traga una res bebiendo agua se asfixia con las costillas protuberantes del extraño anfibio). Pero el herpetólogo se mostraba reservado y distante, como si yo pretendiera entrar en un convento de clausura y beneficiarme a un par de novicias. Intenté ganarme su confianza preguntándole por sus cosas. Empezó con las ranas. Le han mordido dos víboras, una en Andorra y otra en Sant Hilari, mientras las manipulaba; una tercera vez sería muy peligroso.
Era noche cerrada en la montaña. Estábamos a mucha altura. Descendimos del todoterreno en una pista remota. Nos equipamos, yo a mí manera compulsiva, como si fuera el coronel Fawcett en busca de una ciudad perdida. Amat me roció las botas con un producto para evitar infectar a los tritones. Pareció sopesar si echarme un poco en los ojos. Nos adentramos por una empinada senda y empezamos a descender. Toni y Oleguer iban abriendo camino con machetes. Parecía que estábamos en la selva amazónica. Nubes de insectos nos asediaban atraídos por nuestras linternas frontales. Se oyó un ruido sordo: era yo que me había caído. El herpetólogo chasqueó la lengua. Acometimos un barranco. Toni me había recomendado llevar guantes para aferrarme a las ramas. Aun así, perdí la sujeción y bajé como por un tobogán entre la maleza hasta dar con los pies en el agua con un sonoro “¡chof!”. Los demás llegaron poco después. Levanté la bota, bajo la mirada severa de Amat, temiendo ver en la suela un tritón aplastado.
Empezamos la búsqueda, siguiendo el torrente. El herpetólogo me había advertido de que podíamos ver de uno a cinco ejemplares pero que no sería raro no ver ninguno. Con la cara pegada a las rocas y al agua le pregunté si nos podría salir alguna víbora y darnos un disgusto, sobre todo a él. Lo descartó, porque esa altura no les gusta a las víboras. Toma, ni a mí. Vimos cantidad de larvas de salamandra, pero como estábamos a tritones, pues no les prestamos mayor atención. Los tritones se las comen. El tritón del Montseny, a diferencia de las salamandras y otros tritones, no tiene fase terrestre, es siempre acuático. Tampoco presentan cresta los machos como sus congéneres más conspicuos. No es ovovivíparo, sino que pone huevos.
Casi a medianoche encontramos uno. Lo localizó Amat. Un adulto joven aún no sexualmente activo, dijo tras escudriñarle la cloaca (no me dejó mirar). Lo tomé de su mano casi sin pensar. Fue un momento de una intensidad indescriptible. Ahí estábamos el tritón del Montseny y yo, frente a frente. Qué maravilla. Lo hubiera besado, pero los ojos fríos, no del tritón sino del herpetólogo, contuvieron mi entusiasmo. Cuando al fin lo recuperó de mis manos con algo parecido a los celos lo depositó cuidadosamente en el agua bajo una roca. No encontramos ninguno más. Regresamos por donde habíamos venido, lo que era fácil porque entre los machetes y mis caídas la ruta estaba más transitable. Salimos del bosque y alzando la cabeza hacia al cielo purísimo, moteado por miríadas de estrellas, localicé la constelación del Dragón, enroscada entre las osas, y le encomendé silenciosamente el cuidado de nuestro pequeño y frágil amigo.
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