El Palacio de la Prensa es Bien
La Comunidad de Madrid cataloga el edificio de interés patrimonial “por su vocación monumental”
Tiene un aire de nido de gánsteres en el Chicago de los años veinte, de oficina de detective de novela negra, de sede de periodistas muckracker con sombrero fedora, al estilo de Los intocables de Eliot Ness. Y, en efecto, el Palacio de la Prensa fue proyectado en aquella época, en 1924, por el arquitecto Pedro Muguruza, como edificio multifuncional de viviendas, oficinas, café concierto y cinematógrafo. Ahí sigue, en la plaza de Callao, un centro neurálgico que a base de pantallas luminosas va camino de convertirse en el Times Square madrileño.
Como premio a su resistencia en el tiempo y a sus valores históricos, artísticos y arquitectónicos, ayer fue declarado Bien de Interés Patrimonial (BIP) conforme a la Ley de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid. El Gobierno regional ha destacado este edificio “por sus características arquitectónicas, por su escala, su vocación monumental y por su protagonismo en la escena urbana”. A partir de ahora cualquier actuación que se quiera llevar a cabo sobre el edificio deberá pasar por la Dirección General de Patrimonio Cultural.
“Lo más innovador de este edificio es su carácter híbrido, multifuncional, muy poco común en la época”, dice el arquitecto Gonzalo Pardo, profesor del máster de Comunicación Arquitectónica de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid. “Aunque no tiene un estilo muy definido, podría calificarse como neoclásico y, como muestra su ladrillo visto rojo, influenciado por corrientes estadounidenses. Basta compararlo con el Auditorio de Chicago, de Sullivan y Adler”.
El Palacio de la Prensa (Gran Vía, 46) fue inaugurado el 7 de abril de 1930 por el rey Alfonso XIII en compañía del general Dámaso Berenguer, dictador que sucedió a Primo de Rivera. Fue un encargo de la Asociación de la Prensa Madrileña (de ahí su nombre) que costó ocho millones de pesetas. Mide 58 metros y cuenta con 16 plantas. A pesas de unas dimensiones que ahora parecen modestas, durante los años treinta, antes de la llegada del mastodóntico edificio de Telefónica, fue una de las torres que más rascaban el cielo de Madrid. Precisamente ayer se presentó el nuevo rascacielos Caleido, de 181 metros de altura y 36 plantas: son otros tiempos.
En su larga existencia acogió la sede de la célebre revista satírica La Codorniz, también de La Hoja del Lunes, y de la compañía teatral fundada por Lorca, La Barraca. En épocas modernas ha sido sobre todo frecuentado en calidad de cine multisala (tras la última reforma en 1991) y de discoteca, cuya pista de baile se oculta en los sótanos y genera notables colas nocturnas en las aceras de la Gran Vía. Este era uno de los lugares donde se colgaban, cuando aún existían, los carteles de cine pintados a mano por diferentes familias de artistas y que hoy han sido sustituidos por las citadas pantallas electrónicas.
También fue sede del Partido Socialista de Madrid (PSM) entre 2009 y 2015. En sus dependencias se produjo aquella sonada escena en la que la dirección nacional del PSOE, entonces en manos de Pedro Sánchez, cambió la cerradura del despacho del entonces secretario general del PSM, Tomás Gómez, para que no pudiera entrar tras su cese, un sainete que generó gran escándalo. “Por lo menos que me devuelvan la miniatura de mi Vespa”, se quejó Gómez. Muy de novela negra.
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