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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un partido muy respetable

Si el PP sigue ganando elecciones en medio de tan ostensible falta de moralidad en la gestión pública es porque se considera que la corrupción es metabolizable

J. Ernesto Ayala-Dip

Al día siguiente del Brexit, a Mariano Rajoy le soplaron la consigna perfecta. Con los referéndums no se juega. El la dictó tal cual se la dictaron. Y la cosa funcionó en un grado mayor del que se esperaba. Funcionó tan bien que el Partido Popular terminó convirtiéndose en el partido más transversal de España, excepto en Cataluña. Puso en su sitio a algunos y encima a las pocas horas del impensable resultado electoral, exigió “un respeto”.

Esto del respeto tiene mucha miga. (Volveré sobre el Brexit). La insólita exigencia de respeto la hizo desde el balcón de la calle Génova, el mismo edificio donde un poderoso exgerente tiró de la manta hasta descubrir baúles repletos de sobres delictivos (algunos de los cuales pudo depositarse en el bolsillo del propio Rajoy). Quiso decir, sin lugar a dudas, que el Partido Popular se merece un respeto a pesar de sus corruptelas a lo largo y ancho de nuestra querida piel de toro. Se merece un respeto porque a pesar de sus largos procesos penales en Valencia y Madrid, nadie pudo por si solo apartarle del poder. (Solo un contubernio de ultraizquierdistas y separatistas incorregibles, pudo apartarles).

Este domingo volvió a demostrar Rajoy que si uno representa un partido respetable, no hay corrupción, ni incompetencia que pueda con él. A veces pienso que en el imaginario de la gente ya está grabado a fuego que mejor corrupto conocido que por conocer. Solo así se entiende que Rajoy, probablemente uno de los políticos más mediocres de la democracia española, pueda ganar elecciones caiga lo que le caiga a su partido y al país que gobierna.

La corrupción es una enfermedad moral que el neoliberalismo ayudó a hacer global y endémica

La corrupción es una enfermedad moral que el neoliberalismo ayudó a hacer global y endémica. Existe una especie de corrupción de baja intensidad. Yo me coloco en un sitio y en cuanto se presenta la ocasión, coloco a mi primo y a mi mujer. Si el pleno empleo es un imposible, que el sistema absorbe bajo la etiqueta de paro estructural (algo así como un 5% asumible por el propio sistema), habría que comenzar a pensar que la corrupción cero es otro imposible.

Hace dos años, en Bremen, alquilé por quince días un apartamento. Pagué y a los pocos días pedí a la agencia que me prorrogara el alquiler otros cinco días. El primer pago se hizo bajo todos los requisitos de transparencia y legalidad, no así los cinco días adicionales, que cuando los aboné quien me lo cobró no me extendió ningún recibo. El primer pago fue fiscalmente correcto, no así el segundo que se convirtió automática y voluntariamente en dinero negro. Aquí tenemos un caso de corrupción de baja intensidad.

O estructural. Si el Partido Popular sigue ganando elecciones en medio de tan ostensible falta de moralidad en la gestión pública, eso es porque la corrupción me da la impresión que es metabolizable. Conozco gente que cuando escucha que España es un país con un alto grado de corrupción, contesta que México lo es más. O Italia. O Rumania. Ello te lleva pensar que si no se llega a esos escandalosos límites, la gente (como mínimo la que vota al PP y la que no vota) tiene perfectamente asumido que con la corrupción actual en nuestro país se puede convivir. O conllevar.

Vuelvo al Brexit. La declaración del presidente en funciones obtuvo el propósito que la inspiró. Meter miedo a la gente. Y esto, infinitamente más que la corrupción, sí que obra milagros electorales. Durante mucho tiempo, no solo en campaña electoral, el PP se encargó de tratar a Podemos como un partido antisistema, un partido con peligrosas tentaciones griegas vía Varufakis. Por su parte el PSOE no hizo nada por desacreditar esa paranoia. Ciudadanos todavía menos. Y como ya sabemos que el PP es un partido esponja que puede cazar votos de aquí y allá (de PSOE, de C's, incluso de Convergència en Cataluña), de aquí se puede entender su éxito en la reciente contienda electoral.

Tampoco le perjudicó al PP las escuchas del Ministerio del Interior entre su ministro, ahora en funciones, y el jefe de la Oficina Antifraude de Cataluña. El contenido de esas escuchas es vergonzoso. Pero, ¿no deberíamos preguntarnos de paso si es un delito o no grabar una conversación sin permiso y difundirla? La democracia, y su defensa, es verdad, cada día se complican más.

J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario

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