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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fragmentación

El bloque soberanista se presentará, por lo menos, con tres candidaturas distintas

Josep Ramoneda

Cataluña va camino de unas elecciones (27-S) en que, por primera vez, entre las ofertas electorales figurará una hoja de ruta para la independencia. Quien vote cualquiera de las listas en que figuren Convergència, Esquerra o la CUP no podrá alegar ignorancia: habrá votado por la independencia. El proceso por la independencia, que tuvo su toque de salida en septiembre de 2012, nació bajo el signo de la unidad, proclamada desde la calle por la ANC y Òmnium Cultural y trasladada a los partidos bajo la consigna del derecho a decidir. Sin embargo, tres años más tarde, el espacio político catalán está en plena fragmentación. Nunca ha habido tantas candidaturas potenciales con posibilidades reales de obtener representación parlamentaria. Y el propio bloque soberanista se presentará, por lo menos, con tres candidaturas distintas, por más que el presidente se esfuerce en rescatar la lista única, reiteradamente rechazada por sus adversarios.

¿Por qué esta fragmentación? Lo fácil es atribuirla a la entrada en liza del factor independencia. Pero es confundir un síntoma del cambio con las causas que lo han provocado. La independencia es una apuesta binaria: o estás a favor o estás en contra. Debería haber generado una polarización electoral. No lo ha hecho, desmintiendo a los que siguen afirmando —Carmen Chacón ha sido la última— que la sociedad catalana “está partida”. Todavía hoy no se dibuja un frente unionista alternativo que pueda relevar al gobierno de la Generalitat si el soberanismo pierde. Políticamente, Cataluña está fragmentada, no partida, que es muy distinto.

¿A qué se debe, entonces, tanto movimiento en la escena política? Vayamos al punto de partida. La movilización civil por la independencia, que la ANC simboliza, nació en 2011, coincidiendo con la aparición de los movimientos sociales del 15-M. Desde procedencias culturales y sociales distintas, ambos respondían a un momento de crisis del régimen político, de falta de expectativas y proyectos colectivos, de profunda crisis social. Unos se agarraron a la independencia como utopía disponible, otros identificaron el pueblo como sujeto político para responder a los destrozos de la austeridad expansiva. La novedad, lo inesperado, fue que, por caminos distintos, ambos abandonaron el terreno testimonial y buscaron la transformación política de sus reivindicaciones. La ANC lo hizo por la vía de la delegación a los partidos; el 15-M a través de Podemos y otros proyectos afines. Pero la coincidencia en el tiempo no es casual, como no lo son sus efectos: lo social y la independencia subieron al primer plano de la agenda política y allí están. Han puesto en un brete al sistema político, han cambiado la agenda, han revolucionado el mapa de partidos y han recuperado para la política a muchos ciudadanos desengañados. La izquierda alternativa ha aprovechado la dejación de la izquierda convencional, (que sigue buscándose a sí misma, atada por sus compromisos con la austeridad) para construirse un espacio; el independentismo lanzó a los partidos soberanistas la consigna de la unidad, que pronto se reveló como difícilmente sostenible en la medida en que, en la coyuntura de crisis económica y social, era casi impensable que el eje independencia/status quo eclipsara al eje derecha/izquierda.

El independentismo es una expresión del cambio de tiempo, no la causa. No hay que descartar que la nueva mayoría no se haga sobre el eje identitario sino sobre el eje derecha/izquierda

Artur Mas vio la oportunidad de hacerse con el liderazgo del proceso, asumiendo la carta de la unidad. Y convocó las elecciones de 2012. Recibió un aviso: el partido genuino de las clases medias no podía salir indemne de las políticas de austeridad: fue la crisis, más que el soberanismo lo que le castigó. Siguió fiel a su estrategia, pero perdiendo compañía en cada paso. La carga que lleva sobre sus espaldas —la historia de Convergència y su patrimonialización de la Generalitat, que la confesión de Pujol recordó a los olvidadizos— es demasiado pesada para que pueda ser el líder carismático que arrastre tras de sí a una mayoría social. El independentismo es una expresión del cambio de tiempo, no la causa. La resistencia a asumir esta distinción está en el origen de los errores de navegación del presidente Mas. Tanto es así, que no hay que descartar una sorpresa: que la nueva mayoría del parlamento catalán no se forme sobre el eje identitario sino sobre el eje derecha/izquierda.

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