¿Para qué ha servido el proceso?
Si tuviera que quedarme con algo, diría que todos estos años han mostrado, y de qué manera, el miedo que se le tiene a la lengua y a la cultura catalanas
Si las previsiones son las que barajan Junts pel Sí y la CUP —y puede pasar de todo y todo incluye poco— el uno de octubre iremos a votar. La experiencia del 9-N demostró que es posible y, a partir de aquí podremos saber si llegado el momento de la verdad, el momento en que podamos ingresar los impuestos en una agencia tributaria propia, todo estará a punto. ¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente en forma de república? ¿Sí? Ingrese aquí sus impuestos.
Pero el mientras tanto también sirve, y algo que esperábamos que sucediese ha ido también pasando. Poco a poco y de manera incompleta, ha servido para limpiar de corrupción Convergència, para habituar al poder a Esquerra y para civilizar a la CUP. Las nuevas generaciones del PDeCAT solo sobrevivirán si son capaces de cortar de raíz cualquier sospecha de nuevos Palau. Pueden hacerlo con una voladura controlada, pero al final, por controlada que sea, la carga deberá ser de profundidad. Justo al revés, la mayoría de cambios en Esquerra tienen que ver con la falta de continuidad en instituciones, lo que uno de sus dirigentes me describía con el síndrome del traje: muchos cargos electos de Esquerra compran su primer traje a la mañana siguiente de ser elegidos. Por su parte, la CUP de hoy parece tener poco que ver con la de hace dos años: ha entendido al fin que muchas de sus éticas, puras e inquisitoriales decisiones pueden acabar en desastres que nos repartimos todos. Siete años nos han enseñado que el independentismo no es ningún dechado de virtudes. Pasa que estos siete años nos han servido para ver que lo otro es mucho peor.
La pregunta que titula el artículo da mucho más de sí, da para preguntarnos qué ha estado haciendo ese sector que en Cataluña se ha pasado todos estos años regañando al independentismo. Moderados y pactistas no han hecho nada a parte de lloriquear o indignarse. El PSC dice que no puede hacer nada por el inmovilismo del PP, dando la razón al independentismo, y los comunes quieren reformar España de la mano de un PSOE que se desmiente a sí mismo por la anterior. El caso paradigmático, puro aspaviento y servilismo, lo tienen en la élite empresarial catalana, esa cosa. Siete años de lamentos por el proceso, ni una queja por el proyecto Castor. Nada mejor que ver el papel de Foment para darse cuenta de que ser rico no quita la vocación de sirvienta.
El proceso también ha servido para ver lo envejecida que se ha quedado la política española, para visualizar sus miedos. Desde el etnicismo táctico del Iglesias más cutre apelando a los orígenes de la gente de Cornellà hasta el autoritarismo de Alfonso Guerra que pide el 155 de la Constitución, pero ya.
Hemos visto un Estado tan potente como chapucero puede organizar una Operación Cataluña el último capítulo de la cual consiste en impedir que se contraten más Mossos, no vaya a ser que sus infiltrados sindicales no salgan elegidos.
Con todo, si tuviera que quedarme con algo, diría que todos estos años han mostrado, y de qué manera, el miedo que se le tiene a la lengua y a la cultura catalanas. Ha sido un no parar de muestras de desprecio, otra forma de miedo, que se podían resumir en el uso de la palabra prusés por parte de muchos políticos y articulistas de todo signo. Algunos de ellos muy críticos con el PP en cuestiones sociales o con el machismo de Rafael Hernando, pero absolutamente iguales a él cuando finge no saber cómo pronunciar el apellido de Ximo Puig. Dicen prusés igual que Hernando dice Pui para referirse a Puig. Lo curioso es que muchos de ellos lo hacen desde Barcelona, esperando que les acaricien el lomo desde Madrid. Se le llama racismo cultural y está protegido por una constitución de usos y costumbres, de permisividad, de una supremacía y de una hegemonía que se han ido describiendo a sí mismas durante los últimos años. Se puede estar a favor de acoger refugiados, se puede ser muy feminista e incluso estar a favor del reconocimiento del Tíbet, pero la forma como se relamen cuando teclean o dicen prusés les delata. Son los Hernando revolucionarios. De gente así, que se autoridiculiza para hacer ver que no sabe pronunciar Puig, de gente que repite cada día prusés, ¿qué podemos esperar?
Siete años sirven también para saber que no podemos esperar nada.
Francesc Serés es escritor.
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