El jinete del tigre
Su aspiración es que Cataluña sea un Estado igual a otros que nacerían tras la redistribución del poder en una Europa realmente federal
“La racionalidad, en política, no lo es todo”. Artur Mas confiesa dejarse llevar por un impulso natural de actuar en el instante último de tomar decisiones. “Lo consulto todo mucho y decido todo muy solo”. Desde esta soledad impulsiva, describe su carrera política como una sucesión de apuestas arriesgadas. Él se ve de forma diferente de quienes lo ven como un político pragmático, casi calvinista. Afirma no tener miedos, “quizás porque soy generoso, si se me permite, porque no calculo al 100% las consecuencias personales de mis actos políticos”. Fue el delfín de Pujol cuando su partido solo quería ser el pal de paller, perdió la presidencia por dos veces, prefiriendo la oposición al abandono, se instaló por un tiempo en la Casa Gran para refundar el catalanismo y ahora cabalga el tigre soberanista, a pesar de no identificarse con el independentismo avant la lettre.
“Lo que yo no he hecho es defender un proyecto minoritario condenado al fracaso, simplemente por la pureza de la idea”. Pero planteada la oportunidad, está dispuesto a sacrificarse por ver nacer un Estado catalán, aunque sospecha que no todos sus aliados harían lo mismo. Cree que el principal enemigo del Proceso está en casa, se llama ideología y es hija de un país que habría perdido el sentido de la política con mayúsculas hace 300 años. “Nos enfrentamos a gente que sí sabe hacer política; el Estado tiene muy claras las prioridades; aquí, nos perdemos en capillitas, en discusiones eternas, nos cuesta identificar el nervio de la cuestión”.
Mas tiene cuatro ideales: la libertad para Cataluña; un país culto y cívico; un país tolerante y justo, y un país creativo
“Yo no estoy en política para librar el combate entre derecha e izquierda, si solo fuera eso, estaría en el mundo privado”. Todo parecía empujarle a continuar con la tradición empresarial de los abuelos y del padre; se formó específicamente para ello, en un ambiente familiar ajeno a la política en general y al nacionalismo en particular. Trabajó durante algún tiempo en la Administración de la Generalitat, llegando a jefe del servicio de ferias. En esta etapa conoció a Lluís Prenafeta, director general de la Presidencia, quien le dejó dicha una reflexión de cabecera: “En la política te harás más sabio que rico. Es la única profesión en la que nadie te defenderá, aunque te arrastren por la calle”.
A pesar de tan negro presagio, debutó como profesional independiente en la candidatura de Josep Maria Cullell a la alcaldía de Barcelona, en 1987. “Jordi Pujol ha sido mi padre político y no reniego de ello por los errores que haya podido cometer posteriormente, pero yo entré en política porque me convenció Cullell.” Cuatro años más tarde, ingresó en CDC, a través del sector socialdemócrata, aunque esto no tenga mayor relevancia para él; lo hizo por el carácter nacionalista de la formación.
La tensión jerárquica entre ideología e ideales está siempre muy presente en su discurso. Hace poco advertía: “A menudo, un exceso de ideología esconde una falta de ideales”. Él es más de ideales; tiene cuatro: la libertad para Cataluña; un país culto y cívico; un país tolerante y justo, y un país creativo. Podría definirse como un nacionalista que ha ejercido más de observador de la evolución social del sentimiento soberanista que de instigador de la misma. “El hilo conductor de mi pensamiento es querer siempre el máximo grado de ambición nacional posible”. Y este grado máximo es la independencia. La imagina menos clásica que los clásicos; utiliza poco el término, tal vez para no confundir el nuevo Estado con el viejo modelo estatal, definido por la moneda, el ejército o la política exterior. Un día, dijo en TV-3: “No nos conviene plantear las cosas en términos de independencia total, puesto que desapareceríamos de Europa y del euro”. Su desiderátum, como federalista europeo, es que Cataluña sea un Estado igual a otros Estados que aún no existen pero que podrían nacer a partir de la redistribución del poder en una Europa auténticamente federal.
No nos conviene plantear las cosas en términos de independencia total, puesto que desapareceríamos de Europa y del Euro
Artur Mas llegó a compartir el objetivo independentista tras diversas aproximaciones conceptuales al derecho de decidir, después de presenciar cómo el soberanismo alcanzaba el punto de inflexión gracias a la sentencia contra el Estatuto, hasta asumir como suya la aceleración del proceso originada por las manifestaciones multitudinarias de las últimas Diadas. Sin embargo, no se lleva a engaño: “No hemos llegado aún al punto de maduración, porque todavía no hemos podido celebrar un referéndum para cumplir la primera condición sine qua non: comprobar la existencia de una mayoría social favorable. Esto pasará el 27 de septiembre, en todo lo que que de mí dependa".
“El país debe estar preparado para gestionar el éxito de la operación soberanista o para gestionar el fracaso”. Él dice estarlo, aunque su mayor preocupación no es por el resultado de las elecciones que quiere plebiscitarias, para cumplir la promesa de la consulta que no pudo ser, a pesar de estar querellado por ello. Lo que más teme es la paralización del proceso por culpa de las diferencias entre los propios aliados. “El Estado sabe que ahora este es el tema; aquí lo queremos todo y todo al mismo tiempo; esto es de niños de casa bien, malcriados”. La corrupción forma parte de este todo y es el factor de discordia más serio que separa a CDC y ERC. “Esto no será una causa, será una excusa”, asegura. Se ha mostrado de acuerdo en combatirla, acepta tener pendiente la mejora del sistema de financiación de los partidos, “pero no podemos aceptar que esto sea una losa que impida plantearnos el futuro, porque entonces caemos en la lucha partidista y así no se construye nada”.
Aunque prefiere no adelantar acontecimientos, tiene muy claro que “no habrá independencia reconocida sin negociación”. Lo primero, sin embargo, es comprobar si existe o no la mayoría electoral indispensable. De existir, sabe que deberá gestionar el factor tiempo, relativizando las prisas actuales. “Hasta ahora han sido un estímulo pero pueden ser una mala consejera si nos obliga a tomar decisiones precipitadas”. Este es su plan, presentado en tono presidencialista hace unos meses, discutido por sus socios más predispuestos a quemar etapas. “No tengo sensación de soledad, al contrario; pero echo en falta la capacidad de traducir políticamente este amplio espectro social”. “Yo me la volveré a jugar”. En esta circunstancia, jugársela equivale a llamar a la desobediencia de la legalidad vigente. “No me gusta la confrontación, no me hace ninguna ilusión, si lo puedo evitar lo haré, pero si chocamos con un Estado que nos niega, si no estamos dispuestos a tomar las armas, si este Estado no va a desaparecer, si no podemos negociar…”
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