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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Por fin, la solución

Aznar dicta al PP catalán, el PSC y Ciutadans el rumbo a seguir: un frente nacionalista español que extirpe de Cataluña la mala semilla del nacionalismo

José María Aznar y su esposa, Ana Botella.
José María Aznar y su esposa, Ana Botella.J. C. Hidalgo (efe)

Todo un vasto sector de la opinión pública catalana –no sólo gran parte de los independentistas, sino también muchos partidarios de la “tercera vía” e incluso algunos unionistas– lleva casi cinco años deplorando y denunciando que, ante los planteamientos del soberanismo, el Madrid del poder no ofrecía ninguna respuesta propositiva; que el presidente Rajoy se limitaba a ejercer de don Tancredo, sin esbozar iniciativa alguna.

Desde el pasado fin de semana, este discurso ha dejado de tener fundamento. Don Tancredo sigue ahí, inmóvil en su pedestal. Pero quien le precedió en el liderazgo y le designó sucesor, José María Aznar, se ha vestido de luces y ha saltado a la arena estoque en ristre, marchando de cara al toro. Lo hizo el viernes 30 de junio, con el discurso de clausura del Curso de Verano FAES 2017, que se había desarrollado durante los días previos en El Escorial.

La jugosa intervención del héroe de las Azores y reconquistador de Peregil estuvo dedicada, en sus primeros minutos, a hablar de Europa, de las debilidades y los retos del proyecto europeo. Siempre desde la perspectiva nacionalista que le es propia: el acento en la “defensa eficaz de los intereses nacionales” de España, el rechazo de unos Estados Unidos de Europa (“Europa no es un sujeto nacional, ni lo va a ser”, “los Estados no pueden delegar sus responsabilidades en Bruselas, como si ellos a su vez fueran simples delegados de las decisiones de un ente lejano y anónimo”), etcétera.

Sin embargo, tras unas descalificaciones generales contra “el populismo y el nacionalismo”, el núcleo duro de la homilía del expresidente quedó consagrado al “desafío independentista catalán”. Y no hace falta un máster en aznarología para percibir el tono amenazador de sus palabras: “quien da una patada al tablero no puede pedir que el juego continúe. Quien utiliza el órdago como forma de conducirse en política, no puede reprochar que el órdago se acepte y, con todas las cartas en la mano, quien lo da, lo pierda”.

Más claro: “si el independentismo crea una situación irreductible -y en eso está”, para hacer “frente a los que han decretado ilegítimamente un estado de excepción en Cataluña”, Aznar propugna con ligeros circunloquios la suspensión de la autonomía y los estados de alarma, excepción o sitio contemplados por la Constitución.

Quizá para compensar esta dureza, algunos exégetas amables han añadido que “Aznar también invita a Rajoy a hacer política”. Sí, pero ¿qué clase de política? Según el presidente de FAES, “hacer buena política en Cataluña significa sentar bases de entendimiento y sumar voluntades para articular una alternativa amplia al nacionalismo, (...) que saque a Cataluña de la trampa en la que el nacionalismo la ha arrastrado”. Se trata de “trabajar democráticamente y en serio para que los desleales [independentistas] no sigan gobernando”.

Quedan pues avisados los dirigentes y los militantes del PPC, de Ciutadans y del PSC: ya pueden archivar unos su pugna por el espacio españolista tradicional y otros su “no es no”; ya pueden olvidarse de las diferencias que les separan en cuestiones de modelo económico, de políticas sociales o de moral y costumbres. Con la autoridad natural de la que él mismo se vanagloria (“Permítanme que les diga que cuando hablo de alternativa al nacionalismo, de aplicación de la ley en medio de muchas voces escandalizadas (...), sé de lo que hablo”), José María Aznar López les dicta el rumbo a seguir: un frente nacionalista español que extirpe de Cataluña la mala semilla del nacionalismo.

Es verdad que ninguna encuesta da a un eventual tripartito PP-C’s-PSC la mayoría necesaria para gobernar, como lo es que incorporar al bloque aznariano a Catalunya en Comú parece bastante difícil. En cuyo caso sólo quedaría una solución; aquella en la que seguramente piensa Aznar cuando dice “sé de lo que hablo”; la que él mismo aplicó al País Vasco mediante la ley de Partidos de 2002 y que, a medio plazo, haría posible el gobierno “constitucionalista” de Patxi López entre 2009 y 2012: la ilegalización del independentismo catalán (CUP, ERC y PDECat) o al menos de una parte de él. Nada en la lectura del discurso de Aznar del pasado viernes permite excluir semejante hipótesis; al contrario.

¿Que Aznar ya no representa a nadie? Bueno, simultáneamente el Ayuntamiento de Jaén (Vox y PP) reclamaba la suspensión de la autonomía catalana.

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