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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Hay salida?

El soberanismo es hoy el proyecto político con mayor apoyo en Cataluña. Al negarse a reconocerlo, Rajoy ha cerrado la vía política

Josep Ramoneda

Resulta difícil creer que las dos partes, el gobierno español y el soberanismo catalán, hayan llegado a la conclusión de que el choque de trenes les beneficia. Hace tiempo que se oyen voces que reclaman a Rajoy que pase a la vía represiva porque la única solución del problema catalán es la rendición de Puigdemont y los suyos. Y estos días, con el juicio contra Artur Mas reportando buenas dosis de vitaminas al soberanismo, la hinchada unionista se sube por las paredes.

Algunos sectores del soberanismo piensan que llegar a la confrontación es la única manera de que Europa reaccione. Y que es hora de asumir riesgos. Pero el más elemental análisis de las relaciones de fuerza concluye que el soberanismo carece de capacidad coercitiva para imponerse unilateralmente. Y que el gobierno español dispone de los instrumentos para entrar en la dinámica represiva pero cualquier exceso en el uso de la fuerza sería catastrófico para todos.

Puede que el choque de trenes, en su versión más previsible —convocatoria del referéndum, prohibición, intervención de los Mossos d'Esquadra y de Educación, y cierre de los colegios— no varíe sustancialmente el destino de esta travesía. Y que lleguemos a final de año con unas elecciones autonómicas, como está previsto, pero con las heridas más abiertas, y con la humillación y el resentimiento a flor de piel. ¿A quién beneficiaría?

Ahora se ven las consecuencias de la estrategia de Rajoy de negarse a afrontar políticamente el problema. Ha estado cinco años minimizándolo, augurando que el suflé bajaría pronto, y transfiriendo sus responsabilidades a los tribunales. Y ahí está el resultado: cada vez el margen para buscar una salida negociada es más estrecho. La indolencia de Rajoy, tan jaleado por algunos como ejemplo de prudencia y de temple, es, en el fondo, un reconocimiento más o menos consciente de que Cataluña es territorio ajeno. De otro modo, ¿cómo se explica que el presidente del Gobierno y del principal partido de España no haya dado, en cinco años, la batalla política para construir en Cataluña un frente alternativo al gobierno soberanista que pudiera disputarle las elecciones autonómicas? Simplemente porque no lo siente suyo. Y al territorio apache se manda a los fiscales y a la policía.

Hace cinco años, las opciones eran muchas, empezando por una forma de referéndum con condiciones ventajosas para el Estado que el soberanismo hubiese aceptado. Una petición de referéndum amparada por una gran mayoría del Parlamento catalán fue rechazada de plano y con desdén, sin debate político alguno, por el Parlamento español, es decir, por PP y PSOE. Cosas que se podrían haber negociado entonces, encontrarían ahora enorme rechazo en el electorado español porque se leerían como una entrega al soberanismo.

Los temas que no se afrontan se pudren. Rajoy se siente acosado porque sabe que según la vía que emprenda en Catalunya le puede salir la extrema derecha hasta ahora neutralizada. Si sigue sin dar cuerda a la política, sólo le queda la vía represiva. ¿Cálculo de beneficios o incapacidad de encontrar otra salida? Cuando se opta por la fuerza se sabe dónde se empieza pero no dónde se termina. Y en política nada es tan irreversible como la humillación.

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El soberanismo es hoy por hoy el proyecto político con mayor apoyo en Cataluña. Al negarse a reconocerlo, Rajoy ha cerrado la vía política. Pero el soberanismo no tiene otra fuerza que el voto y la movilización callejera. Y cuesta imaginar a la sociedad catalana protagonizando durante meses la resistencia en la calle y el bloqueo del normal funcionamiento del país. Su debilidad ante una situación de choque es grande: su poder coercitivo es muy limitado, el poder económico catalán no está por la labor, la independencia no tiene reconocimiento internacional. Le quedaría como bandera la condición de víctima. La posibilidad de capitalizarla dependerá de hasta dónde llegue el gobierno español.

De este escenario de relaciones de fuerzas parece deducirse que ambas partes deberían estar interesadas en buscar un acuerdo. Pero Rajoy cree que no puede ceder. Y el gobierno de Puigdemont difícilmente puede ahora eludir el referéndum a estas alturas. ¿Qué esperan unos y otros? ¿Llegar hasta el choque, procurando que sea lo más leve posible, para ir después a elecciones y seguir atrapados en el impasse pero con más rabia y frustración? Demasiados aprendices de brujo.

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