“Llevar el velo no nos incapacita para hacer nuestro trabajo”
El debate del uso del hiyab en España se centra en escuelas y espacios públicos
“El velo no nos incapacita para hacer nuestro trabajo”, dice rotunda Wafae Moussaoui, de 24 años. En la actualidad, lo usa en su puesto como administrativa para una ONG musulmana en Cataluña. Pero antes ha tenido muchas experiencias negativas. Como cuando con 18 años optó a un puesto de dependienta para una panadería. “Me hicieron la entrevista por cortesía, y cuando me dijeron que para trabajar tendría que quitármelo, les dije que no podía, que para mí era como ir desnuda”, explica, y recuerda que la mujer le respondió que ellas habían luchado toda la vida para quitarse la falda.
Moussaoui, que forma parte del Centro Cultural Islámico catalán, cree que eso es un feminismo mal entendido y está disgustada con la sentencia del tribunal de Luxemburgo que respalda el veto del uso del velo en el trabajo. “Nuestra identidad religiosa es mucho más visible que otras”, señala, sobre los problemas que les acarrea.
Fatiha el Mouali también espera que el feminismo apoye a las mujeres que, como ella, acuden cada día al trabajo con el velo islámico. El Mouali lo hace en el Ayuntamiento de Granollers (Barcelona). “La esencia del feminismo es defender la libertad para decidir. Ya tengo 43 años, soy suficientemente madura y consciente de mis actos”, subraya El Mouali, que ejerce como portavoz de la plataforma Unidad contra el fascismo y racismo en Cataluña.
A su entender, la sentencia hace “que estas instituciones pierdan su credibilidad”. "Tanto hablar de frenar las violencias hacia la mujer, para mí esta sentencia es también una forma de violencia psicológica, simbólica y económica hacia las mujeres musulmanas", añade.
Takwa Rejeb tiene 22 años y también trabaja en una ONG en Valencia, de cara al público, con el hiyab. “No me parece correcto que se prohíba. Se supone que nos tienen que valorar por nuestras capacidades, no por si llevamos falda corta, pañuelo en la cabeza o el pelo de colores. Llevar el hiyab no altera el orden público”, lamenta. Y sigue: “La mujer debe vestir libremente y ser juzgada por lo que eres capaz de hacer. Las personas tienen que avanzar y romper con esas barreras. Soy la misma persona con pañuelo que sin pañuelo”.
En España, solo ha trascendido una sentencia sobre el uso del velo islámico en el trabajo. Una juez de Palma avaló el uso del hiyab de una empleada, Ana Saidi, que demandó a Acciona por sancionarla siete veces y suspenderla de empleo y sueldo por negarse a quitarse el velo en su puesto de atención al público en el aeropuerto de Son Sant Joan. La juez entendió que el pañuelo es una manifestación de la creencia religiosa de la trabajadora y la empresa “no mantiene ningún tipo de política de neutralidad religiosa”. También señaló que Acciona no concretó “perjuicio alguno” en su imagen por el uso del velo.
Tampoco la patronal CEOE tiene conocimiento de que haya una inquietud entre los empresarios españoles por el tema. “Cuesta mucho denunciarlo”, sostiene Moussaoui, en una explicación posible de esa inexistencia de litigios.
El debate hasta ahora en España ha estado centrado en la educación y los espacios públicos. Lleida fue una de las ciudades pioneras en prohibir el uso del velo islámico en los espacios públicos hace siete años. Tras ella, 17 municipios más acabaron sumándose a la pretensión de impedir que las mujeres, alegando en la mayor parte de los casos motivos de seguridad, pudiesen acceder a equipamientos municipales o incluso al autobús con un velo que les tapase la cara. Entre ellas, Barcelona o Tarragona, aunque solo seis localidades desarrollaron normativas.
Pero todo quedó en agua de borrajas cuando el Supremo sentenció que los ayuntamientos no tienen competencias para poder legislar sobre el uso de este tipo de prendas, que afecta al derecho fundamental de la libertad religiosa. Y añadió que no estaba justificado por qué el uso del velo integral supone una perturbación de la “tranquilidad pública”.
Después la Generalitat catalana intentó atacar el problema en 2014 con una ley que prohibiese el uso del burka y otras prendas que ocultasen el rostro en el espacio público. Pero no salió adelante. Tampoco prosperó una iniciativa del Senado impulsada por el PP en el mismo sentido en 2010.
“Es evidente que las mujeres con velo forman parte del escenario europeo. La sentencia es un intento de negar una realidad: hace muchos años que hay muchos musulmanes en nuestro continente”, se queja Jordi Moreras, profesor de Sociología en la Universitat Rovira i Virgili y experto en comunidades musulmanas. “Si una mujer quiere llevar hiyab o no solo puede ser decisión suya, no puede ser del estado, del ayuntamiento o del patrón. La decisión del tribunal europeo no responde a la necesidad del trabajo, sino al racismo, fomentando la islamofobia”, se suma David Karvala, de Unidad contra el fascismo.
En la parte educativa, tanto en Valencia como en el País Vasco han dictado circulares que recomiendan que no se vete el uso de la prenda en la escuela. Rejeb se quedó precisamente sin poder entrar en un instituto público de Valencia por negarse a quitarse el velo. La Consejería de Igualdad y Políticas Inclusivas de la Generalitat Valenciana elaboró entonces una instrucción -en vigor- sobre la atención y trato a la diversidad religiosa en los centros públicos que dependen de ella. Son recomendaciones en torno a cuestiones como la alimentación, los usos de tiempo y horarios de culto o la indumentaria y vestimenta.
El departamento autonómico de Educación, concernido en el caso de Rejeb, le permitió volver a las clases y anunció la elaboración de una normativa general sobre la forma de vestir en los centros escolares. "Personalmente, no me gustan los velos; pero las prohibiciones tajantes a veces consiguen el efecto contrario. Es un debate que no está cerrado", asegura la responsable de la Secretaria de la Dona de CC. OO. del País Valencià, Cándida Barroso. Hasta ahora, en su departamento no ha llegado un caso específico relacionado con el ámbito laboral.
Con información de Lucía Bohórquez y Pedro Gorospe.
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