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‘Invitados’ al Valle de los Caídos

La historiadora Queralt Solé ‘exhuma’ más nombres de gente de Cataluña cuyos restos fueron trasladados al mausoleo franquista

Carles Geli
Soldados de la 'Quinta del Saco', en 1938, en una imagen inédita de Francesc Boix.
Soldados de la 'Quinta del Saco', en 1938, en una imagen inédita de Francesc Boix.FRANCESC BOIX

Podían ser en urnas individuales, pero mayormente era en cajas de pino de medidas predeterminadas por el Estado, muy sencillas y de baja calidad, pintadas de negro, con letras y numeración blanca y grande, y en las que se podían depositar los restos de 15 personas juntas, eso sí, sin saber quién era quién ahí dentro. Las credenciales venían en un listado que configuraban los ayuntamientos donde ponían nombre y apellidos y rango, fecha de la muerte y la de inhumación. Eso si eran del bando vencedor; si se provenía de fosas comunes de soldados o civiles republicanos, las cajas se llenaban sin lista correspondiente y los restos sin identificar, ni tampoco su número…

De esa guisa era la indumentaria que había que llevar para la sorprendente invitación que en mayo de 1958 el Gobierno franquista hacía a los que quisieran trasladar los restos de sus familiares combatientes en la Guerra Civil al Valle de los Caídos, en Cuelgamuros. En un ataque de generosidad cristiana, lejos del espíritu primero con el que fue creado el mausoleo, no importaba de dónde era la víctima, si del ejército franquista o republicano, “con tal de que fueran de nacionalidad española y de la religión católica”, rezaba el comunicado.

Por el libro de registro de los monjes benedictinos se puede saber que en el Valle de los Caídos hay inhumados los restos óseos de al menos 33.847 personas, de las cuales unas 6.000 procederían de Cataluña. La labor administrativa del proceso no fue especialmente chapucera pero aún así había tanto papeleo que se extraviaron listados. Hoy se conocen los nombres y su filiación de algunos miles más procedentes de Cataluña, los extraídos desde los cementerios tarraconenses de Batea y Horta de Sant Joan, gracias a la labor de rastreo de la historiadora Queralt Solé. Una documentación inédita que, junto a imágenes del frente hasta ahora nunca vistas del entonces con 17 años y después fotógrafo de Mauthausen, Francesc Boix, conforman algunas de las perlas de Guerra i revolució: 1936-1939, tercer y último volumen de la colección La Segona República a Catalunya, que edita Ara Llibres. Análisis del periodo desde la perspectiva actual del cabeza de lista de Junts pel Sí, Raül Romeva, y del historiador Josep Fontana, entre otros, redondean la oferta, una colección de la que han vendido hasta ahora 1.600 ejemplares de cada entrega.

“Los archivos municipales y locales son una mina por explotar: a finales de los años 50 y 60 se explica detalladamente a las autoridades cuántas fosas hay en las localidades tanto de rojos como de franquistas y todo eso tenía que haber llegado al Valle de los Caídos y después quedarse en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, pero de Horta de Sant Joan, que había sido un centro importante de la retaguardia franquista, vi que no había llegado información e investigué”, rememora Solé la génesis de su hallazgo. Ahí y en el de Batea encontró de todo, incluso el certificado oficial del Valle de los Caídos (“con papel de pergamino y entintado en color”) que nunca llegó a los familiares de los trasladados.

La locura era lejana. En 1937, previendo o deseando que la guerra sería larga, Franco dictó normas para enterrar en zanjas militares a sus soldados (medio metro de distancia entre los cuerpos; nombre y filiación del caído que se introducía en una botella de vidrio que debía ir al lado de la cabeza o a los pies del difunto, papeles que Solé ha hallado en Batea…) y poco después, instigado o no por otros, pensó en el Valle de los Caídos para los victoriosos. Al año de acabada la contienda, el 1 de abril de 1940, se aprobaba el decreto para la creación de una basílica, un monasterio y un cuartel de juventudes en Cuelgamuros, en la sierra de Guadarrama. . Franco en persona, el mismo día de la aprobación del decreto, como recuerda Solé, provocó la detonación de dinamita que empezó a agujerear la roca.

Franco visita, junto a su esposa Carmen Polo, las obras del Valle de los Caídos en 1940.
Franco visita, junto a su esposa Carmen Polo, las obras del Valle de los Caídos en 1940.EFE

Las obras habían de durar un año pero, como el mismísimo franquismo, se eternizaron: tardaron 20. “Eso se tendría que trabajar, pero es seguro que hubo una cantidad bestial de chanchullos y de falta de material que se derivaba para el estraperlo y otras operaciones”, apunta la historiadora. La maduración del proyecto hizo que a mediados de 1958 se hiciera la invitación a depositar los restos en el mausoleo a todos los combatientes españoles y católicos. Camiones militares recorrían la geografía española transportando cajas negras con cuyos restos se iba a rellenar el Valle de los Caídos, que se inauguraría el 1 de abril de 1959, exactamente a los 20 años del final de la guerra y a 19 de la publicación en el BOE de la orden de su construcción.

El de Franco fue, de nuevo, un éxito relativo, según Solé: de las casi 34.000 personas ahí enterradas, calcula la historiadora que unas 28.000 eran franquistas de todas partes de España y que sólo unas 5.000 eran republicanas. De los 6.000 procedentes de Cataluña, la mayoría eran franquistas, soldados que cayeron en la batalla del Ebro y en el frente del Segre. El proceso de admisión se alargó también: iniciado en 1958, el último en entrar en el Valle de los Caídos lo hizo en 1983. Fue un catalán, Juan Álvarez de Sisternes, de Vilafranca del Penedès, de la que fue alcalde desde 1925 a 1930, durante la dictadura de Primo de Rivera. “Lo solicitó la familia, pero la gran sorpresa para las autoridades franquistas fue que hubo muchos menos peticiones de lo que esperaban. En muchos casos los llevaban allí sin conocimiento de la familia: si no decían nada, funcionaba en plan silencio administrativo, pero al revés; en algún caso, incluso pasó lo contrario: cuando sabían los familiares que tenían a alguien enterrado ahí, decían que no lo tocaran que se lo llevarían ellos; eso ocurrió con algunos de los fusilados en Paracuellos o con carlistas de aquí en Cataluña”.

El de las fosas es un tema también mal cerrado en España. A Solé le consta que fuera de algunos camposantos catalanes “quedan cementerios de moros, que decían ellos; eso es así en Prades, y en Manresa hay algunas lápidas”, dice quien no tuvo excesivos problemas para consultar los fondos del Archivo General de la Administración pero sí en algún municipio catalán, uno de los cuales, que no quiso desvelar, no le dejó acceder a esa información. “Lo del Valle de los Caídos es un tema del pasado pero de futuro: ¿Qué se hace con eso? Tienes ahí al menos 34.000 personas si no más, a Franco y a José Antonio Primo de Rivera, hay una iglesia, forma parte del patrimonio público pero tiene consideración de cementerio… Y lo regentan unos benedictinos que no tuvieron muy buenas relaciones con sus hermanos de Montserrat”, deja caer la historiadora. ¿Otra fosa abierta?

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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