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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El debate, por llamarlo algo

Entre el exabrupto y la vergüenza ajena transcurrió el debate más inoperante y grosero de la historia de los debates en España

J. Ernesto Ayala-Dip

En el debate a dos (cosa bastante increíble, teniendo en cuenta que las encuestas relativizan el papel del bipartidismo en las elecciones del domingo próximo) del lunes pasado, los dos contendientes hicieron gala de las características que se le sospechaban. Pedro Sánchez es un líder provisional (y si no lo es, se le parece bastante) y Mariano Rajoy es un fajador. Pedro Sánchez intenta una elegancia algo kennediana pero al final le traiciona el Alfonso Guerra que lleva escondido. Mariano Rajoy muestra su talón de Aquiles (o su virtud, vaya a saberse) y el lunes pasado lo expuso más que nunca. Siempre es el mismo. No tiene nada que lo desmienta o lo desenmascare, sencillamente porque no tiene máscara. O tiene cara y no máscara. Si es un indecente, como lo acusó el líder de la oposición, no lo parece. Y si no lo es, tampoco. Sánchez es de plástico con toques de bronce (que no es un metal puro, sino una aleación) y Rajoy es el mármol. Cuando se sonrojó ante el insulto a quemarropa de su oponente, no lo pareció tanto porque se sorprendiera del exabrupto como por vergüenza ajena. Ahí parece que ganó puntos, todos lo que perdió Sánchez. En ese tono y estilo transcurrió el debate más inoperante y grosero de la historia de los debates en España.

Vayamos a sus contenidos (por llamarlos de alguna manera). En la cuestión del paro y la situación económica en España, nada nuevo bajo el puente. Un intercambio de cifras (por parte del presidente de Gobierno) y acusaciones (por parte del jefe de la oposición). O viceversa. Tanto daba. Como ciudadano de Cataluña yo esperaba que se abordara la cuestión. Comenzaba a importarme un rábano si la razón la tenía uno u otro. No necesito que venga Pedro Sánchez a explicarme deprisa y corriendo la desigualdad que se ha instalado en España con marchamo de estructural, o “natural” como dicen los discípulos de la escuela de Chicago.

Los candidatos hacían como que no le escuchaban, tan inmersos estaban en cruzarse, erre que erre durante todo el debate, sus respectivos monólogos

Respeto a Rajoy tampoco lo necesito para que me explique lo que ya percibimos. Que en España la gente gasta un poco más porque la bajísima inflación disimula los sueldos estancados desde 2008. No estuvo al quite ahí quien aspira a mudarse a la Moncloa, mentándole a Rajoy las perniciosas consecuencias de una larga deflación en ciernes. Así que nuestra mirada se posaba en el moderador (que más que eso, parecía un juez en un partido de tenis), rogándole que por favor hiciera algo por mejorar lo que veíamos. Por fin parece que nos escuchó y puso sobre el tapete la crisis territorial. Los candidatos hacían como que no le escuchaban, tan inmersos estaban en cruzarse, erre que erre durante todo el debate, sus respectivos monólogos. Cuando se suponía que el tema territorial saldría a debatirse, Pedro Sánchez salía con la corrupción. El moderador les trasladaba la pregunta del director de La Vanguardia: ¿Qué piensan hacer ustedes con los casi dos millones de catalanes que votaron independencia? Sánchez consideró, con una absoluta falta de respeto, no solo a los dos millones que votan independencia, sino a los otros millones que no votaron lo mismo, que había que seguir dando la tabarra con la corrupción y con el sueldo de Rajoy. No es que a mí la corrupción no me interese, claro que me interesa. Lo que ya me interesa menos es que quien lo denuncie pertenezca a un partido que ha colaborado a convertir la Junta de Andalucía en una de las grandes bolsas de corrupción y clientelismo de España.

En realidad, toda la representación de debate al que toda España asistió el lunes, daba bastante risa. Y no poco rubor. Resultó que Rajoy fue quien mostró más disposición para hablar de la reforma de la Constitución. E incluso de Cataluña (con tal, evidentemente, de que no se hablara de la corrupción).

Los socialistas, con su candidato a la cabeza, perdieron una oportunidad de oro para definirse por una España plurinacional y plurilingüe. De Rajoy no esperábamos otra cosa que su inamovible amor a la unidad de España. De Pedro Sánchez esperábamos un amor parecido, pero redefiniéndolo a luz de lo que ocurre en Cataluña. El candidato socialista habló, al final, de lo que él cree que le dará votos. Y no de lo que sabe que se los restará. Y demostró lamentablemente que Cataluña es un tema tabú fuera de Cataluña. Cuando se debate en un plató de televisión pública española, hay temas que mejor no tocar.

J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario

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