Un empresario hecho a sí mismo a base de adrenalina
Raúl López, un hombre de fuerte carácter, logró expandirse por toda Europa desde una pequeña empresa de un pueblo de Lugo
Asume su fama de empresario hecho a sí mismo de fuerte carácter. Raya a veces la chulería. Acostumbra a dar voces en público, ya sea para abroncar a empleados, socios, árbitros o jugadores de baloncesto, su otra pasión. Ninguno de sus colaboradores se ha librado de un rapapolvo, incluso de madrugada. Unas salidas de tono que le valieron no pocos desencuentros, enfados, portazos. “Tengo mi manera de ser, para bien y para mal”, resumía en una entrevista Raúl López, cuando, tras tomar las riendas del Obradoiro, el club compostelano de baloncesto, ya empezaban a crecer los reproches por su gestión excesivamente “presidencialista”, una imagen que él reconoce que "transmite" pero que asegura que no es real.
Pero lo cierto es que así lo indica su trayectoria profesional. Es obra suya, y solo suya, haber convertido la pequeña empresa de transporte de viajeros por carretera que su padre creó en los albores de la Guerra Civil, con una sencilla camioneta, en un conglomerado, el grupo Monbus, que supera el millar de empleados, una flota de 2.000 vehículos y una facturación anual de nueve cifras (más de 100 millones de euros en 2010). “Somos la empresa de transporte con capital 100% español que más factura y más presencia tiene dentro y fuera” del territorio nacional. Y ahora también, tras una fuerte apuesta por expandirse por Europa, con rutas en todo el continente, presume.
A sus 65 años, está al frente de 60 sociedades, la mayoría de transporte por carretera, aunque también se diversificó con una agencia de viajes, Hemisferios, abriendo rutas fluviales como la del catamarán turístico que recorre los cañones del Sil, o haciéndose con la gestión en Santiago, bajo la controversia y las sospechas, del Palacio de Congresos y de la concesión de los autobuses urbanos, entre otras. Las compró a un exsocio de adjudicatarias de contratos públicos, el hoy encarcelado exlíder de la patronal española Gerardo Díaz Ferrán, en medio de acusaciones de haberle ayudado a vaciar patrimonialmente el grupo Marsans. López nunca fue citado por el juez de aquella causa, ni tampoco por el sumario de la Pokémon, en el que Aduanas le señala como beneficiario de un concurso a medida diseñado por un antiguo edil de Santiago. O de haber pagado gastos del Obradoiro con dinero que una concesionaria municipal le dio “como acuerdo” con el gobierno local.
López tenía apenas 25 años cuando en 1975, tras sus pinitos empresariales con una autoescuela, tomó el relevo de su padre al frente de la empresa familiar nacida, como él, en Sarria, etapa lucense del Camino de Santiago. Con un innegable sentido del negocio, sabía que el de su padre tenía futuro. Máxime tras instituirse como un derecho el transporte escolar gratuito, punto de partida de la expansión de Raúl, Sarria, nombre inicial de Monbus, que fue casi inmediata y ha continuado hasta hoy. Dos años después, compra el entonces líder del sector en Lugo. En la década de los noventa, emprende con otros socios rutas entre Galicia, País Vasco y Barcelona. Y con el cambio de siglo y la compra del veterano Castromil, faro del transporte en Galicia, se hace no solo líder en su tierra natal sino, a finales de la década, en uno de los grandes del sector en España. Nada menos que 61 millones desembolsó en 2008 por el entonces gigante nacional La Hispano Igualadina. Poco antes empezó a jugar fuerte en Europa, otro de sus empeños, al hacerse con Eurolines, que aglutina 32 sociedades, y Deutsche Touring, lo que amplió su presencia a todo el continente.
Pero sus mayores alegrías y disgustos fueron en una cancha de baloncesto, presidiendo primero el Breogán de Lugo, que compitió en ACB, y, desde 2010, el Obradoiro. Fue también vicepresidente del Celta de Vigo. “Ganar sufriendo también es bonito”, dijo tras una temporada especialmente tensa. A López le sube rápido la adrenalina. Como cuando, en los ochenta, al perder un usuario su bus de Lugo a Santiago, cogió su coche para llevarlo hasta Guntín, donde logró detener el autocar. Para ello, no dudó en superar los 150 km/h por una carretera que apenas permitía la mitad.
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