Un idilio de largo metraje
Cabo de Gata y del desierto de Tabernas son platós de rodaje con tirón internacional
Teresa Fernández daba clases a principios de los sesenta del siglo pasado en Los Loberos, una pequeñísima pedanía de Sorbas (Almería) ahora deshabitada. Un domingo de primavera madrugó y anduvo tres horas por cerros y ramblas, junto a media docena de niños, para intentar ver a Peter O’Toole, Omar Sharif y Anthony Quinn, que rodaban en Carboneras Lawrence de Arabia (David Lean, 1962). Llegaron a la playa a la altura del Algarrobico, donde estaba instalado el campamento árabe con sus jaimas y sus camellos, y un miembro del equipo les dijo que estaban de descanso. Teresa no vio a sus ídolos, pero los críos disfrutaron del día y ella, que había echado fiambrera para el camino, almorzó sentada en el sitio que solía ocupar su admirado Quinn.
La casualidad que era entonces el cine en Almería se estaba transformando ya en un idilio que aún permanece. Con altibajos a lo largo de los años, la provincia vive ahora un apogeo de superproducciones que han puesto en primer plano sus bellos rincones desérticos y volcánicos y la bondad de su clima. “Su gran virtud es el paisaje, además de las horas de sol, la calidad de la luz y la escasez de lluvias”, subraya el periodista y escritor Juan Gabriel García, experto en cine.
Las cámaras no han abandonado nunca la provincia, pero ha habido etapas de poco ruido mediático roto en 2013 por la superproducción de Ridley Scott sobre Moisés, Exodus, con localizaciones en Tabernas, Rodalquilar, Macael y la zona de El Chorrillo, en Pechina. Este paraje de Sierra Alhamilla está de moda. El año pasado fue elegido como escenario a cielo abierto de varias secuencias de Juegos de Tronos y, hasta hace unos días, ha sido plató de la serie estadounidense de suspense Penny Dreadful, con Eva Green y Timothy Dalton en el reparto.
El primer largometraje de ficción rodado en Almería fue La llamada de África (César Fernández Ardavín, 1952), pero el flechazo entre el mundo del cine y Almería se produjo con el estreno y la proyección de Lawrence de Arabia. “Se dieron cuenta de que el desierto permitía una puesta en escena maravillosa, era un escenario natural que facilitaba las cosas, porque estaba cerca de un núcleo urbano y se podía trasladar a la gente sin problemas”, argumenta García. A eso se unía que España era un país muy barato para rodar.
Los primeros coqueteos con el género del Oeste llegaron de la mano de Joaquín Romero Marchent, poco antes del rotundo éxito de la trilogía del dólar del cineasta italiano Sergio Leone, con Clint Eastwood. El discurso “original y propio” de Por un puñado de dólares (1964), La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966) provocó una auténtica fiebre por el spaguetti western en la siguiente década, con más de un centenar de títulos rodados en las áridas tierras de Tabernas. Una explotación “excesiva” que condujo al cansancio. El género se agotó.
El Almería Western Film Festival reivindica desde hace un lustro el cine del Oeste y promueve su difusión. Más consolidado está el Festival Internacional de Cortometrajes Almería en corto, que en diciembre pasado celebró su 14ª edición con 42 cintas seleccionadas entre cerca de 2.000 llegadas desde una veintena de países. El certamen “ha subido cualitativa y cuantitativamente”, afirma su director, Enrique Iznaola.
Almería en corto mantiene “su esencia”, aunque cada vez adquiere toques más cinematográficos, acordes con la realidad que vive la provincia. Hay más rostros conocidos haciendo el paseíllo ante las cámaras sobre la alfombra (en este caso, naranja), un jurado más potente y acuerdos con otros países para la promoción del evento. En la última edición fueron galardonados Patrick Wayne, hijo de John Wayne, y Ángela Molina.
Para Iznaola, el festival está en “fase de crecimiento”, con cada vez más actividades paralelas, y resalta la “fuerte apuesta” institucional que existe para no repetir errores del pasado. La organizadora es la Diputación Provincial de Almería, que este año ha adelantado su celebración a noviembre para intentar que el evento se convierta en una herramienta de lucha contra la estacionalidad turística. Porque el cine ahora llena hoteles.
Es imposible citar todas las grandes películas rodadas en Almería. En su época dorada, Cleopatra (Joseph L. Mankiewicz, 1963) o Patton (Franklin J. Schaffner, 1970). En la playa de Mónsul, en Cabo de Gata, Sean Connery espantó gaviotas para repeler el ataque de un avión nazi junto a Harrison Ford, en Indiana Jones y la última cruzada (1989), de Steven Spielberg. El cine en español ha sido siempre fiel, con títulos como Bwana (Imanol Uribe, 1996), Martín (Hache), de Adolfo Aristarain (1997), o Vivir es fácil con los ojos cerrados, de David Trueba, la gran triunfadora de la gala de los Premios Goya 2014.
Uribe ha vuelto recientemente a Almería para grabar Lejos del mar. El último gran rodaje de 2015 fue Assassin’s Creed, del director Justin Kurzel y con Michael Fassbender y Marion Cotillard encabezando el reparto. Almería trabaja para mantener el esplendor recuperado.
Juan Mariné: “La luz de Almería es brillante y diferente”
Juan Mariné fue el director de fotografía del primer largometraje de ficción rodado en Almería, La llamada de África (1952), una loa de las hazañas de la Legión, muy del gusto del franquismo, dirigida por César Fernández Ardavín. "Fue un rodaje complicado", recuerda en conversación telefónica Mariné, de 95 años, durante una pausa en su trabajo como restaurador de películas en la Escuela de Cine de Madrid (ECAM).
Historia viva del cine español, a lo largo de su trayectoria profesional, al margen participar en distintos seminarios y congresos, Mariné solo regresó una vez más a esta provincia para grabar una secuencia de El astronauta (1970), una película dirigida por Javier Aguirre con un privilegiado reparto de cómicos españoles que encabezaba Tony Leblanc.
Al cineasta quisieron contratarlo para la archiconocida trilogía de Sergio Leone que inauguró el spagueti western, pero tuvo que declinar la oferta porque ya tenía otros compromisos laborales. "Me hubiese divertido mucho hacerlo", confiesa. Esos años estaba rodando La familia y uno más (1965), y tres años antes ya había participado en la primera cinta de la exitosa saga familiar del aparejador Carlos Alonso, interpretado por Alberto Closas.
Mariné, que ha hecho 130 películas, lamenta haber rodado tan poco en Almería, pero recuerda perfectamente la calidad de su luz. “Es muy brillante y muy diferente. Muy bonita”, asegura, y resalta el azul del cielo en esta esquina andaluza, tan distinto al “blanco puro” por la evaporación del agua en la desembocadura del Guadalquivir, donde abordó varios proyectos y encontró más dificultades para definir su trabajo de fotografía. “En Almería era mucho más fácil”, subraya.
Mariné, vinculado al mundo del séptimo arte desde la aparición de las primeras películas sonoras en España, es un investigador que repara filmes con máquinas que él mismo ha creado. Con ellas intenta adelantarse al futuro, a lo que vendrá. “Soy el operador vivo que más ha trabajado”, precisa. Y lo sigue haciendo porque su vida es el cine: “quiero devolverle lo que me ha dado”.
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