La agonía de Rajoy
Carcomido por numerosos casos de corrupción, el PP está interesado en afrontar su calvario judicial desde el poder
La incertidumbre domina el escenario político dos meses después de las elecciones generales. El segundo líder político a quien el Rey ha encargado la formación de un gobierno, el socialista Pedro Sánchez, consume sus plazos sin allanar las dificultades que provocaron el desistimiento del primero, el conservador Mariano Rajoy. La experiencia enseña que las negociaciones donde se juegan cosas importantes se resuelven en el último minuto posible. Lo inquietante de la situación actual es que ninguno de los protagonistas ha conseguido convencer a nadie de que realmente busque un acuerdo mediante transacciones aceptables para la otra parte.
Rajoy exige a los socialistas que asuman la formación de una coalición tripartita entre PP, PSOE y Ciudadanos. Sánchez exige a Podemos que renuncie a puntos esenciales del programa, entre ellos algunos que le han permitido ganar las elecciones en Cataluña y el País Vasco. Exigir al otro que se baje de sus posiciones para ir a la tuyas no es negociar. Es otra cosa.
Sin embargo, esto es solo lo que aparece en el primer nivel de lectura. Hay otra posible aproximación al escenario. Consiste en tener en cuenta que la única negociación en curso efectivamente orientada a un pacto es la que llevan a cabo el PSOE y Ciudadanos para compaginar sus respectivos programas de gobierno. Sus protagonistas aseguran que avanzan en sus trabajos y perciben que podrían llegar a un acuerdo. Es cierto que un pacto entre estos dos partidos no alcanza para formar una mayoría de gobierno, ni siquiera para la investidura de un presidente en minoría. Los 130 diputados que suman PSOE y Ciudadanos quedan lejos de los 176 que forman la mayoría absoluta y son menos que los que sumarían los demás partidos si votaran contra ellos.
Entonces, ¿qué interés puede tener esa negociación? Hay un antecedente inmediato que puede tomarse como indicio y es lo que convierte en interesante esta aproximación. Fue un acuerdo entre PSOE y Ciudadanos para proponer al socialista vasco Patxi López como presidente del Congreso lo que, presentado después al PP, permitió el primer gran acuerdo de la legislatura, el de la formación de la Mesa del Congreso. El PP aceptó votar a López como presidente de la Cámara a cambio de obtener para la derecha cuatro de los siete puestos de la Mesa.
Lo que de este antecedente tiene interés, ahora, es retener el método con el que se fraguó. Mientras los dirigentes del PSOE y de Podemos se cruzan recíprocas acusaciones de entorpecer un eventual gobierno de izquierdas, en la práctica la única negociación real por el momento es la que PSOE y Ciudadanos llevan a cabo y, llegado el caso, la que les permitiría presentar al PP como base para una coalición entre estos tres partidos. La misma que sirvió para elegir a López y formar la mayoría de derechas en la Mesa del Congreso. La gran coalición tripartita que propone Mariano Rajoy.
Si esto es lo que realmente hay, si este fuera el camino que está recorriendo el PSOE, la verdad es que resulta bastante contradictorio con las reiteradas afirmaciones de que persigue formar una mayoría de gobierno progresista y reformista. Pretender que pueda ser progresista y reformista una coalición y un gobierno en el que la fuerza más numerosa sea el PP es una contradicción insalvable. Una burla al más elemental sentido común.
La fórmula, por lo tanto, tendría que ser otra. El presidente tendría que ser otro. Y quizá también las proporciones en el reparto. Ya se han dicho y publicado nombres de otros políticos de derechas que podrían presidirlo. El hecho de que Mariano Rajoy hable de repetición de elecciones ante interlocutores como el primer ministro inglés David Cameron es un indicio claro de que no le gusta ni pizca la idea de ceder la plaza a otro político de derechas.
Estos cálculos, sin embargo, se hicieron ya la primera semana después de las elecciones. Si esto es así, ¿a qué viene tanto prolongar la agonía? Entra aquí otra posible aproximación: el PP de Mariano Rajoy, carcomido por el cáncer de la corrupción, prefiere diferir cuanto tiempo sea posible el momento de enfrentar su espeluznante calvario judicial desde un gobierno compartido con otros o desde la oposición. De manera que, dilación tras dilación, si Rajoy consigue llevar las elecciones a junio y la consiguiente formación de nuevo gobierno a septiembre, todo esto que habrá ganado. Nueve meses de prórroga. Lo primero es ocupar el despacho del poder. Y más si se está en apuros.
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