Vasitos de fruta cortada
Se quiere rescatar a La Boqueria de las fauces del turismo. Pero el problema es la Rambla, por la que pasan 78 millones de personas al año
Con buen criterio y pertinaz voluntad, el gobierno municipal intenta arrancar el mercado de La Boqueria de las fauces del turismo depredador. Aunque no estoy segura de que empezar por la fruta cortada sea eficaz. El problema de La Boqueria es que sale en las guías —un mercado fascinante, un mercado único—, y los turistas quieren esa foto y ese vago recuerdo de bullicio y olores. La fruta es la consecuencia: tan lleno de gente, tan obstruido, que los ciudadanos ya no compran y hay que poner género que pueda llevarse el turista. O sea que primero es el turista y después la fruta, aunque entiendo que la fruta es simbólica. Y también es una cuestión de dignidad: no nos sometemos a vuestras apetencias, La Boqueria es otra cosa. Ahora se proponen otras medidas, pero a lo mejor habría que empezar por la Rambla.
Esta arteria cordial de Barcelona tiene plan de transformación y ordenamiento escrito desde hace años, pero ahora mismo no está en marcha porque hay trámites burocráticos que sirven de excusa. Sorprende porque este Ayuntamiento es especialmente voraz cuando se trata de quedarse en tutela todos los espacios pendientes de la ciudad. Hacerlo todo y todo al mismo tiempo: la Boqueria y la Via Laietana, el Besòs y el Paral.lel, la Modelo y Can Batlló, la Marina y la Meridiana… uf.
No sé si habrá suficiente conocimiento y suficiente imaginación —las dos cosas— para solucionar todos los problemas urbanísticos de la ciudad, en todo caso habrá que esperar. Aunque la Rambla, que no está en la lista, tiene poca espera. Hablar de la Rambla es hablar de 78 millones de personas para arriba y para abajo cada año. Un capital turístico imbatible y fallido: es el punto de la ciudad que más decepciona al turista. “No hay para tanto”, refunfuñan. Un territorio a recuperar en la mejor acepción de la palabra.
Dejemos el debate de si quioscos o paradas y miremos la Rambla a vista de dron. En un extremo está la plaza de Catalunya, una plaza que no acaba de funcionar, desleída, aburrida, grandilocuente y estúpida. En el otro extremo, la Rambla se deshace en una secuencia estrictamente turística: Colón y la Rambla de Mar hacia el Maremágnum. Turística e incómoda, porque el Moll de la Fusta obliga a cruzar y cruzar calzadas. Mucha gente lo hace, pero es obvio que los circuitos de evacuación de la Rambla no acaban de funcionar correctamente, cosa que induce a los turistas a llegar a la punta y volver atrás. Si la mitad de los ramblistas retornara por otro camino, ya tendríamos una mitad menos de tránsito.
La ciudad hay que pensarla tal como funciona. No tiene sentido esperar que los vecinos del Raval “ocupen” la Rambla, ni siquiera que la crucen, porque los vecinos del Raval se quedan en el Raval. Los que deambulan son los turistas, que picotean aquí o allá. Y es obvio que los barceloneses necesitan otra oferta flanqueando la Rambla, que sólo puede ser cultural, un Passeig de la Cultura, una Setmana de la Cultura, lo que sea, ya lo he comentado en otra ocasión.
Lo que intento establecer es la necesidad de rehacer las puntas de la Rambla. Hace falta un Moll de la Fusta vivo, potente, donde instalar, digo yo, caricaturistas y estatuas, como si fuera el South Sea Port de Nueva York —allá donde los horteras comen ostras con ketchup—; que lleve a los turistas más allá, hacia la Barceloneta, estableciendo circuitos nuevos y más largos, drenando la Rambla.
Tenemos que volver a aprovechar el puerto como centro de atracción, como postal romántica, mejorando la isla del Maremágnum, buscando incluso un atractivo en el Port Olímpic, tan degradado. Y, ¿por qué no?, mirando también hacia el Paral.lel, que tenía con la Rambla un pacto hace mil años caducado. Esto no es tema para un concurso internacional, como está hoy previsto, para calcular el ancho de la plataforma central de la Rambla. Se trata de hacer ciudad, y de hacer ciudad turística. Ordenar, pensar, actuar.
Para el turista es más gratificante la ciudad en la que puede compartir los circuitos con el vecino y pasar desapercibido; para el vecino es justamente lo contrario. En Barcelona, que es densa y con usos muy complicados del espacio, no funciona ni una fórmula ni la otra: el turista se apropia a la brava de zonas enteras y las desertiza. Tenemos un modelo de depredación que necesita algo más que precintar vasitos de fruta cortada. Eso sí, la buena noticia es que algo se mueve.
Patricia Gabancho es escritora.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.