El Titanic atraca en Madrid
Una muestra con más de 200 objetos originales reconstruye la historia del barco
La historia del Titanic, el barco más famoso de la historia, son muchas historias a la vez. La de cómo el orgullo de los seres humanos se vio hundido por las infuerzas de la naturaleza. La de cómo la pugna empresarial entre compañías navieras llevó al desastre. La de muchos héroes, muchos ineptos y muchos cobardes. Y, sobre todo, la de más de 1.500 personas que en la medianoche del 14 de abril de 1912 murieron engullidas por aguas del Atlántico Norte.
El transatlántico británico de la compañía White Star era el más grande del mundo y un prodigio de la ingeniería de la época, sin embargo, en la exposición Titanic, the exhibition, que se puede visitar desde hoy hasta el 6 de marzo en el Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa, no se habla de estas cuestiones técnicas, sino de algunos aspectos de la vida de algunos de sus 2.224 pasajeros. Solo sobrevivieron 710.
Se les conoce a través de objetos que han sido recuperados del desastre o reconstrucciones de diferentes estancias del navío; escucharemos sus peripecias a través de una completa audioguía o de su propio puño y letra, en cartas rescatadas. “No es nada pequeño”, escribe el pasajero sueco Carl Robert Carlsson, “es realmente maravilloso (...) El barco es tan grande que apenas se mueve con olas tan grandes como casas (...) De haber sabido que todo iba a salir tan bien hubiera traído a Anna conmigo”,añade. Todavía nada hacía presagiar el naufragio. Carlsson murió en el océano. Su cuerpo nunca fue recuperado.
“El objetivo de esta exposición es generar empatía”, explica Luis Ferreiro, director de la empresa promotora Musealia, durante la “botadura” de la exposición. “Hemos querido seleccionar los objetos originales que tienen una historia humana. Cada uno tiene su voz histórica, son los únicos testimonios reales de los visitantes que nos quedan. Y los exponemos de la forma más sencilla posible”.
En total son unos 200 objetos que se distribuyen en una superficie de 1.500 metros cuadrados. Entre ellos se pueden ver grandes fotos de los pasajeros, maquetas del buque y hasta tocar una simulación de un iceberg, para hacernos a la idea de las bajas temperaturas a las que se enfrentaban los que se arrojaban al mar desesperados. Era imposible sobrevivir más de 20 minutos en aquellas aguas.
Siempre ha habido clases, y en la exposición se pueden comprobar los contrastes entre la opulencia de los camarotes de primera y la austeridad de las literas de tercera clase. Pero no viajaban pobres en el Titanic. “El pasaje más barato costaba ocho libras, el equivalente al alquiler de un piso, así que no todo el mundo podía permitírselo”, explica el historiador y comisario Claes-Göran Wetterholm. “Además no estaba permitido la emigración a los Estados Unidos si no se disponía de medios para sostenerse. Así que aquí viajaban muchos profesionales que habían ahorrado para el billete”.
¿Es fiable la película de James Cameron de 1997 protagonizada por Leonardo di Caprio y Kate Winslett? “Es desde luego la mejor película que se ha hecho sobre el Titanic”, dice historiador, “pero todo lo que se cuenta es falso”.
Aquí podemos conocer la verdadera historia de las personas reales que inspiraron la ficción: Kate Phillips, de 19 años, se enamoró del dueño de la tienda de dulces en la que trabajaba en Worcester, Henry Morley, 20 años mayor, y decidieron ahorrar para fugarse al otro lado del charco en el Titanic. Igual que en el filme, él murió en el naufragio y ella sobrevivió, embarazada de una niña concebida durante los cuatro días que había durado el viaje y que nació en 1913 con el nombre de Ellen. En esta exposición se puede ver la joya original sobre la que se inspiró la película, el “corazón del mar”, aunque con una forma bien distinta a la que tuvo en la gran pantalla.
Españoles a bordo
Otras piezas singulares son el camisón que llevaba Carolina Byström en la noche de la catástrofe, parte del atuendo del tercer oficial de a bordo, el anillo de la pasajera Gerda Lindell o relojes parados a la hora exacta del naufragio. También hay representación española: la del matrimonio Peñasco, Víctor y María Josefa, una adinerada pareja que se había casado en 1910 y se encontraba realizando una larga luna de miel de año y medio de duración.
Eran dos de los 10 españoles que se encontraban a bordo. La madre de Víctor tenía malos presagios y les pidió que no tomarán ningún barco. Para no preocuparla, el feliz matrimonio le pidió a un mayordomo que le enviase a la madre una postal desde París a diario. Viajaron en primera clase. “Pepita, que seas muy feliz”, fueron las últimas palabras que Víctor le dijo a su esposa cuando la subía al bote salvavidas. Él falleció y ella salió con vida.
Mientras todo esto ocurría, la legendaria orquesta del Titanic seguía tocando alegres melodías. En la exposición se ve cómo ya en la época se sabía sacar provecho comercial de esta historia. Algunas partituras se vendían con el siguiente reclamo: “Nearer my God to thee. ¡Más cerca de ti, Dios mío! Ejecutada por la banda en el trágico momento del hundimiento del Titanic. Versión castellana”.
Como colofón una sala en la que se pueden leer los nombres de las 1.500 personas que no regresaron de este viaje, clasificadas en las tres clases y la tripulación. “Al menos podemos pensar que sus muertes no han sido en vano”, dice Ferreiro.
Después del accidente se crearon varias comisiones de investigación y los protocolos de seguridad en el mar, ya obsoletos (faltaban botes salvavidas y la tripulación no estaba entrenada para emergencias), fueron puestos al día.
“El Titanic está muy presente en nuestra cultura: cada semana han aparecido libros nuevos durante los últimos 30 años, además de las películas, documentales...”, concluye el comisario, “al final, la promesa de la naviera White Star resultó ser cierta: el Titanic era insumergible”.
Los calcetines perdidos y otras historias
El sueco Malkolm Joakim Johnson regresaba a Estados Unidos tras un intento de comprar la granja familiar en Suecia, sin éxito, y, según confesó a su hermano, llevaba su fortuna escondida dentro de sus calcetines, para no levantar sospechas. Cuando sus familiares recuperaron su cuerpo descubrieron con sorpresa que no llevaba calcetines bajo las botas. El dinero nunca se recuperó. Eso sí, la sitting card, una tarjeta necesaria para sentarse en el comedor, se puede ver en la exposición. Solo se conservan tres, así que es una pieza de especial relevancia.
El matrimonio Lindell consiguió ahorrar durante cuatro años el dinero necesario para viajar en el Titanic, gracias al trabajo de Edvard como capataz en una fábrica de zapatos. Ya podían comenzar una nueva y esperada vida en los Estados Unidos. En el momento del naufragio el matrimonio se arrojó al mar e intentaron alcanzar uno de los botes salvavidas. Edvard consiguió subir pero su esposa, ya agotada, no consiguió hacerlo. Una de las versiones, tal vez la más desoladora, dice que Edvard mantuvo a flote a Gerda en todo momento, cogiéndola de la mano, hasta que los dos murieron congelados.
Más historias como estas se podrán conocer en un programa científico y cultural que se desarrollará alrededor de la exposición y que ofrecerá encuentros temáticos en torno al mito del buque: El Titanic y la literatura, El Titanic y el cine, Pecios y naufragios, La comida del Titanic o La memoria del Titanic, al que acudirán familiares de los pasajeros del navío.
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