El pánico ante Podemos
La candidatura unitaria está liderada por un izquierdista relapso y un político profesional del poder
Desde abril se puede visitar en Francia una réplica extraordinaria de la cueva hallada hace 20 años en la zona de l'Ardèche, en Chauvet-Pont d'Arc. Las pinturas en las paredes dejan la boca tonta durante mucho, mucho rato: las dataciones de cada zona de la inmensa cueva prueban que las figuras más complejas están ahí desde hace 35.000 años, más del doble de la antigüedad de las de Altamira y algo menos que las de Lescaux, todas formidables. El dato de veras alucinante es que la cueva fue ocupada unos 6.000 años después, más cerca de nosotros, por otra comunidad homínida que quedó tan boquiabierta como nosotros y decidió no tocar las pinturas y mantenerlas como están hoy. Ante la evidencia de sus peores artes y capacidades, optaron por preservar lo que sus antepasados —antepasados de 6.000 años atrás— habían sabido hacer muy bien, como hacemos nosotros con las pirámides egipcias, más o menos.
En la cueva no había cobertura, y como si talmente hubiese descendido como don Quijote a la cueva de Montesinos, al regresar a la superficie tres días después todo había cambiado, no en cosa de 3.000, 6.000 o 35.000 años, sino en cosa de horas. Regresé a la superficie catalana y a su espuma política y he visto también de nuevo, en los papeles y en las emisiones radiofónicas y televisivas de nuestro ente, las pinturas de hace 35.000 años pero algo más torpes y menos ágiles, o menos convencidas de lo que hacen. Los tipos que pintaron las paredes de Chauvet trazan con perspectiva y escalonadamente el ataque de los leones contra los rinocerontes en huida —se ve hasta el polvo que flota en la galopada— y entre una cosa y la otra comparecen en los huecos y recovecos, en juegos de perspectiva fascinante, usando las sombras de las llamas de las hogueras y el carbón con el ocre rojizo, en torno a 80 mamuts, otros setenta y pico leones y otros setenta y pico rinocerontes, mientras pacen aisladamente unos 50 caballos y unos cuantos osos y bisontes respetando la perspectiva, también cuando van en grupo, y a veces en ángulos útiles para mostrar de frente la vulva de una mujer mientras a la vez el maestro dibuja un escorzo de león. También conmueven esas dos manos, en positivo y en negativo, fijadas a la pared: la de un niño posiblemente, y la de un adulto con el dedo meñique roto. Inocencia y brutalidad, carne, sangre y rito, magia y sacralidad, orden y caza, perspectiva y velocidad.
Deslumbrado por la luz y el calor, busqué recuperar la perspectiva y me leí la crónica de Cristian Segura en torno a la presentación el lunes pasado de la candidatura unitaria liderada por un izquierdista relapso, un izquierdista que no ha hecho una sola cosa de izquierdas desde que hay memoria democrática de ERC, un político profesional del poder que sigue aspirando a conservar el poder y dos presidentas de instituciones de propaganda con lenguaje delirante una y lenguaje contemplativo la otra. Al terminar el acto, vistos con la perspectiva de Cristian Segura, cada uno se fue por su lado, como sucede en la cueva de Chauvet: todo está junto pero todo está entrañablemente separado y cada escena y cada drama se solapa con los otros pero sin perder su propia distancia de intereses y cálculos.
El lunes pasado se presentó una candidatura unitaria liderada por un izquierdista relapso, un político profesional del poder que sigue aspirando a conservar el poder
Aún bajo los efectos deslumbrantes de la réplica de la cueva, la unión desesperada ha sido para mí consecuencia del pánico, otra consecuencia más del pánico que ha desatado Podemos en el plan diseñado por la Generalitat para conservar el poder con la coartada nacional. La única vía para contrarretestar el empuje de la izquierda social y política el 27 de septiembre ha sido la sumisión al rito sagrado del soberanismo y las supuestas izquierdas de ERC y de Romeva, pisoteando a la carrera las diferencias ideológicas. Ambos han regalado a Mas la legitimidad que había perdido como principal y programático protector de los intereses de las élites financieras y empresariales del país y desamparador de las masivas capas de clases medias degradadas a comparsas y espectadores de la caza política. Quizá los topos rojizos que llenan una de las paredes de la cueva de Chauvet sean verdaderamente nuestros ojos estupefactos ante el rito del poder y el pánico a perderlo.
Jordi Gracia es profesor y ensayista
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