La hora de los porqués
La matanza indiscriminada es pensable: no para asumirla con fatalidad sino para responder ella con exigencia moral
La curiosidad es el motor del conocimiento. Sin ella, la humanidad estaría en harapos. Los niños crecen con los porqués. Hay una edad, cuando sospechan que el mundo es algo más que el envoltorio que les ampara, en que ametrallan a preguntas y cada respuesta viene replicada con un nuevo por qué, en un encadenado que, a menudo, acaba con la paciencia de los padres. Cuando ocurren cosas para los que no estábamos preparados, cuando un acontecimiento nos desborda porque hace saltar añicos las protecciones físicas y mentales que nos hemos ido construyendo, recuperamos las pulsiones infantiles y acudimos, de nuevo, al por qué. ¿Por qué matan? ¿Por qué a nosotros? ¿Por qué motivos? Con la esperanza de encontrar una respuesta que nos devuelva a la calma.
¿Por qué matan? ¿Por qué un joven sin atributos precisos puede convertirse en un terrorista suicida dispuesto no sólo a matar si no a matar muriendo? ¿Por qué? “No tengo respuesta, no sé si se la hay, quizás alguien la tiene”, dice la novelista Scholastique Mescasonga, que perdió 27 familiares, entre ellos su madre, en el genocidio de Rwanda. Y añade: “¿de qué servirá la respuesta si la pregunta es el Hombre?” La matanza indiscriminada es pensable: no para asumirla con fatalidad sino para responder a ella con exigencia moral y lucha ideológica. Son humanos como nosotros: Sí. Hay causas económicas, sociales y políticas que crean las condiciones para que estos comportamientos sean posibles: muchas. Y hay personas que especulan con estos comportamientos en beneficio de determinados intereses: también. Todas estas cosas son ciertas y hay que buscar respuesta a todos los porqués. Pero sin que este afán de objetividad explicativa sirva ni de exculpación ni de justificación, ni nos sitúe en la banalizadora tendencia a colocar todas las ideologías y creencias en el mismo plano. Estamos ante un problema que requiere no olvidar la perspectiva moral: el mal existe.
Con los porqués, buscamos sentido a la tragedia, porque nada nos agobia más que el sin sentido. Sobre la naturaleza de los atentados, poco a añadir: el proceso de transformación de un joven en asesino a partir de la búsqueda de reconocimiento está descrito. Puesto que Dios todavía existe, todo está permitido. Matar en nombre de Dios es la máxima expresión del nihilismo: no hay límites, en su nombre todo es posible. “Es blasfemia”, ha dicho el Papa Francisco. Y lo celebro viniendo de una Iglesia que se hartó de matar en nombre de Dios. Sin ir más lejos, es una pena que los papas de la época no consideraran blasfemo el apoyo de la Iglesia católica a los crímenes del franquismo.
He recordado estos días un artículo de Martín Amis sobre el 11-S. En el citaba un eslogan de los talibanes: “Arrojad la razón a los perros”, para decir “Aplastad la razón, acabad con ella y cualquier cosa parecerá posible”. O sea, sin la razón todo está permitido. Porque ir más allá de la razón significa “trascender los confines de la ley moral”, “entrar en el universo ilimitado de la locura y la muerte”. Por eso, decía, Martin Amis, lo peor que se puede hacer frente al yihadismo es dar una respuesta de creyente, como hizo Bush.
Por eso me preocupa el relato del por qué en manos de los dirigentes políticos. Hay una sobreactuación que invita a pensar en un ejercicio de quíntuple ocultación. De un mundo cambiante, en que los humillados de ayer desafían de mil maneras y con instrumentos heredados de nosotros al autocomplaciente poder europeo y occidental. De los circuitos de intereses, dinero y armas que mantienen a Occidente atrapado en la red de las monarquías del golfo y de siniestros personajes como Erdogan. De la cadena de errores estratégicos que de Irak a Siria y Libia han alimentado el volcán. De la incompetencia en la coordinación política y policial en la propia Europa. De la impotencia para dar una perspectiva política a los ciudadanos que se movilizaron en enero cuando el atentado a Charlie Hebdo. Paolo Flores d'Arcais lo resume en una pregunta: ¿por qué el gobierno francés no quiso traducir en acción institucional la revuelta moral de los ciudadanos, por qué en un año los gobiernos occidentales no han hecho nada políticamente hablando?
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