¿Más importante curar que cuidar?
Invertimos muchos recursos públicos en sanidad para atender a personas que estarían mejor en un ámbito sociosanitario
En el punto en el que estamos, no basta con tratar de gastar menos en las políticas sociales. No podemos limitarnos a modular a la baja las respuestas. Estamos obligados a repensar las preguntas. Un buen ejemplo lo tenemos en que todo parece indicar que viviremos más años, sin que el índice de nacimientos compense esa mayor longevidad. El que vivamos más años es una buena noticia. Lo que necesitamos es ver como afrontamos lo que ello implica. Una consecuencia evidente es que habrá más personas capaces y experimentadas, y por tanto deberíamos ser capaces de aprovechar mejor esa potencialidad de personas que llegan a la vejez en muchas mejores condiciones que antaño. Pero, quiero apuntar ahora a otra dimensión de este gran cambio. Necesitaremos más capacidad de cuidado y de atención personalizada a un gran conjunto de personas que envejecerán de manera diversificada, y que nos plantearán distintos grados de autonomía, carencia, cronicidad y, por tanto, distintas trayectorias y necesidades vitales. Y esa labor de cuidado está hoy básicamente en manos de personas (casi siempre mujeres) que no reciben reconocimiento ni compensación alguna por su labor y que tienen crecientes dificultades en seguir haciendo esa tarea en un entorno de deterioro de las condiciones laborales y de alteración de las estructuras familiares.
Las políticas sociales que tenemos fueron pensadas desde otras coordenadas sociales y laborales. Junto a las pensiones, el subsidio de paro y la atención sanitaria (entendidos como puntos fuertes de la intervención pública), se fue construyendo un sistema de prestaciones y servicios sociales que tenían una lógica no universal y disponían de menor protección o garantía. Hoy hay un conjunto abigarrado de administraciones (estado, CCAA, diputaciones, municipios) y otras entidades (tercer sector, empresas,…), con un complejo e intrincado abanico de atribuciones, conciertos y convenios. Así como en salud, la cartera de servicios y las responsabilidades son bastante claras, en el campo de los servicios sociales reina la confusión. Por otro lado, en sanidad se ha ido construyendo una red potente de corporaciones profesionales, industria tecnológica y farmacéutica y unidades de gestión con notables capacidades. Sin ser perfecto, es evidente que en el campo sanitario, hay sistemas de información potentes, articulados y que cuentan con comunidades técnicas que sistematizan avances, actualizan contenidos y evalúan programas e inversiones. No es el caso de los servicios sociales, ya que a la propia fragmentación del sistema, se une la dispersión de competencias profesionales, la precariedad de las unidades de servicio, que no cuentan (con las excepciones de rigor) con la escala suficiente para invertir adecuadamente en actualización y mejora de la gestión.
¿A qué viene todo ello? En estos momentos el reto (como señala Fernando Fantova en su libro Diseño de Políticas Sociales) es avanzar en sistemas sociosanitarios que faciliten que mucha de la labor de cuidado que implica el cambio demográfico y la mayor cronicidad no repose únicamente en el sistema universal de salud, pensado más para curar que para cuidar. Pero es entonces cuando topamos con ese el claro desequilibrio apenas esbozado, entre sistema de salud y el (no) sistema de servicios sociales. Los dos sistemas no comparten ni el nivel de protección, ni las fuentes, nivel de financiación y tampoco la lógica organizativa. La preocupación no debería basarse solo en el coste de atender a un ciudadano en un ámbito u otro, sustituyendo “camas sanitarias” por “camas sociales”. Es evidente que invertimos muchos recursos públicos en sanidad para atender a personas que estarían mejor cuidadas en un ámbito sociosanitario. Parece claro que la propia calidad, personalización del servicio, y proximidad a cada caso serían mucho mejor atendibles desde un ámbito que combinase salud, servicios sociales e incluso vivienda, desde una lógica comunitaria. Para ello ha de aumentarse la protección en servicios sociales, igualándola a la de salud, y facilitando así la transición. Podría así avanzarse en estructuras compartidas de gestión y presupuesto que fueran respetuosas con las trayectorias y competencias de los profesionales implicados. Conviene recordar, además, que no hay estudio que no confirme que una mayor transversalidad de políticas y servicios funciona mejor en ámbitos descentralizados, cercanos a las personas a atender. Sin estos cambios, el debate sobre la necesidad de avanzar en sistemas sociosanitarios puede ser visto como un debate solo eficientista, que oculta además una voluntad expansionista del sector sanitario. En el fondo hemos de empezar a asumir que es tan importante cuidar como curar. Y que cada día que pasa será más y más relevante.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.
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