El pícnic se reivindica
Hasta hace poco, hacer un pícnic era un acto casi accidental. Se apañaba el asunto con unas latas, unas patatas y, si había alguien previsor, algún sándwich empaquetado. A diferencia de otras capitales europeas, que con la llegada del buen tiempo llenaban sus zonas verdes de personas que desplegaban impolutos manteles, abrían cestas llenas de comida, cubertería no aceptable en la clase turista de algún vuelo intercontinental y hasta alguna que otra botella de vino que se servía en copa de cristal, aquí, nuestra pasión por afrontar los ágapes de manera casi sacra, siempre armando un ritual alrededor de una mesa, nos hacía concebir el pícnic como un acto en el que la comida y la comodidad eran algo casi descartado. Los parques eran solo para pasear, correr, o, con suerte, para amarse. Pero esto ha cambiado. Lugares como Magasand (Columela, 4), con fama de ofrecer algunos de los mejores sándwiches de la ciudad, alquilan cestas con productos de la casa para llevarse al Retiro, al Templo de Debod, a Madrid Río o al parque del Capricho. Por su parte, en Matadero se organizan el bicipícnic, que incluye el alquiler de una bicicleta tres horas y una bolsa con comida y bebida.
El auge del pícnic es un paso más en una tendencia hacia normalizar la gastronomía fuera del restaurante o el hogar y sin comprometer un ápice la calidad. Todo arrancó con la normalización de los servicios de take away —hasta hace poco, pedir un inocente café para llevar en un bar cualquiera significaba un problema gravísimo para sus responsables—, o con el auge de la gastroneta, ese vehículo que ofrece elaboradísima comida de calle y que ha seducido hasta a grandes chefs.
El pícnic lleva adherido un espíritu estético. Así, Hermès o Chanel fabrican evocadoras cestas para poder llevar a cabo esta actividad con fotogenia. Hoy, comer bien es tan importante como comer bonito.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.