Una subasta por el 313 cumpleaños
Para hoy está prevista una puja extraordinaria por el aniversario del Monte de Piedad. En la Casa de las Alhajas de la calle de San Martín, serán puestas a la venta, a las cinco de la tarde, 165 joyas
Pocas instituciones cuentan con el arraigo del Monte de Piedad en la vida cotidiana madrileña. La vetusta entidad crediticia de empeños de joyas, alhajas y enseres, cumple hoy 313 años. Por ello, sus rectores convocan hoy una subasta extraordinaria circundada por una exposición donde se proponen narrar parte de la jugosa historia de la institución privada. Lo hacen con documentos de alto valor testimonial y preciados objetos de prenda. Todo ello dará fe de los avatares para encarar las temidas malas rachas económicas que tuvieron -y aún hoy tienen- que afrontar muchos hogares de recursos menguados por reveses del mercado, la fortuna o el azar.
Entre los ajuares que históricamente pasaron por el Monte han figurado piezas tan pintorescas como la pila bautismal de un “zarévich” ruso, así como tiaras de pedrería repujadas de diamantes y seductoras alhajas tasadas en decenas de miles de euros, junto con sortijas, cuberterías, incluso cacerolas o abrigos de gentes corrientes empujadas a la indigencia.
Bajo el pío y montañoso nombre se esconde el principal mecanismo de crédito no bancario con el cual los usuarios pueden aún hoy obtener, en 15 minutos, el 80% del valor del objeto de la propiedad que deseen empeñar. No se precisa aval alguno. Tras ser tasado, el objeto queda en depósito en el Monte, con el compromiso de su dueño de reintegrar esa suma -a un interés de entre el 5% y el 8,25% según la valía de la pieza- hasta un año después, con ciertas posibilidades de prórroga. De no satisfacerse la deuda, la pieza empeñada saldrá a subasta. Para hoy, precisamente, está prevista una puja extraordinaria por el aniversario de la institución. En la Casa de las Alhajas de la calle de San Martín, perpendicular a la del Arenal, serán subastadas, a las cinco de la tarde, 165 joyas: desde un colgante Belle Époque, a un precio de salida de 50 euros, hasta una sortija de platino con zafiro de Ceylán (Sri Lanka), a 25.000 euros.
La sede madrileña del Monte, la segunda institución civil más veterana de España, se encuentra a un latido de la Puerta del Sol frente al monasterio de las Descalzas Reales. De este convento fue capellán y cantor el afamado padre Francisco Piquer, creador de la institución de empeños nacida de su mano en 1702 “para combatir la usura” según la Real cédula de 1713 que acreditaba su fundación. Piquer, turolense, inspirado en un precedente italiano, supo idear un eficaz sistema prendario -desvinculado de la Iglesia-con el soporte real de concesiones por tributos de tabaco mexicano y limosnas en Perú. Beneficiarias postreras del circuito de empeños serían las ánimas del purgatorio, destinatarias de las misas por su salvación que sufragaban los fondos del Monte, procedentes también de huchas de recaudación dispersas por Madrid.
Pío Díaz de Tuesta, directivo de la institución, muestra la colección de autógrafos reales de la que el Monte dispone, desde Felipe V en adelante, así como cuentas abiertas en la Caja de Ahorros -fundida al Monte en 1869- a nombre de los infantes hijos de Alfonso XIII; consta la de don Juan de Borbón, cuyo nombre completo era el de Juan Carlos, como el de su hijo, el futuro rey de España. Miríadas de sortijas, pulseras, collares, que lugareños “a la cuarta pregunta” tuvieron y tienen que depositar en la institución para llegar a fin de mes, integran el ajuar moviente de la institución, gestionado desde un enorme robot subterráneo. Gran cantidad de libros ha pasado también por el Monte, como reza la conocida canción estudiantil. Es conocido el caso de una célebre cantante folclórica que, gracias al trasiego de sus valiosas joyas por el Monte de Piedad, nunca llegaría a pisar un banco.
Los avatares concernientes a las instituciones bancarias madrileñas reevalúan ahora la función de instituciones tradicionales de este tipo, donde nunca existieron intereses leoninos. El oro y la plata, que tan profusamente llegaron a España desde las vetas más hondas de América Latina, afloró durante tres siglos en el Monte madrileño al ritmo de la cambiante fortuna de los días: aciagos unos, gozosos todos en caso de recobrar la joya depositada. Un 95% de las alhajas empeñadas regresa a las manos de sus dueños, según asegura Santiago Gil, presidente del Monte de Piedad. El vaivén prosigue.
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