Carlos del Amor: “El arte es el gran procurador de recuerdos”
El periodista de RTVE reflexiona en su última novela sobre la importancia de la memoria en la construcción de nuestro yo
¿Ahora mismo está leyendo? Apuesto a que, sin dudar un instante, respondería sí. ¿Seguro? Imagine dudar ante algo tan obvio y simple. Se llama Confabulación, una patología que da título al último libro de Carlos del Amor (Murcia, 1974), periodista del área de Cultura en los Servicios Informativos de RTVE. En las primeras líneas, una escena de acción. Trepidante.
Un clima opresivo. Cinematográfico. Andrés se planta a primera hora de la mañana en casa de su amigo Juan, un tipo, según el protagonista, odioso. Tanto que a Andrés no le tiembla el pulso a la hora de asesinarlo a sangre fría. Diez o doce cuchilladas, un charco de sangre, una víctima... o dos. Solo estamos en el quinto párrafo. Necesitamos más.
Pregunta: Lo primero que hay que aclarar es que la enfermedad del protagonista, en torno a la que se articula toda la novela, no es inventada.
Respuesta: No, no. Es real. El síndrome de Korsakoff existe. Vulgarmente es conocido como confabulación. Me causó esa misma sensación cuando leí por primera vez en qué consistía. Me pareció tan alucinante que alguien tenga recuerdos de cosas que no ha vivido... Es muy literario.
P: Sin embargo, para el lector es complicado tener claro qué hay de verdad en lo que tú, mediante el protagonista, cuentas en cada línea.
R: Ya experimenté con este juego en El año sin verano. Ahora redoblo la apuesta de que el lector tenga la misma información que el protagonista y se plantee las mismas dudas. ¿Este beso es verdad? ¿Y esta bronca? Que vaya averiguándolo conforme avanza la novela e incluso le genere dudas el final.
P: Entonces, ¿qué es verdad?
R: Todo es verdad. Y lo que no es verdad es una mentira honesta. Andrés no miente nunca. Cuenta toda su verdad. Es cierto que él, a lo largo de la novela, despeja algunos interrogantes de su pasado. El lector debe decidir cómo responder a otros.
P: Nos da algunas pistas a través de su propia historia, acudiendo a su madre. Pero luego está su amigo Juan, que aparece y desaparece en la primera página.
R: Juan es una realidad aunque parece una ficción. Es todo lo que él ha querido ser, la proyección del éxito, del tipo extrovertido, triunfador, del que llega a un sitio y solo con sonreír tiene todo a su disposición. Es la antítesis de Andrés, que es introvertido, gris, pero que tuvo un gran triunfo en su vida, llevarse a Alejandra, la chica más popular y deslumbrante del colegio.
El amor, en un congreso de mitocrítica
P: Ellos dos se enamoran en una escena tremenda: un congreso de mitocrítica, esa forma de analizar los textos buscando referentes míticos. Menuda fotografía.
R: Es un guiño. Que un editor, filólogo, y una traductora se encuentren en un lugar como este, donde uno no imagina a priori una asistencia masiva. Me hacía gracia que sucediera en esa aula enorme y medio vacía, con conferenciantes hablando y ellos dos mirándose, reencontrándose donde menos esperaban al amor.
P: Haces también referencias a Kerouac, Borges, Camus… y de repente, ¡Héroes del Silencio!
R: ¡Y Xoel López, que me encanta y nos prestó un trocito de canción para la novela! De alguna forma todo esto actualiza al personaje. Él ha leído a los grandes de la literatura pero escucha música actual. También es verdad que uno suele volcar sus filias en lo que escribe.
P: ¿Smart is the new sexy?
R: No, no, no va por ahí. Es una novela de recuerdos, sobre la memoria, poco más… O poco menos. Es una reflexión en torno al olvido que seremos y al saber mirar de dónde venimos.
P: Cuando Andrés recibe el diagnóstico del médico, fantasea por un momento con vivir una realidad paralela donde todo es perfecto. Sin embargo, al final sí consigue algo así.
R: Es que él, que es el tipo menos valiente, hace lo más valiente que se puede hacer hoy en día, que es parar y romper con lo que está viviendo. Pocas veces alguien, teniendo un trabajo estable y reconocido, una vida acomodada, es capaz de decir que no es feliz y cambiar su vida.
P: Andrés comienza a acudir a terapia y se forma un grupo curioso. ¿Reflejo de la sociedad?
R: Todos, casos reales. En el fondo, la afección que tiene Andrés, también sus compañeros de terapia, es una metáfora del mundo en que vivimos: vamos muy acelerados, no reflexionamos, no disfrutamos del ahora por pensar en el mañana.
P: Y de pronto se monta una especie de Snapchat que da un poco de miedo.
R: Si recuerdas Black Mirror, el episodio de Likes va un poco de esto. Esta red social es más extrema todavía. En Instagram tú decides qué compartes. Aquí no. Tú llevas una cámara y cualquiera tiene acceso a lo que haces en todo momento.
P: ¿Un recuerdo bonito?
R: Ahora que estamos aquí, siempre que llego a San Sebastián a cubrir el Zinemaldia. Esa primera apertura de ventana en el hotel Niza, ver La Concha. Siempre que vengo por aquí es una imagen que me atropella. También aquí, en Bilbao, cuando aparece de frente el Guggenheim recuerdo la primera vez, cómo me impactó arquitectónicamente. El arte es el gran procurador de recuerdos.
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