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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El ministro no bromea

Con sus ceremonias, inhumanidad y sarcasmos sobre los refugiados, Fernández Díaz pretende echar el cerrojo de la insolidaridad

José María Mena

El drama de los que huyen de las guerras y conflictos de Oriente próximo y del norte de África no se puede olvidar ni postergar, por muchos que sean nuestros problemas domésticos. Aún a riesgo de parecer repetitivo, desgraciadamente sigue siendo un tema de obligado tratamiento. Decenas de miles de personas siguen intentando llegar a nuestra acomodada Europa huyendo en masa de sus países, buscando refugio y paz. Ante este drama los ciudadanos europeos, inicialmente, dieron ejemplares muestras de compasión y solidaridad. Pero después la Unión Europea enseñó su frío rostro de pragmatismo político y acabó firmando con el gobierno de Turquía un Tratado sobre retorno de refugiados que algunos han calificado como el tratado de la vergüenza. Es una farsa político-jurídica para justificar decisiones de expulsión masiva.

Los gobiernos de la UE, y entre ellos el gobierno en funciones de Rajoy y Fernández Díaz, se desentienden de sus obligaciones de amparo y refugio. Han pactado trasladar forzosamente a los demandantes de refugio, entregándoles al gobierno de Turquía, sabiendo su más que dudoso respeto por los derechos humanos.

No tenemos derecho a olvidar que están en lugares de internamiento masificado, verdaderos campos de concentración, en los que permanecerán privados de libertad, de derechos y de esperanza, por tiempo ilimitado, y con la imprecisa posibilidad de retorno forzado a sus países, donde su vida corre peligro. Los que no son entregados a Turquía permanecen en Grecia, hacinados y desasistidos en campos similares. La atención presupuestaria de la UE, groseramente insuficiente, les condena a condiciones de vida insoportables.

Nuestro ministro de Interior en funciones es experto en estas lides de rechazo insolidario, de concertinas disuasorias y de devoluciones en caliente. Cuando le criticaron su insolidaridad para con los que buscan refugio, después de mofarse del “buenismo” de los críticos, pidió que le dieran una dirección en donde proporcionen trabajo y manutención a “esa pobre gente”. “Les aseguro que se los enviamos”, dijo, con lo que pretendía ser un agrio e inhumano sentido del humor, y no era más que un cruel sarcasmo impropio de su responsabilidad y de un asunto tan necesitado de respeto y seriedad.

Tampoco bromeaba el ministro en otras ocasiones que, sin embargo, sí podrían mover a la hilaridad. Por ejemplo, cuando, poniendo en evidencia su ineptitud, sus espías le espiaron en su propio despacho, destapando sus planes de malversación de recursos públicos con una torticera finalidad política partidista.

No bromeaba, aunque lo pareciera, cuando organizaba actos litúrgico-castrenses para condecoración de vírgenes. Aunque ni siquiera era idea suya esta especie de farsa pseudoeclesial. Era un invento de Franco, cuyo nulo sentido del humor era proverbial. Tampoco practicaba el sentido del humor cuando consiguió que le nombraran caballero de la Sagrada Orden Militar Constantiniana de San Jorge. Porque, aunque resulte increíble, esa Orden existe, con su Gran Prior, sus comendadores, caballeros y damas, ultraconservadores nostálgicos de la Edad Media. Se atribuye su fundación al emperador Constantino, que fue el que inventó una de las estrategias más fructíferas y duraderas de la historia: la fusión entre la Iglesia y el Estado. Un modelo, sin duda, para Fernández Díaz.

Con este modelo nuestro ministro parece que se considera habilitado para la práctica de sus aficiones litúrgicas y de órdenes sacro-militares, y se estima absuelto de su entusiasta adhesión al tratado de la vergüenza. Quizá con esta convicción se cree legitimado para abordar el drama de los refugiados con agrios sarcasmos, con gestos ceñudos y destemplados, irrumpiendo en tan delicado tema sin respeto ni piedad, como un caballo en una cacharrería. O mejor, como el caballo de Santiago Matamoros, mítico protagonista del grito bélico de “Santiago y cierra España”, al que todavía podemos ver en imágenes de iglesias españolas pisando cabezas de agarenos.

Ahora se pisan cabezas de otro modo. Con insolidaridad, con mezquindad en la concesión de asilo, con tacañería en las cuotas de acogimiento. Cerrándoles nuestra puerta. Recordemos cómo Sancho Panza preguntaba a Don Quijote ¿por qué dicen Santiago y cierra España? ¿Está, por ventura, España abierta y de modo que es menester cerrarla, o qué ceremonia es esta? Tiene razón el buen Sancho. España está abierta, pero no es menester cerrarla. Es el ministro, con sus ceremonias, inhumanidad y sarcasmos el que pretende echar el cerrojo de la insolidaridad. Y si tras el bloqueo político sigue mandando él, u otro como él, volveremos a comprobar que esa gente no bromea.

José María Mena fue fiscal jefe del TSJC.

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