El rugido irónico del proceso
Con el portavoz de la Generalitat, EL PAÍS inicia hoy una serie de perfiles sobre las personalidades de mayor peso en el desafío soberanista que vive Cataluña desde hace más de dos años
Francesc Homs no se siente ni conservador ni de izquierdas, ni por descontado un revolucionario; le basta con su militancia soberanista y su fidelidad personal para con Artur Mas para transitar con desenvoltura por el mundo de la política. Asegura tener escrito desde los quince años que Cataluña será independiente o no será; unos años más tarde fue el prototipo de los jóvenes del Freedom for Catalonia:pancartas en el Estadio Olímpico y pitos al Rey. En el entreacto, recogió duros y pesetas con la efigie de Franco para retirarlos de circulación y organizó una campaña para que Pocahontas hablara catalán en el cine. Nunca quiso ser otra cosa que un catalanista contestatario; sin embargo su itinerario fue de libro: escuela Sant Gregori, FNEC (Federació Nacional d’Estudiants de Catalunya), Grup d'Estudis Nacionalistes, o sea, el universo referencial de Raimon Galí, Quim Triadú, mosén Ballarin y Espar Ticó; ingresó en 1993 en Convergència, sin pasar por las JNC, en aquel tiempo considerado un nido de roquistas no independentistas.
CDC vivía entonces bajo la égida pujolista, practicando el autonomismo a toda vela, en plena guerra interna entre Pujol y Roca. Al poco de tres años, él y otros jóvenes como él sorprendieron a la vieja guardia introduciendo en los papeles programáticos el concepto de soberanía, empezando por la fiscal. El giro fue fácil, cuenta, “quizás sólo eran cábalas de juventud, pero yo siempre vi el pujolismo como un estadio previo a la independencia; también tenía la intuición que nosotros éramos la generación que daríamos el paso hacia ella”.
La primera oportunidad de avanzar en el sueño generacional le llegó con la propuesta de Estatuto del Gobierno de Pasqual Maragall, el gran adversario de los suyos. Fue uno de sus negociadores y uno de defensores más acérrimos. “Batallé por el estatuto a conciencia dentro y fuera de mi partido y de buena fe”; aunque, afirma: “Un poco al alza, claro, éramos oposición y no se lo podíamos regalar todo”. Sin embargo, niega haber buscado una propuesta imposible para llegar donde estamos ahora. Tiene escrito en uno de sus libros, Catalunya a judici, de 2008, que “el Estatuto es la mejor herramienta jurídica de que ha dispuesto el pueblo de Cataluña desde 1714”.
En su lenguaje, es habitual contraponer democracia y legalidad
La sentencia del Tribunal Constitucional finiquitando el intento del Estatuto de la bilateralidad transformó su confianza en frustración; aunque este sentimiento parece haber nacido un poco antes del desenlace jurídico. “Nosotros, quizás ingenuamente, pensábamos que teníamos un pacto con los socialistas, pero Montilla prefirió formar gobierno con ERC, aunque ellos hubieran votado no al Estatuto; no puedo negarlo, tuvimos un disgusto, lo viví con cierta rabia”.
De repente, el largo memorial de agravios de CDC respecto del estado se materializó en forma de reclamación del derecho a decidir, casi al tiempo del despertar del sentimiento soberanista en la calle. Primero, fue la apertura de la Casa Gran del Catalanismo, de la que fue responsable orgánico; después, la efímera reclamación del pacto fiscal —“lo admito, hecho de mala gana”—, para llegar raudo a la conclusión final: “Si nos quedamos donde estamos, nos moriremos”, sentenció un día. La utilización en los discursos del mismo lenguaje que en sus conversaciones privadas le hizo la vida más fácil. Hasta entonces no mencionaban el concepto de la independencia “por motivos tácticos, porque daba miedo, había sufrido una cierta apropiación por parte de la radicalidad y la marginación política”.
En su nuevo lenguaje, uno de los parámetros habituales es la contraposición de democracia y legalidad. “Es cierto que el siglo XX nos enseñó que esta tensión puede ser previa a movimientos populistas horrorosos, pero también puede abrir las puertas a cambios radicales como el final del apartheid que todos valoramos como grandes avances”. Él no ve ningún peligro de desviación, dado que “los códigos y los fundamentos del catalanismo, sus raíces constructivas y pacíficas, son una vacuna contra el populismo”.
“No tengo mentalidad de héroe; mi vida no estaba programada para esto”
Otra de las claves de la estrategia soberanista es la idea de la desobediencia civil, respecto de ella se muestra muy realista. Lo sabe un campo de juego inestable. “La gente es muy valiente cuando todo va bien”, admite, “pero hay que andarse con cuidado, actuar de forma muy gradual. El 9-N tuvimos una prueba. No me atrevo a decir que saltáramos el muro, pero sí que hicimos una cosa no prevista; de todas maneras, la noche antes hubo bajas, después que la Fiscalía ordenara identificar a quienes abriesen los locales. A las ocho de la mañana, todo podía haber caído de un lado o del otro, la suerte en todo aquel proceso es que nosotros fuimos muy rápidos y ellos muy lentos”.
Homs es la voz irónica que ruge a diario contra los enemigos del proceso y contra aquellos que estorban la táctica del presidente, es quien mantiene el enfrentamiento dialéctico con la vicepresidenta Sáenz de Santamaria sobre legalidades y legitimidades; sin embargo, en la butaca de su despacho, deja entrever la existencia de un fino hilo de esperanza para recuperar los parámetros del diálogo. “No soy determinista pero pienso que el concepto de pacto y negociación no lo escaparemos. Otra cosa es cómo y cuándo seremos lo bastante fuertes para forzarlo”.
Desde su perspectiva “el Estado no tiene aún suficientes incentivos para sentarse en la mesa. Desgraciadamente, demuestra cierta irresponsabilidad; todavía creen en la hipótesis de que todo se acabará por nuestras discrepancias internas. No sufren aún la sensación de angustia vivida por Zapatero, que le llevó a aceptar el concepto de nación”. Estaríamos pues en los que algunos denominan “momento James Dean”, en la larga secuencia de desafío suicida de Rebelde sin causa. “O encontramos un esquema de negociación o alguien se precipitará por el barranco”, afirma, aunque él es partidario de detener la carrera antes de llegar al precipicio, pero no a cualquier precio ni de cualquier manera, con un reparo: “El inconveniente de esta táctica para sentarlos a la mesa es que requiere una apuesta cada vez más alta, solo así podemos aspirar a una negociación sustancial”.
La carrera política del estudiante de derecho que nunca quiso ser delegado de clase y ha acabado siendo conseller y portavoz del gobierno de la Generalitat tiene fecha de caducidad: el mismo día que se retire Artur Mas, él volverá al despacho profesional. “Yo no tengo mentalidad de héroe; una cosa son los ideales, pero mi vida no estaba programada para esto. Tengo muy claro que está prohibido quejarse, que ahora no lo puedo dejar, pero puedo asegurar que, si me lo cuentan, no me apunto”.
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