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Trap, techno y bocata de cochinillo a 30 grados

El festival arranca mostrando de nuevo su inagotable capacidad de fascinación

Jacinto Antón
Imagen del Sónar Village el jueves
Imagen del Sónar Village el juevesMassimiliano Minocri

Sigue siendo el lugar donde tienes que estar. Te lo vuelves a decir como una Karen Blixen renovada (y un poco más vieja) al acceder, otro año más, al amplio espacio alfombrado de césped artificial del Village, la gran sabana musical del Sónar, con su variedad de especies. La nostalgia se pasa enseguida con las poderosas vaharadas de sonido que llegan desde el escenario y el aldabonazo del sol que cae a plomo poniendo a prueba entusiasmos y voluntades. Me adelanta un tipo untándose protección solar como si fuera a la piscina. Uno de los iconos del festival es este año una sierra redonda dentada: excelente metáfora del efecto del astro rey.

Son las tres del mediodía y el público se refugia en las zonas de sombra aferrado a sus vasos de cerveza como si le fuera la vida en ello. No faltan sin embargo algunos valientes que se balancean de manera minimalista ante BFlecha, que tiene los arrestos incluso de saltar en el escenario. Aunque para arrestos los del individuo tatuado hasta el codillo que se está zampando un bocata de cochinillo (7,5 euros), especialidad en uno de los food truck que también ofrecen tiramisú casero (4 euros). El calor desaforado, el omnipresente olor a porro y el aroma a cochinillo asado, mezclado con la banda sonora de Rumore y Bawrut componen un cóctel que desafía la cordura. Pero para eso estamos aquí, para experimentar los límites de la realidad e ir más allá.

Es difícil describir la heterodoxia de las vestimentas, por ejemplo. Desde la indumentaria práctica que se esencializa (en ellos) en calzón corto y torso desnudo, o el vestido vaporoso (ellas) hasta la túnica estampada con motivos masónicos, que ya es pieza rara o la camiseta del veterano que reza “Banys Gálvez, especialidad en fideuá” . Este año crees que has acertado con lo que te has puesto hasta que oyes susurrar al lado a uno que baila como si se acuchillara: “Ese es de la pasma, seguro”. Ya me parecía raro que nadie me pasara el porro.

Sobrevuelan el Village unas gaviotas que paracen haberle cogido gusto al techno. Me he comprado un cucurucho de vainilla en la Xixuneta preguntándome si no será una alusión velada a la vulva digital de Björk y apenas he dado dos lenguetazos y ya se me ha derretido.

En el SónarPlanta reina un ambiente de Encuentros en la Tercera fase pero se está fresquito. Parte del público manipula unas bolas luminosas entre haces de luces mientras los demás miramos. En el Sónar + D se pueden experimentar otras cosas fabulosas como el Láser Room en el que un letrero advierte ”project uses frog machine, don't panic”. Otra caseta anuncia “See by your ears”.

Entre las novedades este año, la caseta de vinos en la que puedes tomarte un verdejo en copa de cristal (3,5 e), y que ya no puedes reponer tu mochila Sónar de años anteriores: Adidas ha dejado paso a Tezenis en el merchandising y solo hay el modelo nuevo. Eso sí la firma también regala un “kit festival” que incluye tatuajes.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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