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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Un presupuesto sin valores?

La solidaridad con los más pobres no puede ser un capricho para momentos de bonanza. Apoyar a los que sufren con visión global es un deber ético que tenemos como sociedad

En unos días se aprobará el presupuesto de la Generalitat Valenciana para el año 2015. Es el presupuesto más alto de la historia de la Comunitat desde la llegada de la democracia. Más allá de las dudas que genera, creo que hay dos detalles que no deben de pasarnos desapercibidos: el primero es que la mayor partida de gasto del presupuesto es el servicio de la deuda, o sea, los intereses que tenemos que pagar a aquellos inversores (normalmente fondos de inversión y entidades financieras) que nos han prestado dinero. La Generalitat también tiene el mayor volumen de deuda pública de su historia. En apenas 10 años hemos pasado de deber apenas 2.000 euros por habitante a deber más de 30.000 euros. Y el segundo detalle es que la política social más castigada con un recorte del 95% seguirá siendo la que apoya a las personas más empobrecidas: la cooperación al desarrollo.

Esto lo que hace es consagrar unos niveles de desigualdad crecientes que nos llevan a una sociedad cada vez menos cohesionada, donde las diferencias entre las élites (los inversores de deuda) y los excluidos (aquellos que a los que intentan proteger las políticas sociales) son mayores. Y la solidaridad con los más pobres no puede ser un capricho para momentos de bonanza. Apoyar a los que sufren con una visión global es un deber ético que tenemos como sociedad y algo que está recogido en nuestro marco legal, ese al que tan rápido recurren algunos cuando beneficia a sus intereses pero del que se olvidan cuando no es así. Nunca me dejará de sorprender que llevemos años aprobando presupuestos que, por sistema, incumplen leyes aprobadas por el mismo parlamento que aprueba dichos presupuestos.

Lo que no varía es el discurso: todos los gobiernos que han pasado por el Palau de la Generalitat han hecho los presupuestos más sociales de la historia siguiendo la consigna de “no dejes que un mal presupuesto te arruine un discurso perfecto”. Pero lo que es innegable (y ahí está Caritas para aseverarlo) es que cada vez hay más personas excluidas del sistema a las que no llegamos con nuestros sistemas de protección social. Cada vez es más evidente que no podremos avanzar hacia una sociedad más desarrollada si no somos capaces de minimizar la insultante brecha que existe entre los más pobres y los más ricos. Y no pensemos que las personas excluidas están solo en nuestra Comunitat. No vivimos en una burbuja de cristal. Cada vez es más evidente que lo que ocurre en África o en Latinoamérica tiene consecuencias en nuestra vida diaria y la reciente crisis del ébola no ha hecho más que recordárnoslo. La cooperación al desarrollo no debe ser algo opcional, como tampoco lo deben ser la justicia o la defensa de los derechos humanos. Tienen que formar parte de nuestro ADN, de nuestros valores como sociedad y debemos exigir a nuestro gobiernos que los alienten y refuercen, también en los momentos más difíciles. Porque son nuestros valores y los de nuestros padres y abuelos. Renunciar a ellos sería renunciar a parte de nuestra identidad que no debemos asociar solo a la paella o la pilota como intentan explicarnos los que se miran el dedo apuntando la luna.

El presupuesto público es la herramienta que tienen los gobiernos de priorizar aquellas políticas que quieren impulsar. Más allá de las palabras bonitas, refleja las apuestas de cambio para una sociedad y, lo que podemos intuir es que las cosas que este presupuesto va a cambiar responden a un modelo donde cada vez haya una élite más enriquecida y una mayoría más excluida. Esperemos que el próximo presupuesto, lo haga quien lo haga, responda de verdad a los valores de nuestra sociedad. Estaremos vigilantes.

Fernando Contreras es presidente de la Coordinadora Valenciana de ONG

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