Una de ‘sang i fetge’ con Muntaner
El Museo de Historia de Cataluña conmemora los 750 años del nacimiento del cronista que relató los hechos vividos al servicio de los reyes catalanoaragoneses
Jaume I, Pere II, Alfonso X el Sabio... La realeza pasaba por casa tan a menudo (“l’alberg de mon pare en Joan Muntaner, qui era dels majors albergs d’aquell lloc e era cap de la plaça”) que el pequeño Ramon Muntaner de Peralada decidió que ligaría su destino a esa pompa y espectáculo que desprendía la fastuosa corte. Como fuera. Y lo hizo de manera especial, como imprescindible funcionario y político que acabaría incluso prestando dinero al monarca (Jaume II de Mallorca), pero también como soldado al cruzarse con la horda de catalanes más temibles y brutales de la historia, los almogávares. Y la narración de sus proezas y tropelías (suyo es el mítico “Desperta ferro!”), así como las 32 batallas “entre de mar i de terra” que él dijo que vivió, le convirtieron en el más famoso de los cuatro grandes cronistas medievales de la literatura catalana (junto a Jaume I, Bernat Desclot y Pere El Cerimoniós).
“Le pone lírica e inventa, claro, pero no lo hace por una cuestión política; si algo nos enseña hoy Muntaner es alertarnos sobre mirarse en exceso el ombligo: los catalanes hemos hecho cosas bien y cosas mal, hemos matado... No todo puede ser autocomplacencia”, apunta el medievalista Stefano Cingolani, comisario de la diminuta pero concentrada exposición El temps dels almogàvers. La crònica de Ramon Muntaner que, hasta el 23 de noviembre, conmemora en el Museo de Historia de Cataluña los 750 años del nacimiento del personaje (1265-1336).
A dos columnas estrechas, letras capitulares y hasta uso de tinta roja a principios de cada capítulo (como mínimo, en el manuscrito incompleto de 1353 que posee la Biblioteca de Catalunya y que se expone), ha llegado hasta hoy el texto de Muntaner, la más larga y popular de las cuatro crónicas. Intuyendo quizá sabiamente de que no se puede escribir hasta que no se ha vivido, no empezó a redactarla hasta el tramo final de su existencia. Lo hizo un 15 de mayo de 1325, hallándose ya bien situado en la corte y los negocios (fue tratante de telas de calidad) y con cierta intención de servicio intelectual como consejero de los monarcas de la Casa de Barcelona.
Con el recurso (un poco manido en la época) del encargo divino (un hombre se le aparece en sueños y le dice que es voluntad de Dios que relate los extraordinarios hechos que había vivido al servicio de los reyes catalanoaragoneses), Muntaner abarcará desde la gestación del mítico Jaume I (1207) hasta la coronación de Alfons el Benigne (1328). Arrancado de su Peralada natural con 20 años por una invasión francesa que era un daño colateral de la guerra que Pere II había iniciado por el control del Mediterráneo, Muntaner irá dejando rastros por toda la geografía de la futura Corona de Aragón. Así aparecerá en Valencia (donde es gestor del siempre generoso botín que se genera en el Norte de África, lo que le vincularía con la trata de esclavos), en Mallorca (donde entre 1286 y 1298 hará fortuna y participa en la conquista de Menorca) y en Sicilia, como destacado guerrero en la defensa de Messina.
Allí, aquel septiembre de 1300 fue crucial en su vida. En el fragor de la guerra conoció a Roger de Flor, joven de origen alemán, hijo de halconero, templario, que para mantener su fortuna se había hecho pirata, llegando a atacar barcos en los puertos de Palma de Mallorca y Barcelona. La admiración del siempre impresionable Muntaner le llevó a convertirse en administrador de los negocios del pirata y a aquél en futuro personaje de su Crònica (“E tornar-vos he de parlar d’un valent hom de pobre afer, qui per sa valentia muntá, a poc de temps, a més que null hom qui anc nasqués (...) car los afers seus qui avant se seguiran foren fets molt meravellosos e de gran cosa, e qui tots són reputats, e deuen ésser, al casal d’Aragon”).
Roger de Flor fue el nexo entre Muntaner y los salvajes almogávares: acabó de “canceller i mestre racional” de la Compañía Catalana comandada por el primero, al frente de unos cuantos centenares de caballeros y unos dos mil (o cuatro mil, según las fuentes) almogávares, que en 36 barcos se ofrecieron al emperador de Bizancio Andrónico II para luchar contra los turcos. En el que es el episodio más popular de su texto, Muntaner no escatima sang i fetge, si bien los protagonistas se lo ponen fácil: los almogávares, en su origen gente ruda de montaña curtida en la batalla fronteriza contra musulmanes y luego mercenarios, combatían con una especie de zamarra y a pie y escasamente armados pero atacaban con gran violencia y por sorpresa y no estaban para reglas de honor: tiraban a los caballeros al suelo y mataban sus monturas. Cuando la traición bizantina y el asesinato de Roger de Flor, Muntaner era el capitán del campamento base de los almogávares en Galípoli, que defendió victorioso de un durísimo asedio. “Ahí encontró el gustillo a lo de la guerra”, fija Cingolani.
Tras abandonar la Compañía Catalana en 1307 (y perder su botín tras ser prisionero y robado por los venecianos) y regresar a la Corona de Aragón (1315), previo paso por Sicilia y ser gobernador de la isla de Yerba, Muntaner aprovechó la estabilidad del reino y la de su hogar (se casó en Valencia con Valençona en 1311 y tuvo tres hijos) para instruirse: sorprendentemente, sólo tenía conocimientos básicos de la Biblia y cuatro cosas de trovadores y narraciones caballerescas. Leyó, pues, más, crónicas y novelas francesas, que quizá le ayudaron a forjar ese estilo lleno de expresiones populares y refranes y esa vocación de texto para ser contado, con su famosa muletilla: “Què us diré?”.
Fallecido en Ibiza de la que era lugarteniente real (batlle) desde 1332, su Crònica, que escribió en tres años, influyó en Tirant lo Blanc y se recuperó con la patriótica Renaixença. Víctor Balaguer escribió una obra de teatro (Los Pirineus) y Àngel Guimerà, Lo camí del sol. Episodios narrados en el texto han llegado a ilustrar cromos de la historia de Cataluña, como los de la Xocolata Juncosa, de 1932. A Cingolani le ha inspirado una biografía de Muntaner (Ramon Muntaner de Peralada, en Base), que desde la que realizara Rafael Tasis en 1960 no tenía una actualizada. ¿Novedades? "Que venía de una familia acaudalada de mercaderes, que era un buen católico pero también un integrista notable, que no era soldado de formación, que trató con esclavos y que volvió a Peralada alguna vez", enumera el autor. Vida de historia novelesca, ciertamente.
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