Vivir la historia en directo
Cataluña ha vivido en 2014 una experiencia de urgencia histórica.
La actualidad ha querido que en ese torrente continuo de impactos que son los medios de comunicación hayamos experimentado, una vez más, la extraña sensación de vivir y hasta protagonizar la historia en directo. Mientras en las pantallas se sucedían las imágenes del atentado yihadista al semanario francés Charlie Hebdo y la angustiosa persecución de unos terroristas dispuestos a morir matando, en Cataluña las fuerzas políticas soberanistas se debatían en un dilema hamletiano: cómo gestionar la salida del Tricentenario. Todo se había diseñado para que 2014 se convirtiera en un punto y aparte en la historia de Cataluña, de modo que las pantallas se debatían el viernes entre dar prioridad al desenlace de la tragedia francesa o al desenlace de pulso soberanista, que de momento se consume en una feroz pugna interna por la hegemonía.
Aunque de alcance y signo completamente distintos, el desafío yihadista y el llamado desafío catalán tienen algo en común: en ambos casos la historia actúa como nutriente de la acción política, como palanca de una determinada manera de vivir el presente y encarar el futuro. Ambas son, además, realidades presentadas en el relato dominante como rémoras de un pasado que superar, cuando en realidad no son un conflicto de pasado sino de futuro.
El fundamentalismo yihadista es visto como un extraño y anacrónico resurgir de parámetros políticos y culturales medievales que Occidente considera superados. Es ciertamente una deriva muy retrógrada del islamismo. Pero en el contexto en el que nace y crece, el radicalismo islamista es sobre todo una impugnación del presente que tiene además un rasgo muy contemporáneo: el de ser un fenómeno global y local a la vez. En el ámbito global es una reacción al modelo de dominación que ha permitido a Occidente imponer sus intereses y una visión del mundo que ahora se le discute. Pero tiene también, como hemos visto en Francia, una expresión local consecuencia del fracaso de un modelo socioeconómico que deja en la marginalidad y sin expectativas a amplios sectores de población musulmana de origen inmigrante.
El desafío yihadista y el catalán tienen algo en común: en ambos la historia actúa como nutriente de la acción política, como palanca de una determinada manera de vivir el presente y encarar el futuro
También el problema catalán ha sido visto en España como una incordiante rémora del pasado que vuelve una y otra vez, para desesperación de quienes, desde los centros neurálgicos del Estado, pretenden una unidad nacional que nunca se ha completado. La idea de reminiscencia de un pasado mal resuelto ha llevado al poder central a encarar el conflicto catalán a lo largo del siglo XX unas veces con políticas de conllevancia, esperando que el tiempo acabe por disolverlo, y otras de furiosa represión, con la idea de acabar con el problema de una vez por todas. Pero el pasado vuelve siempre para nutrir una historia que se hace desde el presente, no para volver atrás, sino para modular el futuro. También ahora. También en Cataluña. El caso de Escocia ha venido a demostrar que la teoría de la rémora histórica no explica bien lo que ocurre. Tras siglos de integración voluntaria y grata en Reino Unido, Escocia plantea ahora la secesión no porque reivindique un pasado glorioso, sino porque quiere un futuro distinto. Como en Cataluña.
El historiador Luis Enrique Ruiz-Domènech, especialista en historia medieval, acaba de publicar un interesante libro, Sucesión o secesión, en el que se pregunta cómo hemos llegado a esta situación “turbada y turbadora” en que muchos ciudadanos de Cataluña ven la independencia como el horizonte más deseable. Ruiz-Domènech analiza el conflicto catalán desde la historiografía del presente, siguiendo la estela del que considera su maestro, el historiador Marc Bloch. El medievalista francés escribió entre 1940 y 1942 el más certero y demoledor análisis histórico sobre las causas de la debacle que acababa de sufrir Francia ante las tropas alemanas. En La extraña derrota Bloch aplicó la metodología de la historia para analizar un presente del que había sido testigo y también protagonista como oficial del ejército abatido. Combatía en la resistencia cuando fue atrapado y fusilado por la Gestapo en 1944. El libro se publicó en 1946 y tuvo un gran impacto porque, como él mismo apuntó, suponía una "revolución intelectual".
Es erróneo creer que el conflicto catalán es sólo una rémora del pasado
Desde entonces, muchos historiadores han trabajado, como ahora Ruiz-Domènech, bajo la premisa de que “el presente está condicionado tanto por el pasado próximo como por el futuro inmediato”. Pero si se utiliza la historia para construir el futuro, hay que hacerlo con rigor metodológico. Lo contrario es falsear la historia y falsear el presente. A lo largo de 2014 Cataluña ha vivido la experiencia de una urgencia histórica. Y ha encontrado, en opinión del historiador, la peor de las respuestas: la frivolidad de un presidente y un Gobierno que no quieren debatir y que se niegan a admitir que lo que se plantea es un problema de identidad.
Bloch vio muy claro que el triunfo de Alemania sobre Francia en 1940 había sido sobre todo una victoria intelectual: “Los alemanes han librado una guerra marcada por la velocidad, una guerra de hoy, mientras nosotros hemos intentado librar una guerra de ayer, o de anteayer”, escribió. Conviene aquilatar muy bien qué tipo de guerras se libran en el presente. Sería un gran error creer que se está librando una guerra del pasado cuando lo que se libra es una guerra por el futuro. Y eso vale tanto para el desafío yihadista como para el conflicto catalán.
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