La Barcelona del XIX, al habla
Reaparecen las ‘Escenes barcelonines’ de Emili Vilanova, piedra angular de la recuperación de la narrativa catalana
Hablan los personajes de una manera tan coloquial y tan viva, tan real, que el cuadro parece tener relieve, ya sea éste el velatorio de un difunto en el centro de la Barcelona vieja o una experiencia menestral en el quinto piso del Liceo. Es el gran encanto de la prosa de Emili Vilanova, pintor literario de la narrativa costumbrista del XIX, una de las piedras angulares sobre la que, junto a la obra de Narcís Oller o Martí Genís, se iniciaría la consolidación de la hasta entonces maltrecha prosa catalana, a la que ayudó a estilizar en la reconquista de la novela tras el erial del XVIII. Gran retratista de la Barcelona que mudaba de ciudad provinciana a capital con veleidades cosmopolitas, los 12 volúmenes que configuraron sus obras completas (editadas por La Ilustració Catalana) solo fueron superadas en popularidad por los 30 tomos de Jacint Verdaguer. Esa lengua tan expresiva, siempre pespunteada de ironía y cierta caricatura, puede disfrutarse ahora, en una dosis casi homeopática, en Escenes barcelonines (Proa), que recoge 35 de esas instantáneas escogidas de entre nueve de las obras de Vilanova, en selección a cargo del experto Enric Cassany.
Vilanova (Barcelona, 1840-1905) debía poseer un don natural. Hijo de la pequeña burguesía, tenía una formación escasa que, eso sí, compensó con una notable voracidad lectora. A captar ese idioma “fresco, directo, que hablaban los barceloneses del XIX: gentil en el giro, firme en la sintaxis, discreto en el léxico, a pesar de los castellanismos e idiotismos inevitables”, como lo definió Joan Fuster, le debió ayudar, sin duda, su labor en la empresa familiar: eran decoradores de entoldados. Oreja, pues, para captar un timbre, un fraseo y una manera de decir muy popular. Pero, también, lengua: poseía una conversación amena y graciosa que facilitó su relación con esa menestralía a la que retrató; en el fondo, una manera de fijarse a sí mismo y a los suyos.
En La Renaixensa en la que trabó amistad con Oller fue afinando la captación de ese tempo verbal, que permitió su primera recopilación en libro, Del meu tros (1879), donde flotaba un hálito parecido al de su admirado Robert Robert, que a su vez recordaba a Mariano José de Larra.
Vilanova puso la exactitud descriptiva, física y verbal, al servicio de una Barcelona y de una gente que iba desapareciendo estoicamente arrollada por la marabunta de la sociedad de masas. Así, habla un perdulario ("És tal hora de la nit: no sé quina; ni què n’haig de fer, si per mi ja no toca la de dinar, ni sento mai la de sopar!") que intenta adiestrar a una perra para que le robe comida (Un perdulari); o se ve un grupo de gitanos cerca del convento de Sant Agustí, donde unos trasquilan perros y sus mujeres lavan a los niños a plena calle de diciembre (Gitanesca). Sigue también a los del Club de la Regadora, "la flor de la joventut truanesca, que tot ho empaita; bromistes, xistosos, de la pell del dimoni; espavilats, fins allà, llargs de malícia…" que se van a los toros en una corrida que, por poco, acaba en revuelta (Als toros!). Lo hace con la misma agudeza con la que retrata a los que aguantan colas y avalanchas para llenar luego el gallinero del coliseo barcelonés (Des del quint pis del Liceu).
Será a partir de los pensamientos de un portero de uno de los nuevos edificios del "Ensantxe" que el lector podrá saber sobre esa burguesía ascendente a rebufo del éxito comercial e industrial que hace suya la ampliación urbanística de la vieja ciudad, todos, pues, "gent pudiente", de "pessetes i el senyoriu". Y bien marcados por la impostura, hasta lingüística; así, don Frasquito le dice al portero: “¿Por qué no habla usted en castellano? Diantre, no se le entiende a usted". Con respetuoso humor, le responde: "En aquesta escala, que tots los senyors parlen foraster, jo vinc a ser lo cònsol català" (Reflexions d’un porter). También da para constatar las diferencias con el barroco Estado español (Falòrnies) o las cuitas de las madres humildes para evitar que un pelacañas se case con su hija (En Parladé).
Como hace notar Cassany, profesor de literatura catalana de la Universidad Autónoma de Barcelona, el escenario predilecto de Vilanova es la Barcelona vieja (calles Petritxol y de la Palla, plazas Nova y del Pi, Boqueria, barrio de Sant Antoni…). La otra coordenada, necesaria para no caer en el desaliento, es el humor pespunteado de melancolía e ironía, que Vilanova fue afilando en publicaciones como Lo Somatent, La barretina y Lo mestre Titas. Todo ello tuvo el acierto de incorporarlo al teatro, con dos obras muy populares: Les bodes d’en Ciril·lo i, especialmente, Qui… compra maduixes? (1892), de la que se hicieron más de 200 representaciones en el Teatro Romea. Ambas están en esta antología, que toma el nombre de uno de sus libros.
Vilanova o lo que se perdió, tituló Eugeni d’Ors un artículo de 1949 tras la aparición de las obras completas del escritor costumbrista y donde lamentaba que el purismo ultranormativo y la afectación castiza de los escritores catalanes hubiera provocado la pérdida de la riqueza y la gracia, de la libertad y la fluidez, del catalán de Vilanova. Cuanto menos, ahora puede leerse de nuevo.
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