Acelerados para vivir con calma
La familia que llevará del albergue de Prat de Comte quiere abrirlo antes de Sant Joan
Núria sale de casa mordiendo la merienda a regañadientes. Está enfurruñada porque le apetecía un bocadillo de jamón pero hoy es viernes y tocaba pan con chocolate. Núria tiene seis años y es la benjamina de los Fibla-Salvadó, la familia que se ha adjudicado la gestión del albergue promovido por el Ayuntamiento de Prat de Comte para traer nuevas familias al pueblo. “Nada de iros de discoteca, ¡eh!”, avisa Eva, la madre, al grupo de niñas que esperan en el portal. “Qué va, nos vamos al parque a jugar”, dice Andrea, la mayor de la panda. Solo hace dos semanas que han llegado a Prat de Comte, municipio de la comarca de Terra Alta con poco más de 160 vecinos, y a Eva y a su marido Isaac ya les conoce todo el mundo. También a Roger y a Guillem, sus otros dos hijos, de 9 y 7 años, que no paran de hacer piruetas con las bicicletas delante de Ca la Jepa, el albergue municipal que se ha convertido en el nuevo hogar familiar.
Cajas, sacos de cemento y botes de pintura se amontonan dentro de la grandiosa casona. El comercial de una casa de bebidas toma nota de lo que podrían ser los primeros encargos para ir llenando neveras. Los trabajos para remozar la residencia, con capacidad para 60 personas, van a contrarreloj. “Queremos abrir antes de Sant Joan”, dice Eva. “Recuerda que el lunes no venimos, es fiesta local”, le apunta un albañil. Habrá que tomárselo con calma.
Cuando el Consistorio, asustado porqué la escuela se había quedado con menos de media docena de alumnos y se temía por el cierre, abrió el plazo para licitar la concesión de unos cuantos negocios de titularidad municipal, las solicitudes se amontonaron en las oficinas del consistorio. El alcalde, Joan Josep Malràs (CiU), insistía en qué se daría prioridad a familias que tuvieran niños en edad de escolarización y, a medida que el correo se le iba saturando, fue incluyendo nuevos requisitos. Las bases del concurso terminaron por exigir “solvencia económica, financiera y técnica o profesional” y “una garantía de 3.000 euros”. El alquiler del albergue son 250 euros mensuales durante los dos primeros ejercicios y hasta 450 euros a partir del cuarto año. Muchos de los aspirantes que se llegaron a desplazar hasta este recóndito rincón a los pies de los Ports de Beseit eran gente con niños, incluso con muchos niños, pero con pocos recursos económicos. El 99% de los 700 solicitantes terminaron por renunciar. No fue el caso de Isaac y Eva, ingeniero de telecomunicaciones, él, filóloga, ella. Los dos son profesores en un instituto de Tortosa (a 28 kilómetros).
“Trabajamos mucho para presentar un buen proyecto”, cuenta él para argumentar que nunca se angustió por la posibilidad de perder el concurso. Cuando supieron que les habían concedido la gestión del albergue no dudaron en hacer las maletas y subirse para el pueblo. Ni que fuera a costa de cambiar a los muchachos de escuela a tan solo unas pocas semanas por finalizar el curso. “Si hubiésemos esperado a que terminaran el curso y nos hubiésemos mudado en julio, para los niños habría sido llegar y pasarse el día de fiesta, jugando y en la piscina. No se hubieran hecho a la idea de la realidad. De esta manera, se mezclan con el pueblo y conocen a sus compañeros de escuela”. De hecho, el colegio no se ha convertido en feudo familiar por poco porqué de una tacada ha crecido de cinco alumnos a ocho.
“Ellos están encantadísimos”, dicen los padres señalando a los chiquillos. Han pasado de atender la lección en una clase con treinta alumnos a recibir atención casi personalizada. “Hemos dado el paso para que a nuestros hijos les vaya bien la vida”, añaden. No es que antes les fuera mal, coinciden Isaac y Eva. “Pero vivían demasiado acelerados. Colegio, música, deberes, coche y prisas. Llegamos a pensar ‘pobres, les vamos a quemar en diez años”, relatan. “Para los niños es una aventura. Cuando les explicamos que nos presentábamos al concurso les contamos que era como comprar un billete de lotería y que no sabíamos si nos tocaría”, recuerdan.
La calma que puedan tener Roger, Guillem y Núria se les puede resistir a sus padres porqué, durante el primer año, tienen el compromiso de tener abierto los 365 días y, además, deberán compaginarlo con su trabajo de profesores. “Queremos arrancar abriendo cada día porqué la gente que lo llevaba antes hacía un poco lo que quería y nunca se sabía cuando el albergue estaba abierto o cerrado”.
Si se cumple lo que les han anunciado amigos y familiares, gente para echar una mano no va a faltar. “Se lo han tomado muy bien y nos han dicho que cada dos por tres los vamos a tener por aquí de visita”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.