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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La amenaza del PSOE al PSC

La idea de que el PSOE conseguiría por separado lo mismo que ha logrado con el PSC desde 1979 raya la categoría de pensamiento mágico

Enric Company

El ya viejo deseo de algunos sectores socialistas de replantear el modelo de articulación entre el PSOE y el PSC con el objetivo de convertir al segundo en una federación más del primero ha reverdecido con fuerza con la crisis provocada por el cambio de posición sobre la investidura de Mariano Rajoy. En esta ocasión hay algo relativamente nuevo en la respuesta que ha provocado. La novedad consiste en que, ahora, la dirección del PSC ha respondido, por boca de su primer secretario, Miquel Iceta, que si el PSOE quiere modificar el protocolo de relaciones entre ambos partidos, solo tiene que plantearlo. Sentarse a la mesa y hablar. Y a ver qué sale.

No es ningún secreto para nadie que la actual dirección del PSC es la más identificada con el PSOE que haya habido nunca. Difícilmente podría haber alguna que lo fuera más. Y conste que de todas las anteriores, todas, ninguna quiso nunca, ni de lejos, una ruptura entre ambos partidos. Al revés, ni siquiera un agravio que podría considerarse endémico — la restitución del grupo parlamentario propio en el Congreso de los Diputados, que el PSC entiende como una deslealtad de las sucesivas direcciones del PSOE— ha derivado nunca en amenaza de ruptura. El fracaso reiterado de los intentos de recuperarlo y volver a la situación que había entre 1977 y 1979, cuando Ernest Lluch era el portavoz del PSC en el Congreso de los Diputados, no ha amenazado tampoco nunca la unidad socialista.

En la crisis política provocada en Cataluña por la sentencia de 2010 del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Autonomía, una buena parte del PSC se sintió frustrada y decepcionada por lo que consideró una dolosa pasividad del PSOE y de su Gobierno en el tramo final del proceso. Aquella decepción se saldó con la escisión de lo que fue llamado el sector más catalanista del partido. El PSC quedó debilitado, pero su dirección no movió ni un ápice las posiciones fundacionales sobre la relación con el PSOE, que datan de 1978. La escisión no cuajó en una fuerza capaz de disputar el espacio político y la debacle electoral que el PSC sufrió a partir de entonces es paralela a la registrada por el socialismo en toda España.

Sucede sin embargo que en algunas federaciones del PSOE está muy arraigada la idea de que si en vez de existir un partido socialista en Cataluña y otro en España hubiera uno solo y éste fuera el PSOE, las cosas les irían mejor. De ahí que cada vez que hay algún desencuentro entre PSC y PSOE, por la razón que sea, alcen la voz dirigentes socialistas de Extremadura, Andalucía, Asturias y de algunas otras federaciones, opinando que el PSC debe comportase como una organización regional más del PSOE o asumir que el PSOE levante la suya propia en Cataluña y concurra como tal a las elecciones.

Este es también ahora el fondo de las advertencias lanzadas por algunos dirigentes del PSOE si el PSC se niega a apoyar la investidura de Mariano Rajoy. Han sonado en la boca de los ganadores de esta crisis interna las palabras típicas del fin del diálogo político en los conflictos intrapartidarios graves: disciplina, reglamento, unidad. Y si no, atenerse a las consecuencias. Es decir, castigo, expulsión, ruptura.

Quienes lanzan estas amenazas parecen partir de la idea de que el PSOE podría obtener directamente para sus candidaturas el mismo apoyo electoral que obtiene el PSC en unas elecciones legislativas. Como que nunca se ha hecho la prueba, solo caben especulaciones acerca de lo que sucedería si se llevara a cabo la ruptura. Lo que sí hay es una ilustrativa experiencia análoga. En 1999 la Izquierda Unida (IU) de Julio Anguita decidió romper con sus federados de Iniciativa per Catalunya (ICV) y competir electoralmente con ellos por el mismo espacio político, el que hasta entonces habían representado conjuntamente. Creían que por lo menos el 60% de aquel electorado les apoyaría. Rompieron. Se presentaron a las elecciones con sus siglas. No llegaron al 3% y quedaron sin ningún diputado. La primera tarea que se impuso después fue conseguir la reunificación. Pero desde bases más débiles, claro.

La idea de que el PSOE por si solo conseguiría lo mismo que ha logrado con el PSC desde 1979 raya la categoría de pensamiento mágico. Simplemente, sería una resta con el resultado de debilitar a los socialistas en la segunda comunidad más poblada de España.

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