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Crónica
Texto informativo con interpretación

Biografía de un inmueble

La fundación Setba expone la historia del inmueble que la acoge, en la plaza Reial

Puerta del Sidecar, local situado en la Plaça Reial de Barcelona.
Puerta del Sidecar, local situado en la Plaça Reial de Barcelona.juan barbosa

Hasta el 31 de enero de 2015, en la fundación Setba de la plaza Real se puede ver una curiosa exposición titulada De La Vanguardia al Sidecar, una muestra dedicada al inmueble que entre los diversos episodios de su historia acogió la primera redacción del diario La Vanguardia, y bares tan emblemáticos como el Texas o el Sidecar. El caserón ocupa desde el número 4 al 10 de la calle de las Heures. Hasta donde he podido retroceder, en la Guía General de Barcelona de Manuel Saurí y José Matas (1849), se dice que aquí había una alojería o tienda de anís y agua fresca a nombre de Antoni Vingut. Ocho años más tarde, en la guía El Consultor se lee que en el número 6 estaba la herrería de Antoni Rivas. La finca actual fue edificada en 1863 por Olegari Juncosa i Arús, el dueño de la fábrica de Chocolates Juncosa, cuya sede estaba en la calle Ferran esquina con el pasaje Madoz. Ese mismo año los señores Camperis, Carreras y Bedoni abrían allí la Fonda de Cataluña, la actual propietaria recordaba haber visto no hace muchos años un letrero de esta hostería en el primer piso. Su abuelo Joan le compró el inmueble inacabado a su amigo Juncosa.

Joan Sanpera i Torras nació en 1840 en el barrio del Lledoner, entonces parte de Les Franqueses del Vallés. Con tres años se quedó sin padre, muy joven decidió probar fortuna en Barcelona, y para no perderse vino andando por la vía del tren. Una vez en la ciudad comenzó a dar vueltas, hasta desmayarse frente a una droguería de la calle Princesa, donde le dieron de comer y le adoptaron como a un hijo. Desde muy joven se dedicó a importar productos coloniales como cacao, ron y azúcar, y a invertir en propiedades inmobiliarias. Mientras la burguesía se iba mudando al nuevo Eixample, Juncosa y Sanpera no abandonaron sus barrios. El primero murió en Ciutat Vella en 1881, justo cuando su heredero Evaristo Juncosa abría nueva fábrica en Gràcia. El segundo no se movió de la calle Princesa hasta fallecer en 1914.

En aquellos años la Fonda de Cataluña se anunciaba como un lugar céntrico, inmediato al Gran Café Español de la plaza Real (donde más tarde estuvo la taxidermia de Lluís Soler Pujol). En El Lloyd Español de noviembre de 1863 se anunciaba un representante de la Casa Banca de Madrid, que buscaba personal para abrir una sucursal y que se alojaba allí. Dos años más tarde, en aquel establecimiento se realizaban las pruebas de la balanza hidrostática para localizar monedas falsas. Y en 1876 hacían noche los peregrinos que desde Valencia iban en romería al Vaticano. Al lado de la fonda, en un local donde había una fábrica de calcomanías, inauguró en 1881 su primera redacción el diario La Vanguardia. Esta vecindad justifica la aparición de noticias relacionadas con el negocio hotelero, como el robo de un colchón y una manta, la explosión de una lámpara, o la llegada de clientes como el doctor Ferran, un falsificador de billetes de banco, o el andarín Antonio Laínez que había sido retado por un aficionado a andar hasta la extenuación. El cronista Gaietà Cornet cita el establecimiento en su Barcelona Vella, y fue uno de los edificios iluminados con motivo de la Exposición Universal de 1888. Por aquellas fechas tuvo unos huéspedes de excepción, los artistas nipones Kume Keiichiro, Ootsuka Takuzou y Ushikubo Daijirou, enviados por su gobierno a supervisar el pabellón del Japón. Ese mismo año, La Vanguardia se trasladó a la calle Marqués de Barberà.

Joan Sanpera hizo fortuna con el azúcar, fue de los primeros en envasarlo en bolsitas y en terroncillos. Cuando se perdió la caña cubana, fue uno de los pioneros en abrir una azucarera de remolacha. Como mecenas, edificó el Ayuntamiento y la escuela municipal de su localidad natal, por ello en 1913 se le concedió el título de marqués de Las Franquesas. En esa época, en la calle de las Heures y sus alrededores había muchos obradores de platero, de los cuales había unos cuantos en esta finca. La misma escalera acogía diversas academias y a pie de calle había una lechería, antecedente de la Granja Nadal que anunciaba orgullosa su origen en San Esteban de Palautordera, hasta su cierre uno de los centros de reunión para los habitantes de los alrededores. En 1936 se publicaba un anuncio pidiendo una cocinera malagueña o gaditana que supiera freír pescado para la Taberna Andaluza, sita en el número 4.

Muchos años después, aquella acera tuvo un nuevo vecino. El bar Texas, una primitiva cava de jazz que en poco tiempo formaba parte de las rutas etílicas de la Sexta Flota norteamericana. Aquí hacían sus fiestas privadas los marineros, para ello disponían de dos barras separadas para oficiales y tropa. Este también era un bar en la ruta de las tascas, que los estudiantes de aquellos años recorrían cada sábado. El gran John W. Wilkinson recordaba unas escaleras empinadas y traicioneras como de templo maya, y una clientela de anarquistas veteranos que malvivían en los hostales cochambrosos que funcionaban por todo el barrio. El propio inmueble tuvo alguna pensión de habitaciones divididas hasta la mínima expresión, donde se hacinaban familias sin recursos y toda suerte de vencidos.

Cuando la flota dejó de frecuentar el Texas fue un bar de alterne, con unos cuartos elementales en el piso superior a disposición del cliente. Entre sus leyendas, un propietario que se ganaba la vida conduciendo coches para atracos a bancos, o una camarera rubia esperando a su pareja que estaba en la cárcel. Con una dirección más joven, a partir de 1980 fue un antro punk, uno de los primeros locales que tuvo este movimiento en Barcelona. Duró poco, la Nochevieja de 1982 se transformó en el Sidecar, con una actuación de Distrito V, yo estuve allí aquella noche. Desde entonces, sigue siendo una de las salas con más personalidad de las que todavía le quedan a esta ciudad.

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