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ANIVERSARIO DEL PUENTE COLGANTE

122 años de un icono

Portugalete celebra una serie de actos para conmemorar la longevidad de su estructura metálica más famosa

El País
Puente colgante de Portugalete
Puente colgante de PortugaleteFERNANDO DOMINGO-ALDAMA

Portugalete está orgulloso de su puente, el Puente Vizcaya, el primer puente transbordador construido en el mundo de estructura metálica. Situado en la boca del río Ibaizabal, en el punto en el que el estuario navegable de Bilbao se abría al mar hasta el siglo XIX, se inauguró el 28 de Julio de 1893. Hoy cumple 122 años y por eso la localidad le ha homenajeado con una serie de actos y una exposición.

Fue diseñado para enlazar con su gran cuerpo de hierro las localidades de Portugalete y Getxo, una orilla rocosa y escarpada y otra baja y arenosa. Cuando se construyó consiguió facilitar las comunicaciones entre estas dos pequeñas poblaciones balnearias veraniegas sin interrumpir la navegación de uno de los puertos fluviales con más activo tráfico naval de Europa. El Puente Vizcaya fue el resultado genial de la fusión de dos innovaciones tecnológicas diferentes: la moderna ingeniería de puentes colgados de cables, desarrollada a mediados del siglo XIX, y la técnica de grandes vehículos mecánicos accionados con máquinas de vapor.

No obstante, cuando el arquitecto vizcaíno Don Alberto Palacio y Elissague comenzó el desarrollo del proyecto para la construcción de un sistema que uniese las márgenes de la desembocadura del Nervión, realizó un minucioso trabajo, analizando prácticamente la totalidad de las opciones disponibles en la época: transbordador sobre carriles, barcazas y gabarras flotantes y todo tipo de puentes: giratorios, levadizos, basculantes, submarinos, elevados, etcétera. Todos ellos fueron descartados tras su análisis técnico, hasta llegar a la invención del que bautizó como Puente Transbordador Palacio.

Su diseño cumplía con todas las exigencias necesarias, esto es, la posibilidad del traslado de pasaje y carga, que no dificultara la navegación, que tuviera un coste de construcción razonable y que garantizara un servicio regular. Comenzó pues la historia de un símbolo. Una maravilla de la ingeniería de su tiempo, un sueño de hierro laminado que, superando su propio pragmatismo vital y las disputas mundanas, se convertiría en el símbolo de toda una comarca, de todo un pueblo.

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