Música celestial
Sánchez ofrece diálogo y negociación, pero no el referéndum propuesto por los ganadores de las elecciones en Cataluña
Ayer era el día de la música celestial en el Congreso de los Diputados. El día de las ofertas, las promesas de mejora, la corrección de muchas de las contrarreformas aplicadas por los conservadores durante los últimos cuatro años. Hoy será otra cosa. La investidura de un candidato a la presidencia del Gobierno que no dispone de mayoría en la Cámara tiene dos momentos. El primero, el de ayer, es la apasionante y arriesgada oportunidad que se le otorga para ganarse el apoyo de futuros aliados. Todo son buenas intenciones, ilusión. Hoy será algo muy distinto. El segundo momento es el de la aún más arriesgada maniobra de aterrizaje. De tocar hueso, de concretar, de marcar los límites.
Oída desde Cataluña, la música sonó bien, a la espera de lo que surja hoy a la hora de concretar en las respuestas a los portavoces de los partidos catalanes. Sonó bien, pero no para los independentistas, claro está. Para aquellos ciudadanos que quieren marcharse del Estado español solo puede agradar de verdad la convocatoria de un referéndum y eso es obvio que Sánchez ni lo ofreció ni tiene previsto ofrecerlo a lo largo del debate. Sin embargo, incluso para los ciudadanos catalanes independentistas, el discurso de Sánchez debería sonar como una agradable musiquilla.
Rehacer puentes, abrir el diálogo, ofertar mejoras en la financiación de la Generalitat, retomar negociaciones con el Gobierno catalán sobre infraestructuras y competencias interrumpidas al principio de la legislatura, plantear rectificaciones y derogaciones de leyes y decisiones del gobierno del PP denunciadas como lesivas por la mayoría social y política en Cataluña. Todo esto puede ser aplaudido. Lo que convertía ayer el discurso de Sánchez en un sonido agradable para muchos catalanes es que se corresponde a propuestas, ideas e incluso actitudes que en Cataluña pueden ser más o menos compartidas por grandes mayorías.
Sánchez ofreció una rectificación de las políticas y la actitud que el Gobierno del PP ha tenido con Cataluña. Esto solo puede ser bien acogido. El PP ha sido siempre una fuerza muy minoritaria en Cataluña. Basta con recordar que aquí obtuvo solo el 11,1% de los votos en las elecciones del 20 de diciembre, de las que ha de salir el nuevo gobierno. Son muy pocos, para ser un partido gobernante. Una verdadera moción de censura, de rechazo. Sánchez conectó bien con esta realidad.
Otra cosa es saber si esto basta o no para curar la herida política abierta en la sociedad catalana en 2010, la que alimenta el independentismo. Lo cierto es que una de las principales propuestas de la fuerza política que ganó las elecciones legislativas en Cataluña, En Comú Podem, era la celebración de un referéndum sobre la forma de relación entre Cataluña y el Estado español. Sobre esto, Sánchez no ofreció nada. Y el fondo musical es más bien otro. Sucede ahora, sin embargo, que a diferencia de lo ocurrido en los últimos 35 años, la principal representación de Cataluña en el Congreso de los Diputados, no corresponde al PSC o al centroderecha nacionalista antaño dirigido por Jordi Pujol, sino a la izquierda asociada a Podemos. A la que gobierna el Ayuntamiento de Barcelona, pero no la Generalitat.
Esta nueva relación de fuerzas en Cataluña debería tener su reflejo en un replanteamiento en el modelo de relación con el Gobierno de España. Después de décadas de practicar la que fue conocida como política de peix al cove, es decir, el intercambio de votos de CiU en el Congreso de los Diputados por competencias o por financiación para la Generalitat, se abre hoy una pugna entre los que se han pasado al independentismo y nada bueno esperan ya del Gobierno de España y, en general, de los partidos españoles, y aquellos que deben decidir si se implican en la gobernación de España. Y, en su caso, cómo lo hacen.
A estos, Sánchez les planteó lo que en primer término parece una oferta, pero según cómo se mire se convierte en una acusación, la misma que repitió una y otra vez dirigida sobre todo a Pablo Iglesias, Podemos y las demás fuerzas de izquierdas: “¿Vais a dejar pasar la oportunidad de mandar al PP a la oposición, de deshaceros del desgobierno de Mariano Rajoy?”. Es una reactualización de la fórmula utilizada en ocasiones con éxito por el PSC: Si no me votas, viene el PP. El 20 de diciembre, esta fórmula no funcionó. El PSC de Pedro Sánchez hizo su peor resultado en unas legislativas, fue tercera fuerza. Pero la verdad es que la partida está abierta.
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