Los idus de Sant Jordi fueron propicios
Paseo por la jornada bajo el signo romano y con un escudo de legionario
Pasear entre la multitud con un pesado escudo de legionario romano otorgaba una perspectiva especial de la jornada, dominada por los malos augurios como aquellos idus de marzo de los que debía cuidarse Julio César. Se me ocurrió ir a ver a Santiago Posteguillo pertrechado con el scutum que me prestaron, por darle una sorpresa; pero a mediodía, enfrente de El Corte Inglés de plaza Catalunya no se avanzaba ni haciendo la testudo. Era como tratar de progresar en el bosque de Teutoburgo. Una dama se revolvió enfadada al chocar contra su parte posterior la protuberancia de mi escudo. "Perdone señora ha sido el umbo", le expliqué usando la palabra latina, lo que no pareció tranquilizarla. Es lo que tiene desconocer a Veleyo Patérculo, con perdón. Llegué tarde. El autor de La legión perdidaya se había marchado. Volví sobre mis pasos para dirigirme a otra cita romana y me encontré con Emilio Gutiérrez Caba, que hace de Julio César en el Romea. Me pareció ominoso. Le acompañaba Ángela Molina, que interpreta a Cleopatra. ¿Le ha regalado el conquistador de las Galias la preceptiva rosa a la reina de Egipto?, le pregunté zalameramente al actor. “Aún no, pero seguro que lo hará”, zanjó.
Seguí mi camino por la calzada molestando a los transeúntes y dándome golpes yo mismo en la espinilla con la parte baja del escudo, que en puridad se afilaba para ultimar a los enemigos caídos al pasarles por encima las legiones. "Con el scutum en el scrotum", como diría Flavio Vegecio (¿o era Obelix?). Junto a la caseta de Edhasa me desembaracé del escudo y esperé a que apareciera el novelista Simon Scarrow (último premio Barcino) con sus prometidas legiones de acompañamiento. "Me temo que viene solo", explicó cabizbajo el editor Daniel Fernández. Parece que el Ayuntamiento de Barcelona no está por la presencia de militares por la calle, y ni te digo legionarios, ni que sean de época de Claudio y vistan coraza. Les darán mal rollete, no como los simpáticos chavales con coletas, piercings y tambores que pedían ayuda para ir de acampada en el puesto de al lado, un tenderete con aire de campamento de esclavos fugados. Proliferaban en la jornada esos puestos solidarios con el mundo o con uno mismo. Rosas solidarias, libros solidarios, solidarios solidarios. Y que viva Espartaco.
Mientras esperaba a Scarrow, hablé con otro autor de novela romana, Jordi Nogués, de Artesa de Segre, que firmaba libros de su Colosseum, en el que narra la construcción del Coliseo. Era, subraya, más alto que el campo del Barça. Llegó Scarrow, tan de negro que más parecía Hamlet que el general Máximo de las legiones del Norte, leal sirviente de Marco Aurelio, etcétera. Es su segundo Sant Jordi, en el anterior sí le dejaron llevar romanos. "Una pena, es mejor tener guardia pretoriana para que te abran paso". El autor, que escribe una nueva novela de su serie de las legiones, la 15 ª, que pasará, por fin, en Hispania —una rebelión en una mina de Cantabria—, tomó el escudo y realizó varios ejercicios marciales en la calle con riesgo de que, visto como está el patio, se lo llevara la Guardia Urbana.
Recuperé el escudo por si el cielo caía sobre nuestras cabezas como presagiaban los druidas del tiempo. Pero finalmente los idus de Sant Jordi fueron propicios.
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