El Estado imaginario
En Cataluña, la imaginación está en el poder: más que en un Estado de derecho estamos en un Estado imaginario
En Cataluña estamos atravesando una época de grandes emociones. Con frecuencia me preguntan: “¿Qué va a pasar?” Se supone que quienes escribimos en los periódicos tenemos más información que el ciudadano de a pie y podemos opinar con un criterio mejor fundado. En los últimos tiempos, que ya empiezan a medirse por años, suelo responder: “No sé lo que va a pasar, es más, no tengo ni idea, últimamente he dejado de entender la política catalana, una política que no se mueve por razones sino por emociones. No soy psiquiatra”.
Ramón de España publicó el año pasado El manicomio catalán y hace unas semanas El derecho a delirar, con adecuados enfoques de ciencia política para su objeto de estudio. Libros indispensables. Quizás él sepa descifrar el futuro. A mí, un anticuado racionalista, me resulta más difícil. Porque, efectivamente, penetrar en el mundo de los sentimientos y las emociones no es tarea sencilla. Pero en este mundo estamos los catalanes desde hace muchos años, ahora de forma quizás más aguda.
Como saben ustedes, el eslogan la imaginación al poder fue el más conocido de los muchos que se inventaron en aquellos emocionantes días de mayo del París de 1968. El general De Gaulle se entrevistó con el general Massu, antiguo torturador en Argelia que estaba al frente de las tropas francesas estacionadas en Alemania, y —permítanme el cambio de tercio— “se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó a parar”. Se acabó el mayo del 68, la revolución de los estudiantes.
Si nos ceñimos a los primeros seis meses de este año, en Madrid se han invertido 1.403 millones y en Cataluña 235, seis veces menos. ¿Madrid nos roba… inversiones?
Aquí, afortunadamente, no hay generales torturadores a quienes consultar, ni siquiera, de momento, hay comandantes que manden parar. Pero la frase cobra sentido en Cataluña, la imaginación está en el poder: más que en un Estado de derecho estamos en un Estado imaginario. Primero, una mayoría del Parlamento de Cataluña decidió que éramos un pueblo soberano, después el presidente de la Generalitat convocó un referéndum de autodeterminación sin garantías democráticas, días más tarde impulsó un extraño “proceso de participación política” que se parecía disimuladamente al referéndum anterior.
Ahora el mismo imaginativo presidente propone que se unan todos los partidos independentistas en una lista electoral única compuesta por miembros de estos partidos y de la sociedad civil —ese concepto de usar y tirar— para proclamar en 18 meses la independencia de Cataluña.
La imaginación al poder se queda corta en Cataluña, incluso el eslogan más poético del mayo parisino, aquel que dice bajo los adoquines está la playa, es más verdad que todo lo que propone Artur Mas. Y, sin embargo, el establishment catalán lo tiene por hombre prudente, responsable y preparado. La semana pasada lo entrevistó Josep Cuní en la televisión y al comenzar se produjo el siguiente diálogo: “Bueno, el 9 de noviembre fue un éxito…”, dijo Cuní. “Sí, fue un gran éxito…”, le contestó Mas. Los dos parecían convencidos y satisfechos de los resultados. Sin embargo, los datos, los números, indican lo contrario.
En un momento en que todos los partidarios de la independencia —además de muchos otros— acudieron a las urnas, sólo un tercio se mostró partidario de la independencia. ¡Sólo un tercio! Y ello fue un éxito, un gran éxito… Así van, de victoria en victoria. Con fe, con mucha fe. En Cataluña la imaginación está en el poder, el delirio también.
Pero yo quería hablarles de números, de datos, de aburridos porcentajes. Quería alejarme de los sentimientos y aterrizar en las realidades. Y bien que lo siento, con lo bonito que es emocionarse, dar rienda suelta a la imaginación, cantar villancicos, comer turrones, creer en los Reyes Magos. Pero quería hablarles de un artículo del profesor Ferran Brunet que lleva por título La competitividad de Cataluña, publicado el 25 de noviembre en El Economista. Prescindo de sus opiniones pero utilizo los principales datos, extraídos de fuentes solventes: el registro de inversiones del Ministerio de Economía y el Joint Research Centre de la Comisión de la Unión Europea.
Según estos estudios, desde 2011 hasta el primer cuatrimestre de 2014, la Comunidad de Madrid ha recibido 36.600 millones de euros en inversión extranjera productiva (es decir, excluyendo las operaciones financieras) y Cataluña 9.894, tres veces menos. Y si nos ceñimos a los primeros seis meses de este año, en Madrid se han invertido 1.403 millones y en Cataluña 235, seis veces menos. ¿Madrid nos roba… inversiones?
En cuanto a la competitividad global, un estudio efectuado sobre 262 regiones de la UE, en base a 13 parámetros, la Comunidad de Madrid se sitúa en el lugar 57 y Cataluña en el 142. Ciertamente, ambas —y las demás regiones españolas— están muy alejadas de los primeros puestos, pero Madrid supera a Cataluña en todos los parámetros estudiados. Estos son los datos, los fríos datos.
Pero volvamos a la imaginación, a las emociones, a los sentimientos. ¡Qué maravillosos somos, cuánto nos quieren y nos admiran más allá de nuestras fronteras! Lástima que no inviertan.
Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.
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