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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La quinta vía

Los reveses sufridos no impiden a los defensores de la consulta seguir invocando el principio democrático

Enric Company

La necesidad de aparentar el máximo convencimiento en la viabilidad política de un referéndum o una consulta sobre el futuro político de Cataluña ha obligado a sus promotores a defenderlo como si no tuvieran alternativa a él. Pero para una correcta descripción de lo que está sucediendo estos días hay que recordar que no es exactamente así.

Cuando el consejo asesor del presidente Artur Mas dio a conocer cinco posibles vías para la consulta se reconocía que las cuatro últimas respondían a la previsible necesidad de tener que abandonarlas una detrás de otra a medida que el Gobierno de Mariano Rajoy las fuera cegando sucesivamente. Mediante argumentos y recursos jurídicos, pero, sobre todo y en primer término, por simple y previsible decisión política. ¿A santo de qué va a permitir un referéndum en Cataluña un partido como el PP que no aceptó en su día ni un Estatuto de Autonomía pactado por la Generalitat y las Cortes Españolas y refrendado por el electorado? La cerrada negativa de Rajoy a toda demanda de permitir la consulta era lo esperable, lo anunciado por el propio presidente, lo exigido por su partido y la numerosa claca que le jalea exigiéndole que aplaste al nacionalismo catalán de una vez por todas.

Así es como, tras dos años de recorrer la hoja de ruta marcada por sus cuatro primeras vías, Artur Mas y el bloque de partidos que promueven la consulta han llegado ahora al momento en que deben decidir si siguen la última de sus previsiones: la de convocar unas elecciones que quepa interpretar políticamente como un plebiscito sustitutorio de la consulta.

Esto no dejará de ser una forma de disimular una derrota, claro, sobre todo si se cree que la apuesta de negociar la consulta era sincera. Si Mas rechaza la quinta opción, no le queda otra que la de dimitir, pues su principal apuesta para la legislatura ha llegado al punto final. No es imprescindible que disuelva el Parlament, que podría elegir otro presidente, con la misma mayoría u otra de las teóricamente posibles con su actual composición. Pero también puede disolverlo y convertir esta decisión en una continuación de la batalla.

Dos elementos de influyen en dirección contraria a la conversión de unas autonómicas en plebiscitarias: el malestar por seis años de crisis  y el desprestigio del PSC, PP y CiU

Por qué continuarla, se dirá, si es imposible esperar un cambio en la otra parte. Por una razón elemental. El fondo del conflicto sigue irresuelto y hay que confiar en que el principio democrático, que es lo que en el fondo se invoca, logrará abrirse paso.

El argumento es claro, y lo expuso en su día muy sucintamente el profesor Francisco Rubio Llorente en este mismo diario, un 8 de octubre de 2012 que parece ya lejano. Decía el ex presidente del Consejo de Estado que si una minoría territorializada, delimitada y definida administrativamente y con las dimensiones y recursos necesarios para constituirse en Estado, desea la independencia, el principio democrático impide oponer a esta voluntad obstáculos formales que pueden ser eliminados. Si la Constitución lo impide habrá que reformarla, pero antes de llegar a ese extremo, hay que averiguar la existencia y solidez de esa supuesta voluntad. Así de sencillo.

En cualquier caso, es una encrucijada delicadísima. En la práctica es muy difícil, por no decir imposible, evitar que a la hora de decidir a quién votar en unas elecciones al Parlament intervengan otros factores que el pretendido por quienes quieran plantearlas como un plebiscito. Hay dos elementos de enorme peso en el actual momento político que influyen en dirección contraria a la conversión de unas elecciones autonómicas en un plebiscito: el profundo malestar acumulado por seis años de crisis económica y el enorme desprestigio en que han caído los tres partidos de Gobierno, el PP, el socialista y CiU, a causa de vergonzosas prácticas de corrupción sistemática. Son elementos susceptibles de distorsionar cualquier previsión.

En teoría, cabe la posibilidad de lograr acuerdos entre el bloque promotor de la consulta para presentar las elecciones como tal plebiscito. Las fórmulas son conocidas y han sido ya explicadas. Que si un programa conjunto, que si una coalición soberanista, que si una plataforma pro consulta o incluso pro independencia encabezada por Artur Mas, etcétera. Sí, cabe esa posibilidad. U otra que pueda surgir de la panoplia de modelos de alianza. Pero es muy arriesgado. Sería realmente extraordinario que el electorado picara, así en bloque.

Hay una parte de Cataluña que puede sentirse atraída por este planteamiento. Pero no es toda Cataluña. Quien quiera darse un paseo por Can Vidalet en Esplugues, Pubilla Cases en L’Hospitalet o los barrios situados en la ribera Besòs, se dará cuenta de que, de pronto, deja de ver las banderas estrelladas que en otras partes colorean tantos balcones y coronan tantos cerros a lo largo y ancho de toda Cataluña. Este es un país dual, con dos conciencias nacionales distintas, y no siempre opuestas en el corazón de cada ciudadano, todos lo sabemos, y sería un error pensar que todo se resume en el nuevo fracaso registrado el domingo por los convocantes de una manifestación del españolismo conservador. No todo el país se agita homogéneamente poseído por la fiebre nacional, sea cual sea la suya. Mas creyó en 2012 que adelantaba unas elecciones al Parlament casi plebiscitarias y en vez de arrasar como esperaba recibió un voto de castigo. Este es el precedente más próximo y parecido.

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