Salvar a los niños de la crisis
La asociación Música por la Paz, fundada en 2013, acompaña por las tardes a menores en riesgo de exclusión en el barrio de Usera y otras ciudades españolas
—¡Chicos, llegó el sensei!La que habla es de Nerea Jiménez, maestra de la asociación Música por la Paz que diariamente, durante cuatro horas, acompaña a una veintena de niños en el barrio de Usera. Aquí, los pequeños juegan, meriendan y hacen los deberes. Todo de manera gratuita. El sensei es un maestro de Shorinji kempo, arte marcial japonés que los niños practican los jueves durante una hora. Son alrededor de las siete y media de la tarde y si hace un rato los chavales estaban jugando, ahora están repitiendo las palabras en japonés que el Sensei dice en voz alta.
El responsable de Música por la Paz es Manuel Armada, un santanderino de 56 años que, hace tres años en Palma de Mallorca, decidió montar un grupo de música para que su hijo de 10 años pudiera pasar las tardes con sus compañeros de aula después de clase. “Habíamos llegado en septiembre a la isla y solo había plazas en los colegios a los que nadie quería ir”, cuenta Manuel. “Había chicos de varias nacionalidades y muchos de ellos con grandes carencias. Algunos llevaban los zapatos rotos e incluso una maestra me dijo que había quiénes, incluso, no se alimentaban bien”. En España uno de cada tres niños vive en riesgo de exclusión social y de pobreza, según Eurostat. Son unos 2,9 millones de menores, lo que representa el 34,4% (casi 7 puntos más que la media europea).
A Armada, la situación de los niños en Palma de Mallorca le tocó. Se puso manos a la obra. “Comencé a hablar con amigos aquí y allá y ahora Música por la Paz cuenta con 16 centros en toda España”, cuenta. En cada uno se recibe aproximadamente a 20 niños de entre 7 y 12 años, como en el del barrio de Usera. En total se sirven 85.000 meriendas al año y se financian a través de donaciones (www.musicaporlapaz.org), y de la venta de boletos en los que se sortean viajes.
Leiticia, gaditana de 36 años, es una de las madres que lleva a sus dos hijos —de 9 y 12 años—, todas las tardes, al centro. Leticia está divorciada y después de muchos trámites y esperas recibe una ayuda del Gobierno de 580 euros al mes, con la que mantiene a su familia. “Mis hijos llegaron a estar en guarda; solo los veía los fines de semana”, relata Leticia.
En el centro, los niños parecen pasárselo muy bien. “Todos se conocen porque, además, son vecinos del barrio. A veces vamos al cine, o, en verano, a la piscina”, cuenta la profesora Jiménez. “Si mejoran las calificaciones, como premio, se les lleva a comer una hamburguesa”, cuenta Armada. Uno de los objetivos del taller es mejorar el rendimiento de los chavales. “Pero si uno falla no va ninguno, así fomentamos la solidaridad y la cooperación”, añade.
Además de las donaciones, el voluntariado es otra forma de echar un cable. “Los universitarios nos ayudan vendiendo los boletos por las calles”, continúa Armada. “También hay profesionales que vienen y comparten sus conocimientos”.
La lista de espera para entrar en al grupo es larga y muchas familias se quedan fuera. “Las instituciones públicas deberían ver lo que hacemos y darse cuenta de que no cuesta tanto dinero; no es tan complicado”, comenta Armada. “Si hubiera voluntad política, este problema se resolvía en una semana”, opina. “Lo que pasa es que parece que los jóvenes y los niños no interesan a nadie”.
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