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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los riesgos del bloqueo soberanista

Tanta ingravidez solo es verosímil si se aborda desde la emocionalidad y no desde la razón

Cataluña es una sociedad parcialmente bloqueada, más en términos políticos que económicos. Es un bloqueo parcial, por zonas, por estamentos, por barrios, por sectores sociales, en por franjas lingüísticas o ideológicas, por familias. Otra cosa es el bloqueo total que ha querido articular el populismo independentista. Incluso desde el punto de vista simbólico en el que insisten los politólogos del secesionismo, el bloqueo total no es mucho más que aparente porque cada día se ve más sobrepasado por la realidad de las interacciones sociales en Cataluña. En el curso de la postcrisis, aparecen dinámicas económicas que dejan de lado la política del inmovilismo monotemático, se oponen a los riesgos del bloqueo soberanista y desean una normalidad institucional ajena al determinismo de lo identitario frente a una sociedad heterogénea y de identidades compartidas.

En otra medida y no tan solo simbólica, la pretensión de bloqueo afecta a la sociedad civil y, más específicamente, a la idea de un catalanismo abierto, por no hablar de las tensiones autodestructivas en la Convergència de Artur Mas. De forma llamativa, es un bloqueo mediático que distorsiona algunas reglas del juego en cuanto a opinión plural. Su punto ciego es no dar importancia al hecho de que ahora mismo lo que importa en toda España, en la Unión Europea y en Cataluña es crecer, crear puestos de trabajo, aprovechar bien el bajo precio del petróleo, ajustar con tino el Estado de Bienestar y centrarse de una vez en la gran reforma educativa.

Como analogía podríamos referirnos a la teoría de la gravedad. Para el independentismo que lidera Artur Mas, Cataluña es una entidad que puede desenvolverse por sí misma, fuera de España, como si fuera posible un estado de ingravidez que la sitúa más allá de todos los obstáculos, vértigos y complicaciones imprevistas que son la realidad de cada día del mundo. Pero esa ingravidez utópica contrasta con la vigencia universal de la teoría de la gravedad. Tanta ingravidez solo tiene verosimilitud si se aborda desde la emocionalidad y no desde la razón. El problema para una dialéctica pública que iluminase al ciudadano no es tan solo la desnivelación constante de —por ejemplo— TV3, sino que un debate en clave de emocionalidad conduce de forma casi ineludible a la demagogia y a la confrontación.

En un debate racional lo que se discutiría es si es mejor ser una mega-región potente en la Unión Europea o una república independiente que, por perfectos que fuesen sus objetivos, no dejaría de pasar por una fase de inseguridad jurídica. Otro caso de ingravidez: el ideal secesionista propone un futuro de felicidad ingrávida aunque sepamos que la ley de gravedad rige en todas las cosas. Al final, no hay quien bloquee la fuerza de gravedad y ese un punto muy vulnerable del independentismo.

Un aspecto que se menciona poco es el de un pujolismo que se negó siempre a participar en el gobierno de España. Tanto la UCD, el PSOE y el PP hicieron sus ofertas. Jordi Pujol —hoy en manos de la justicia— se negó. Era un rechazo sin precedentes porque la Lliga de Cambó no se negaba a participar en el gobierno de España y, si nos referimos a Esquerra, Lluís Companys fue ministro de Marina. Ya se sabe: ministro, aunque sea de Marina. Por el contrario, Pujol rehusó aceptar que personalidades de primera de CiU fuesen ministros en las distintas etapas posteriores a la transición. Quién sabe si participar hubiese generado una nueva interacción y un quehacer político más razonable. Pero Pujol prefirió la política de usar de sus escaños en el Congreso para el tacticismo del peix al cove.

Al mismo tiempo, es un fraude decir que Cataluña no ha participado en la gobernación de España. De hecho, ha habido ministros catalanes en todos los gobiernos democráticos, del mismo modo que la sociedad catalana tiene su justa representación en las bancadas de la Carrera de San Jerónimo, en el Senado y en todas las altas instituciones.

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Ahora estamos en el punto de las estructuras propias de Estado. ¿Qué significa? De una parte, muy poco y por otra evoca las retóricas del estatalismo que fueron un banderín de la izquierda totalitaria, dispuesta a reorganizar Cataluña según las tesis del Libro Rojo de Mao. El mix es explosivo porque amalgama la inercia del estatalismo con la noción romántica de pueblo en busca de su redención. Es curioso desde el punto de vista arqueológico pero no tiene mucho que ver con la Cataluña de los clúster, de los riesgos del jihadismo, los problemas hospitalarios, la grave deficiencia educativa y la virtual paralización de toda la actividad gestora de la Generalitat, por lo menos hasta setiembre. En fin, resulta que el independentismo está hablando de una Cataluña que no tiene mucho que ver con la realidad. Si es así, ¿quién puede asegurar que, con estructuras propias de Estado, Cataluña sería una sociedad más libre, más estable y más equitativa?

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