Otro paradigma para Cataluña
Más de la mitad de los catalanes prefieren la vía autonomista con una reconsideración fiscal, optan por la estabilidad, por los equilibrios posibles y no por el vuelo de trapecio
Solo el dogmatismo, la ceguera estratégica o suponer que el proceso secesionista está en una dimensión inalterable, tan solo la incompetencia política o la inercia clientelar contribuyen a no reconocer el cambio paradigmático que Cataluña está viviendo. Menguan las adhesiones a la nación pura e irrealista, para un reencuentro con el paradigma de la sociedad impura y real. Llamativamente, presenciamos como de un nuevo parlamento autonómico, ficticiamente imbuido de finalidad plebiscitaria, no sale un gobierno. ¿Cómo entonces seguir proponiéndose crear un Estado? Pierde energías el objetivo difuso de un Estado propio frente a las complejidades de una sociedad cuyo potencial, conflictos y actualidad creativa tienen su lugar en los grandes ejes regionales de la Unión Europea y no en la lista de espera de las Naciones Unidas.
Emerge un cambio de paradigma pero no es del todo novedad. De una parte, más de la mitad de los catalanes prefieren la vía autonomista con una reconsideración fiscal, optan por la estabilidad y la alternancia, es decir por los equilibrios posibles y no por el vuelo de trapecio. En el panorama de los defensores mediáticos del secesionismo cada vez hay más trapecistas jubilados. La sociedad catalana rechaza como anticuerpo la inquietante llamada de Artur Mas a construir mayorías indestructibles. Muy al contrario, se asienta en el pluralismo con sus tensiones y sus principios de tolerancia. Pero la aventura equinoccial de Artur Mas ha logrado que en el paradigma emergente se distingan nuevos rasgos. Por ejemplo, la consolidación de Ciutadans, que según algunas encuestas pueden ser la lista más votada en las generales de diciembre, seguida por ERC y luego Convergència, ya en tercer lugar. Otra novedad es el desparpajo táctico de un grupo antisistema como es la CUP, capaz de obligar a Junts pel Sí a genuflexiones sin precedentes.
¿Conocía Artur Mas el tejido real de la sociedad catalana cuando se empeñó en su iniciativa secesionista? Parece probable que no. Entre otras cosas, el nacionalismo y en concreto Convergència estaban implicados en una intensa endogamia, al margen de la realidad social y en concomitancia con franjas de corrupción cuya metástasis deja anonadado incluso al antiguo votante pujolista. Al mismo tiempo, asumir el paradigma emergente se hace impracticable para esa oscura y menguante galaxia que se llama Junts pel Sí. No hace falta tener dotes proféticas para prever que Junts pel Sí puede saltar por los aires en cualquier momento, ya bien sea en el impasse para la designación de nuevo presidente de la Generalitat o tras los resultados de las elecciones legislativas inminentes. Habrá entonces una estampida imparable en el Establishment nacionalista, más mediocre que imaginativo, más arcaico que emprendedor. Agotado por sus propias torpezas, excesos y patologías de corrupción, lo mejor que quede de Convergència buscará nuevas fórmulas aunque tal vez llegue tarde para competir con los protagonistas de la nueva política catalana. Pero lo que no reconocerán los autores intelectuales de la propuesta secesionista es que realmente podía haber mejores maneras de defender los intereses de Cataluña en España y en la Unión Europea. A los ideólogos de Artur Mas les espera algún pabellón geriátrico porque, ya sin poder, ni perspectivas de recuperarlo, la flotación perpetua se hará impracticable. En no pocos casos, aquel ensueño acabará siendo un camino sin retorno, aunque siempre hay quien se acomoda a lo que sea. Sobran los ejemplos.
Ni tan siquiera si Artur Mas fuese elegido presidente gracias a la CUP la expansión de otro paradigma político y social tendría obstáculos insalvables. Lo que se quería interpretar como una voluntad abrumadoramente mayoritaria de independizarse de España va efectuando un giro de ciento ochenta grados. Ciertamente, no estamos ante una página de El gatopardo de Lampedusa. Más bien se trata de que una política unidimensional pretendía operar precipitadamente en una sociedad multidimensional, sin hegemonías ni transmisora de un claro mandato electoral para una ruptura con España y la Unión Europea. Si todo sigue igual, ahora existe el riesgo de que la descomposición del secesionismo acabe infectando a todo el sistema político de Cataluña. No es algo fatídico porque la actual fluctuación de votos y estados de opinión indica, por el contrario, la fatiga de la ciudadanía ante el lenguaje político del independentismo. Tanta incógnita es contraproducente y de cada vez más tiene el aspecto de un artefacto generador de inseguridad jurídica.
Valentí Puig es escritor
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