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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los sueños y las banderas

Es ilusorio creer que el partido que azuzó y se benefició del conflicto catalán para atacar a Zapatero quiera resolverlo

Enric Company

La portada de este diario facilitaba ayer una sugerente asociación de ideas. “La caída del muro de Berlín demuestra que los sueños pueden hacerse realidad”, había dicho la víspera la canciller Ángela Merkel al celebrar el 25 aniversario del fin real y simbólico de la división de la ciudad, que era también la de Alemania y la de Europa. Junto a esta frase se informaba de que aproximadamente dos millones y cuarto de ciudadanos catalanes habían votado en una consulta sobre el futuro político de su país. El 80%, a favor de la independencia. Un sueño.

Mala noticia para el Gobierno de España. Aunque, estrictamente, no podía ser una sorpresa. Los sondeos de opinión arrojan datos parecidos. Los catalanes que se habían pronunciado lo hicieron en una consulta que el Gobierno de España calificó de ilegal, que trató de impedir mediante el Tribunal Constitucional y que se celebró pese a que sobre ella y sus organizadores pesaban y pesan amenazas de persecución penal.

Las cifras de ayer y otras que pueden consultarse indican que en torno a un tercio de la población catalana se decanta actualmente por la independencia mediante la creación de un Estado catalán. Es mucho, sobre todo si se tiene en cuenta que integra a una gran parte de los sectores más organizados, activos y socialmente representativos del país. Desde sectores de la Iglesia y las patronales (no la banca, claro,) a los sindicatos y las universidades. No son los sans culotte. No es el lumpen proletariat. La de ayer fue la quinta gran manifestación protagonizada por esta parte de Cataluña en los últimos cuatro años. Probablemente la más numerosa de todas ellas. De forma diversa, pero siempre con altos niveles de civismo, se ha tratado de concentraciones millonarias. Han participado en ellas probablemente más personas que las que se movilizaron en Berlín hace 25 años para derribar el muro. Más que en la histórica marcha sobre Washington liderada por Martin Luther King en 1963 a favor de los derechos civiles de los negros. Aquella en la que explicaba que “tenía un sueño” y que este sueño era el de todos los negros americanos.

Se trata de una comparación altisonante pero útil para indicar qué mueve a estas multitudes catalanas de hoy. No es un ataque de fiebre. Es algo formado por el material que anima a quienes persiguen las mejores grandes causas. En torno a dos millones de ciudadanos del Estado español de nacionalidad catalana sueñan en crear su propio Estado. Quieren librarse del Gobierno central y la nomenklatura que se ha apropiado de las instituciones centrales del Estado. Puede gustar más o menos, pero es lo que hay. Puede que estos catalanes lleguen a ser mayoría en Cataluña, aunque es improbable, porque la sociedad catalana es muy plural, muy diversa y alberga varias conciencias de pertenencia nacional. Pero los que votaron el domingo tienen un sueño, es este. Y tienen también una pesadilla, el Gobierno del PP.

Quienes crearon el incendio creen que invocar al enemigo catalán quizá les salve de la catástrofe electoral que se les anuncia en Madrid, Valencia, etcétera

El Gobierno de Mariano Rajoy y su partido no son solo una pesadilla para estos ciudadanos catalanes. Por este y por otros motivos igualmente sustanciosos lo son también para los millones de españoles que creen que los conflictos, por graves que sean, deben abordarse mediante el diálogo y la negociación, es decir, comprometidos de buena fe en la búsqueda real de soluciones que puedan satisfacer a las partes. ¿Por qué ha permitido el PP que las cosas llegaran a este extremo?

Este interrogante tiene respuesta. En el origen está el no saber perder. El PP perdió en 2006 el referéndum que cerraba un largo proceso negociador entre las Cortes y el Parlamento catalán, y los respectivos gobiernos, en el que se sancionaba una moderada corrección del desgaste en el autogobierno acumulado desde 1980. Un nuevo Estatuto de Autonomía. Un nuevo capítulo en el siempre duro forcejeo por las cuotas de poder entre la Administración central y la Generalitat. La cúpula del PP de aquel momento, en la que desde luego figuraban Rajoy y la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, decidió atacar al Gobierno del PSOE acusándole de haber cedido ante el nacionalismo catalán. Y lanzó una agresiva campaña a lo largo y ancho de España.

El PP había perdido las correspondientes votaciones del Estatuto en el Parlamento catalán, en el Congreso, el Senado y en el referéndum. Pero no lo aceptó. Contando que podía controlar a su favor la composición del Tribunal Constitucional, recurrió a él para que invalidara la casi totalidad del nuevo Estatuto. Lo logró. Fue en 2010. Poco después llegó la primera de las grandes manifestaciones anuales que han jalonado el auge del independentismo.

Esta es la razón por la que es ilusorio pensar que el conflicto catalán pueda ser resuelto por Rajoy y su Gobierno. Quienes crearon el incendio y luego se han dedicado a echarle gasolina como hicieron estando en la oposición para minar el Gobierno de Rodríguez Zapatero, no están interesados en resolverlo. Ahora creen que invocar al enemigo catalán quizá les salve de la catástrofe electoral que se les anuncia en Madrid, Valencia, etcétera. Envolverse en la bandera se le llama a esto.

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