Alex Txikon: “Allí arriba no existe el mundo”
El montañero vasco vuelve a casa con la firme intención de intentar de nuevo el próximo invierno hollar el Everest
Diez kilos menos, músculos mermados, un moreno de esquiador en la piel, algunos problemas en los dedos de los pies y ante todo muchas ganas de volver a intentarlo. Es la mochila con la que Alex Txikon (Lemoa, Bizkaia, 1981) regresa de su primer intento de hollar el Everest en invierno sin oxígeno artificial. Una hazaña imposible con unas condiciones meteorológicas como las que este 2017 ha comenzado en el Himalaya. Frío extremo e insoportable viento que llevaban el termómetro a los 28 grados bajo cero en el interior de la tienda, a la sensación térmica de menos setenta fuera de ella. Con todo, su equipo se quedó a unos 800 metros de la cima.
Pregunta: ¿Qué tendría que haber sido diferente para poder volver con la cumbre?
Respuesta: Haber tenido un día, ¡solo uno! Porque hemos demostrado que es posible llegar al Campo 4, a 8.000 metros, en condiciones muy duras. Hemos tocado ese punto tres veces, pero es que la cumbre del Everest está a 8.850. Esos casi mil metros son lo que hacen diferente a esta montaña. En el Collado Sur hemos estado a 50 grados bajo cero y con un viento que nos impedía estar de pie. Entre seis éramos incapaces montar una tienda. Eso me ha pasado solo una vez en la vida. ¿Cómo vamos a intentar la cumbre en esas condiciones? Es que no bajas con vida. Y todos los días era así.
P: Hay dos momentos clave en la expedición. El primero, cuando llegas al Collado Sur y te encuentras rodeados de cadáveres. Una fotografía que da escalofríos.
R: Me impresionó mucho. Es un paisaje desolador, un collado con 40 o 50 tiendas abandonadas, habría un tráiler en botellas de oxígeno. En invierno allí no nieva, sopla mucho viento y está todo pelado, con que aflora todo lo que el resto del año oculta la nieve. Estábamos intentando montar las tiendas, se rompió una varilla y me acerqué a una de las tiendas a buscar material. Entré en una y, por la ropa, identifiqué que era un alpinista indio que falleció el año pasado. Después vi gas para derretir hielo y, cuando fui a cogerlo, me di un susto enorme. Otra persona muerta. Pero estás en unas condiciones tan malas que tiras hacia adelante, solo piensas en no acabar tú también así.
P: Y el segundo, cuando tienes que viajar a Katmandú porque al bajar al Campo Base te encuentras con todo desmantelado y sin los sherpas. A la vuelta trazas un plan de ascenso exprés, ¿con pensamientos de cumbre?
R: Sí, porque me veía con muchas más fuerzas y posibilidades que al principio. Y empezamos bien. En seis horas llegamos de CB a C2, a 6.400 metros. Calculaba otras 14 hasta C4, descansar unas horas y otras 8-12 a la cumbre. No soy especialista en ascensiones non-stop, pero como habíamos escalado mucho, subido y bajado varias veces, sabía que podíamos hacerlo. Pero se torcieron las cosas al llegar a C2. Salí yo solo, el resto del equipo tardó más, tuve que esperar… Y el viento me hizo darme cuenta ahí de que todas las opciones de cumbre se desvanecían.
P: ¿Qué más os podía haber pasado?
R: Estamos acostumbrados. Siempre surgen problemas en las expediciones, zancadillas. Son casi tres meses en Nepal, un país maravilloso pero a la vez muy corrupto. Tiene 17 millones de habitantes y hay cuatro culturas y religiones totalmente distintas: hinduistas, budistas, católicos, musulmanes, etc. En ese sentido es un ejemplo de país, pero en muchos otros es un caos de organización.
Volver en diciembre
P: Y pese a todo eso, seguro que tienes ganas ya de volver.
R: Sí, sí, he dejado todo hablado. Soy así de gamberro. No había vuelto y ya había hablado con todo el mundo, diseñado el equipo. Sabemos qué aspectos tenemos que mejorar.
P: ¿Tienes ya incluso fecha?
R: Me gustaría salir el 15 de diciembre si tengo los pies bien y estoy recuperado, porque me he quedado con la espinita de no haber podido salir de C4 para arriba. En las expediciones invernales se trata de intentarlo e intentarlo. Nos pasó en el Nanga Parbat. Este año hemos hecho un buen papel pero me habría gustado reconocer el terreno, saber de dónde es mejor que te dé el viento, ver cómo responde tu cuerpo, etc. Aun así estoy deseando enfrentarme de nuevo a este Everest. Tengo fuerzas para sentirlo y hacerlo.
P: Y eso que acabas de volver.
R: ¡Han sido 75 noches durmiendo encima del hielo! En el CB la vida es muy trabajosa y en mi caso además tenía la responsabilidad de liderar un equipo. A mí me gusta bajar rápido, pero recuerdo estar pendiente, esperando a que llegara el último, cuidando del equipo. Es que allí no existe el mundo más allá de los que estamos en la expedición. No puedes pensar en los de casa, tienes que controlar tu miedo, gestionarlo para que nunca llegue a ser pánico. Es muy importante la fuerza psicológica y todo este desgaste me ha pasado factura.
P: En medio de toda esa locura aparece Reinhold Messner. Palabras mayores en la montaña.
R: Desde 2012 tengo muy buena relación con él. Año a año nos vemos aquí o allá. Un día estuvimos viendo su película en el Campo Base, la del ascenso de 1978, y nos motivamos mucho. Yo dije, ¡voy a llamarle! Para nosotros fue todo un honor que nos visitara. Es como dedicarte al fútbol y que te visite Messi.
P: ¿Te duele que califiquen de fracaso no alcanzar la cumbre?
R: No. Cuando era un chaval me afectaba, pero a día de hoy no porque sé que mis piernas y mis pulmones han estado a la altura de esta expedición. Sí tengo la sensación de que me he equivocado, pero en siete años de expediciones invernales somos cuatro los que estamos una y otra vez intentando este tipo de retos.
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