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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lo que les une

La transversalidad antisoberanista no se limita al duopolio que gobierna España desde 1982 y trabaja para extenderse

Comprendo muy bien que a cierto distinguido colega y co-inquilino en este espacio de opinión le moleste escuchar la prédica según la cual existe “una España compacta, berroqueña, por supuesto desagradable, siempre anticatalana y con la que no hay nada que hacer”. Lo comprendo a la perfección, porque a mí me sucede exactamente lo mismo cuando oigo o leo —cada día, e incluso de la pluma del colega aludido— que la aspiración independentista se alimenta, en bloque, del fraude, la trampa, el ventajismo y el engaño, que es cavernícola, montaraz e intrínsecamente antidemocrática, que quiebra la convivencia, y otros mensajes semejantes.

Pero no estamos aquí —o eso creo— para deplorar aquello que de las tesis de los contraopinantes nos incomoda o hiere, ni tampoco para poner la otra mejilla, sino para darles respuesta dialéctica, defender las propias posiciones y, en todo caso, someter unas y otras al contraste de la realidad. Tomemos, pues, la hipótesis de que existe, no una España monolítica enfrentada a Cataluña, pero sí una sólida transversalidad política e ideológica en España, que es frontalmente hostil al proceso soberanista catalán. Y verifiquémosla.

¿Existe alguna diferencia sustancial entre la reacción de Mariano Rajoy (“la constatación y evidencia de un fracaso”, “un sinsentido”, “un nuevo intento de engañar a los ciudadanos de Cataluña...”) y la de Pedro Sánchez (“¡Basta ya!”,”Mas es incapaz de gobernar”, “Mas y Junqueras mienten a los catalanes”) ante el anuncio de elecciones para el 27 de septiembre? Ambas son igualmente descalificadoras; ambas niegan enfáticamente a aquellos comicios cualquier valor plebiscitario; ambas se abrazan al carácter intangible y totémico de la soberanía nacional española; ambas dramatizan el hecho de acortar en un año la legislatura catalana, mientras que hacer lo mismo en Andalucía no supone fracaso ni engaño alguno.

Por el momento líder de la oposición, Pedro Sánchez matiza el inmovilismo de Rajoy con la vaga promesa de reforma federal de la Constitución. Vaga en su contenido, más vaga aún en su calendario y etérea en cuanto a las mayorías que podrían apoyarla. Pero, si las cosas se pusieran realmente feas para el statu quo, Sánchez suscribiría una gran coalición con el PP. Y, si él se resistiese, lo haría en su puesto Susana Díaz, quien ya dejó claro hace unas semanas que, “por encima del PSOE, lo que más me preocupa es España, que está por encima de todo”.

Por el momento líder de la oposición, Pedro Sánchez matiza el inmovilismo de Rajoy con la vaga promesa de reforma federal de la Constitución

Sin embargo, la transversalidad antisoberanista no se limita al duopolio que gobierna alternativamente España desde 1982, sino que está trabajando para extenderse mucho más allá. Y es aquí donde debemos situar la noticia política más sensacional de la semana pasada: la revelación del encuentro secreto celebrado en otoño de 2014 entre el líder de Podemos, Pablo Iglesias, y el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero.

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Resulta curioso —¿o sólo me lo parece a mí?— que el abrazo público entre Artur Mas y el diputado de la CUP David Fernández fuese una escandalosa traición del segundo a los principios de la izquierda, y en cambio una cordial velada privada de Iglesias con el presidente que constitucionalizó el déficit cero y puso a España en manos de la odiosa troika no tenga para el primero nada de reprochable. Pero dejemos esta cuestión de lado y centrémonos en el núcleo significante de la reunión Zapatero-Iglesias.

El urdidor y anfitrión de la cena y de la sobremesa subsiguiente fue José Bono, y eso ya nos señala la clave del asunto. Según sabemos, el padre del exministro de Defensa era falangista, y el hijo, socialista; pero ambos —igual que ZP, una vez revenido de sus devaneos con Esquerra Republicana— han sido o son ante todo acendrados patriotas españoles. “¿Y acaso no lo es este chico de la coleta, por muy antisistema que parezca?”, debió de preguntarse Pepe Bono.

Así, pues, en lugar de sentirse descalificado como miembro conspicuo de la casta, el también expresidente del Congreso decidió organizar una reunión discreta del vértice de Podemos con Zapatero y el castellano-manchego García-Page, para ir tendiendo puentes, trabando complicidades y asegurándose de que, en caso de urgencia, el nuevo partido no faltará en la defensa de la unidad de España. La gestión parece bien encaminada, a juzgar por lo que dijo semanas después Iglesias en Barcelona, por la revelación reciente de que “tenemos gente de Podemos en Societat Civil Catalana” (lo ha asegurado Susana Beltrán, vicepresidenta de SCC) o por la lectura nacional-patriota que Iglesias ha hecho del escrutinio griego: “Al fin los griegos tendrán un presidente griego de verdad, y no un delegado de Angela Merkel...”

A propósito de Grecia, imagino al ilustre colega con el que vengo polemizando presa desde el lunes de genuina indignación democrática: Syriza acaricia la mayoría absoluta, gobierna, va a voltear la política helena y quizá la europea... con sólo el 36,3% de los votos, menos del 23 % del censo electoral. ¡Qué escándalo, qué fraude, qué timo, qué alarde de ventajismo...! ¿O, en este caso, no?

Joan B. Culla es historiador

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