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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El principio de realidad

Elevar las expectativas en torno a los nuevos gobernantes sólo tiene un objetivo: acelerar la frustración para que lleguen demediados a las próximas elecciones

Josep Ramoneda

Barcelona es capital. Una semana después, la victoria de Ada Colau sobre Xavier Trías en Barcelona, por una ventaja de 17.000 votos y un escaño sigue acaparado la atención. Lo que pasa en Barcelona tiene repercusión más allá del país y marca a Cataluña entera. Lo ocurrido ha sido excepcional dado el marco de previsibilidad en que se muevan las democracias representativas europeas. Y ha llegado a las portadas de la prensa internacional. Hay precedentes, por supuesto, pero no es habitual que en pocos meses se cree un espiral favorable que lleve a una coalición de grupos surgidos de movimientos sociales, de un partido de larga tradición como Iniciativa y de diversas organizaciones sin apenas historia a llegar en primer lugar en unas elecciones de esta importancia. El impacto del acontecimiento, los temores de sectores sociales poco acostumbrados a que se les dispute el poder, y las expectativas creadas, están dando mucho que hablar. Y están dejando en segunda plano otros datos tanto o más determinantes para el futuro inmediato del país.

Muy sintéticamente señalaré los tres más destacados: la espectacular caída del voto a CiU en el área metropolitana de Barcelona, que pone en duda su pretensión de representar la centralidad de Cataluña y revela su dificultad para propagar su proyecto soberanista más allá de los sectores ya adquiridos a la causa; la pérdida definitiva de la imagen de transversalidad del PSC, que su hegemonía en Barcelona y en las demás capitales catalanas había simbolizado en un pasado muy reciente; y el desplazamiento del independentismo hacia la izquierda, con un espectacular crecimiento de las CUP. A estos datos hay que añadir la entrada del PP en la marginalidad, aunque previsible, es especialmente significativa teniendo en cuenta que es el partido que gobierna España. Y el freno a las expectativas de Ciutadans, que no será decisivo en ninguna parte y que ha quedado lejos de convertirse en el pal de paller del unionismo. Y, como coda, una excelente noticia: el rechazo del electorado a la xenofobia, con la desaparición de Plataforma por Cataluña y la posibilidad de que García Albiol pierda Badalona.

Desde el primer momento, a los nuevos —especialmente a Barcelona en Comú— se les está exigiendo más que a los antiguos

Empieza ahora la fase decisiva de la constitución de las nuevas corporaciones municipales. Y hay que atender al principio de realidad. ¿Qué significa? Principalmente, que hay que construir mayorías estables, bien coordinadas y con proyectos compartidos debidamente explicados a la opinión pública, en torno a los futuros alcaldes. Lo he dicho antes y después de estas elecciones y lo reitero ahora. El mito de que la alcaldía debe ir a la lista más votada no se sostiene. Ha de gobernar quien construya en torno a sí una mayoría suficiente para una acción efectiva. Y este es el empeño que debe guiar estos días a todos los partidos.

Desde el primer momento, a los nuevos —-y en el caso catalán especialmente a Barcelona en Comú— se les está exigiendo más que a los antiguos. Primero, con una presunción de incompetencia que no viene a cuento (como si los demás hubiese demostrado siempre una profesionalidad excelsa. Segundo, exigiendo resultados ya, sin conceder siquiera los tradicionales cien días de gracia. Y tercero, poniéndoles el listón de evaluación a alturas jamás exigidas hasta ahora, como si tuviesen que pasar un examen de habilitación, más allá del voto ciudadano. Elevar las expectativas en torno a los nuevos gobernantes sólo tiene un objetivo: acelerar la frustración, con la esperanza de que llegue demediados a las próximas elecciones y las aguas vuelvan a los cauces tradicionales del sistema corporativo de los partidos de siempre.

Por eso, en Barcelona, o dónde sea que gobiernen las nuevas formaciones, es importante consolidar alianzas firmes. Ada Colau tiene que demostrar en sus primeros pasos que no era una fantasía su pretensión de cambiar las prioridades en beneficio de quienes viven en peores condiciones. Y tendrá que acertar en algunas medidas que la legitimen en este sentido. Pero se equivocará Barcelona en Comú si contribuye a forjar la burbuja de expectativas. Se trata de ampliar el espacio de lo posible, no de anunciar lo imposible. Este es el principio de realidad que debe regir la acción de quienes centran su apuesta en priorizar los problemas concretos de la ciudadanía. De la correlación entre lo que se proponga en firme y lo que se realice dependerá el éxito. Y en este envite todos los partidos de la izquierda deberán asumir sus responsabilidades. El que se pase de listo y piense que se beneficiará de los errores de los demás, se equivocará. Si una coalición de izquierdas fracasa, los beneficiarios serán los conservadores, no el listillo de izquierdas que se haya quedado fuera.

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