La venganza del Estado
Mejor una derrota en toda regla que una rendición siempre prematura es la consigna cuando el Procés se acerca el desenlace
El Estado se vengará, ha dicho Puigdemont. En mitad de la repetición y del tedio, destaca la novedad de este argumento esgrimido por el voluntarioso presidente de la Generalitat, juramentado para hacer todo lo que humanamente esté de su mano hasta conseguir que se haga realidad el derecho a decidir en forma de un referéndum sobre la independencia de Cataluña. No se había escuchado todavía una frase como esta, aunque se desprenda sin dificultad alguna de la retórica utilizada anteriormente, especialmente por su predecesor, Artur Mas, sobre el Estado enemigo, al que hubo que engañar con astucias para llevar a los ciudadanos a las urnas el 9N.
La funcionalidad del argumento es bien clara. Con el Estado vengativo no es hora de echarse para atrás ni de buscar componendas. Que nadie flaquee en su ánimo ni traicione los ideales defendidos hasta ahora con tanta intransigencia. La venganza ya está en marcha porque nadie va a perdonar las victorias conseguidas, por circunstanciales que parezcan.
En la perspectiva de los cinco años de Procés, tiene todo su sentido. Se le declaró Estado enemigo. Se le humilló y engañó en la consulta del 9N, un proceso participativo de cara a la galería legal pero auténtico intento de referéndum de autodeterminación en el que el independentismo pudo demostrar su resolución e incluso su fuerza. En los momentos más encendidos, trasladados a la escena mediática y diplomática internacional, sus dirigentes le han declarado Estado fallido, Estado de democracia defectuosa o Estado autocrático, vigilado incluso por la fuerza militar como Turquía.
Toda esta denigración del Estado español declina las formas de una opresión que contrasta con una realidad que se despliega como un mar en calma y sin peligros en el horizonte. Hay que sobrecargarla con gran voluntarismo e imaginación para observar sobrevuelos de aviones militares, tanques que bajan por la Diagonal, maniobras militares en momentos cruciales o millares de espías y agentes provocadores infiltrados en las organizaciones independentistas. La fuerza del deseo es extraordinaria, como han podido comprobar los independentistas en los últimos cinco años, pero no alcanza hasta transformar los propósitos del adversario; a menos que la invocación de deseos no se conviertan en provocación de acciones violentas, como algunas de las cabezas más calientes e irresponsable de la CUP parecen barruntar.
La declaración de Puigdemont es el toque de corneta que precede a la fase previa a la derrota. Cuando todo parece perdido, prende en la parte más débil de la tropa e incluso de la oficialidad, la tentación de una rendición que el general se esfuerza por presentar como prematura o en todo caso tan peligrosa como la derrota misma. Se equivocará, les dice, quien ahora se entregue creyendo que salvará la piel, porque la venganza ya ha empezado a caer sobre los vencidos antes de que todo concluya. Ya es tarde para que los desertores sean bien recibidos por el enemigo. Quien ahora se rinda correrá la misma suerte que quien resista hasta el último minuto. Cuando todo está jugado, y este es ahora el caso, la dignidad exige continuar hasta el final aunque sepamos que la derrota es cierta. Referéndum o referéndum significa que es mejor caer vencidos que rendidos.
Dicho en otras palabras: el mito de Masada ya está cerca. Recuerden, sí, la guerra entre judíos y romanos, años 70 después de Cristo, narrada por Flavio Josefo. En el último episodio antes de la derrota final, empieza a resquebrajarse la moral entre quienes llevan las de perder. Es el momento de la resistencia numantina (Masada es la Numancia judía), en la que los más radicales se encierran con sus familias en la fortaleza del desierto de Judea. Perecerán de su propia mano, guerreros y familias, antes que caer vivos en manos de los romanos.
La venganza del Estado enemigo, Masada, el suicidio colectivo, son las piezas truculentas del puzle narrativo que nos acompaña estos días, en los que se encara la recta final en la que el Procés se dará de bruces definitivamente con la realidad. Son las imágenes proyectadas de un teatro de sombras en los que España y Estado, Gobierno y Madrid, PP y Rajoy, parte del PSOE y C's se mezclan en un sujeto dañino opuesto a Cataluña, soberanía, independencia, democracia, como un personaje exterior (ellos) y otro interior (nosotros) enfrentados en un relato polarizado y absurdo incapaz de encontrar un desenlace coherente y razonable. Quizás ha servido hasta ahora para entretener a los niños, pero a estas alturas solo produce cansancio y fastidio.
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