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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El ‘seny’ y los refugiados

Algunos conservadores catalanes de antaño, desnaturalizados por su nueva ubicación política y acosados judicialmente, se ven impelidos a defender los migrantes que antes rechazaban

Francesc Valls

El sábado 18 de febrero un diputado, ahora del PDECat y antes de CiU, caminaba por Pau Claris hacia la multitudinaria manifestación a favor de los refugiados. A modo de toquilla, la bandera azul con el eslogan Casa nostra, casa vostra cubría su espalda. La imagen daba la medida del poder taumatúrgico del procés. Años antes hubiera resultado inimaginable que el dirigente de un partido entonces empeñado en una Cataluña con más Jordis que Mohameds llegara a protagonizar semejante composición buenista, algo que el paradigma pujolista reservaba a la izquierda ética, estética y profética.

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Radicalizarse a la velocidad de una partícula en un sincrotrón es una manera de responder a los profetas de calamidades. La situación política es tan paradójica que los separadores —con palabras, gestos y actitudes— trabajan a destajo por el independentismo. Y la derecha catalana, constreñida por su voluntad de mantenerse en el poder, solo debe contrastar la vetusta España presente con la virtuosa república catalana venidera.

El cambio de tercio lo facilita un PP que promociona fiscales adictos, dúctiles y maleables, capaz de guerras sucias para destituir sin rubor al que se interpone en su camino y que solo recurre a Montesquieu para aplaudir las sentencias exculpatorias para sus amigos. No es de extrañar que, de rondón, los antaño conservadores catalanes, desnaturalizados por su forzada nueva ubicación política y acosados judicialmente, se vean impelidos a participar en variopintas manifestaciones que cuestionan a ese Gobierno de España. Y los refugiados son un buen motivo: sólo se ha acogido a 1.034 de los 17.337 a que se había comprometido el Ejecutivo español.

El PDECat se ve obligado a pasar página de los valorados años del seny, aquellos en que Marta Ferrusola alertaba de un futuro con minaretes. “Tienen poca cosa, pero lo único que tienen son hijos (…) las ayudas son para esa gente que no saben qué es Cataluña. Solo saben decir 'dame de comer'. (…) mi marido está cansado de dar viviendas sociales a magrebíes y gente así”. Era el año 2001 y nadie en el partido —entonces federación— se atrevía a decir otra cosa. Jordi Pujol o Artur Mas, sin secundar literalmente las palabras de la primera dama, las entendían. Ella era la bendita voz de la calle.

Por esos años Heribert Barrera, entonces presidente de Esquerra Republicana, discrepaba abiertamente de su partido y, en línea con Ferrusola, hacía una defensa cerrada de la Ley de Extranjería. Incluso aseguraba que el reputado xenófobo Jörg Haider no era “racista” cuando decía que en Austria había demasiados extranjeros. Barrera había tomado la antorcha del Doctor Robert y se empeñaba en defender su visión de los africanos, a caballo entre el taxidermismo de los hermanos Verraux y la convicción de superioridad del teniente Churchill en la batalla de Omdurmán.

A finales de 2007, un video agitó las aguas preelectorales al advertir el entonces cabeza de lista Josep Antoni Duran Lleida de los peligros del “alud inmigratorio” referido por la precavida Ferrusola. La grabación subrayaba el caso de un padre magrebí que en San Lorenzo del Escorial había prohibido a su hija ir a clase de gimnasia. Joana Ortega, entonces directora de campaña de Duran, terció: “Lo que hace CiU es poner sobre la mesa un debate valiente y no ocultar la realidad como el PSC”. El eslogan electoral de la federación nacionalista avalaba esa carta de ruta. En los carteles, Duran, con cara grave, advertía de un incontrovertible principio físico: “aquí no hi cap tothom” (aquí no cabe todo el mundo).

Esa tesis la debía compartir por entonces su todavía compañero de partido Josep Maria Vila d'Abadal, primer presidente de la Asociación de Municipios por la Independencia (AMI) y a la sazón alcalde de Vic. Convertido ahora en un independentista tout court, Vila d'Abadal estaba dispuesto en 2010 a cooperar con las fuerzas de ocupación para denunciar a todos los inmigrantes en situación ilegal que pretendieran inscribirse en el padrón municipal. La medida tenía como objetivo condenar a los trabajadores extranjeros y a sus familias a no poder acceder a la sanidad y la educación.

El sustrato pesa mucho. Por eso tiene valor ver cómo algunos viejos convergentes —no todos— participan en manifestaciones a favor de los refugiados que huyen de la guerra. Dejando de lado el tacticismo que esta actitud pueda entrañar, no hay que quitarle al PP su parte de mérito: nunca un Gobierno democrático hizo tanto en tan poco tiempo para desprestigiar a las instituciones.

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