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LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Pro pauperibus

El hoy parque infantil entre la plaza de la Garduña y la calle del Carme fue un cementerio de pobres

La fuente tras el hospital de la Santa Creu, entre la plaza de la Garduña y la calle del Carme, forma parte de un área que fue ex cementerio de pobres.
La fuente tras el hospital de la Santa Creu, entre la plaza de la Garduña y la calle del Carme, forma parte de un área que fue ex cementerio de pobres.JUAN BARBOSA

Seguramente, han pasado ustedes en innumerables ocasiones por aquí. En la parte trasera del hospital de la Santa Creu, entre la plaza de la Garduña y la calle del Carme de Barcelona se ubica una de las fuentes menos conocidas y apreciadas de la ciudad. Vieja y apenas reconocible, sobrevive arrinconada y vetusta, encajada contra uno de los muros de la actual Escola Massana en la plaza del Doctor Fleming. En nuestros días este espacio es un inofensivo parque infantil, con el suelo de tierra y unos columpios. Pero en sus buenos tiempos fue uno de los lugares más tétricos de la Barcelona antigua, una fosa común donde iban a parar aquellos que no podían costearse un entierro decente, los suicidas o los que por cualquier motivo no podían ser enterrados en tierra sagrada. El llamado Cementerio de Pobres también recibía el nombre del Corralet, pues según quiere la tradición, allí se habrían iniciado las primeras representaciones del corral de comedias que se concedió en el siglo XVI para el mantenimiento del hospital de la Santa Creu, posteriormente trasladado al actual teatro Principal de la Rambla.

Dos siglos más tarde, el mercader en telas Jaume Sayrols se comprometió, junto a unos amigos, a limpiar el antiguo camposanto, al parecer consumido por el abandono. Y a rezar un rosario frente al desaparecido Cristo del Corralet, que entonces presidía aquel lugar. Así pues, a partir de 1780 la cofradía de las Almas del Purgatorio, la de la Pía Unión del Santísimo Rosario y la del Santo Cristo del Corralet se turnaban cada domingo en la organización de aquel oficio religioso. Y en cada aniversario de su fundación decoraban el lugar con grandes telas adornadas con temas mortuorios.

Con el tiempo se organizó una colecta y se edificó un mausoleo para pobres, con dos puertas laterales por las que se accedía a la sepultura, y un espacio central coronado por un frontispicio de piedra sobre el que había una imagen en mármol del Purgatorio, y debajo una lápida que todavía reza: D.O.M. / Pro pauperibus vita functis / in fine saeculi surrecturis / ad temporariam corporum réquiem / perpetuum oc monumentum / duplici miserationis officio / pia religio posuit / Anno Domini MDCCLXXXIII.

El monumento estaba rematado con una pirámide egipcia, una campana y dos calaveras de piedra hoy desaparecidas. La tradición de acudir al Corralet a rezar un rosario se hizo extensiva a la gente común, que la tarde del Viernes Santo visitaba este cementerio, junto al de condenados por la justicia (hoy la plaza Sant Felip Neri) y el de muertos por epidemias (en el Eixample).

Tanto fue el tráfico de muertos que iban y venían de aquel lugar, que en 1885, ante la saturación y las molestas emanaciones, se decidió buscar nueva ubicación para aquellos cadáveres anónimos

Siguiendo con los recuerdos macabros de este lugar, a un lado de la fuente puede verse un pasadizo dotado de unas rejas que comunica la plaza con el hospital. Allí existió un pequeño recinto donde se depositaban los muertos para las disecciones, situado justo al lado del edificio neoclásico de la Academia de Medicina y su famoso anfiteatro anatómico. Según Joan Amades, allí funcionaba un activo tráfico de despojos humanos para satisfacer las necesidades de los estudiantes de medicina. Este primitivo depósito de cadáveres también era conocido como el Corralet, y fue testigo de hallazgos dramáticos. A mediados del XIX era frecuente que en él se abandonaran las criaturas fallecidas tras practicar un aborto o por parto prematuro. En 1852 incluso se localizó el cadáver de un niño, que alguien dejó allí en un pequeño ataúd de madera. El Corralet también albergó a víctimas de los crímenes decimonónicos que alteraron al vecindario barcelonés, como en 1872, cuando se expuso para su identificación una cabeza encontrada cerca de Montjuïc, que resultó ser de un artesano asesinado por su criada y que sugirió unos versos al poeta Ramon Picó i Campanar, en los que hablaba de la “espantosa testa del decapitado”. Once años más tarde, se expuso el cuerpo de la prostituta Tomasa López, a quien mató de un tiro su esposo antes de suicidarse.

Tanto fue el tráfico de muertos que iban y venían de aquel lugar, que en 1885, ante la saturación que se vivía y las molestas emanaciones que destilaba, se decidió buscar nueva ubicación para depositar aquellos cadáveres anónimos que eran expuestos para facilitar su identificación. En el otoño del año siguiente se informó de que el nuevo laboratorio químico-forense se trasladaría a un gran patio adyacente a la cárcel de Reina Amalia, aunque en 1892 todavía se hablaba de construir un depósito judicial al estilo de la Morgue de París en el Corralet. Pero en los últimos años del XIX se clausuró el cementerio de pobres, y con las calaveras de muchos de los allí enterrados se edificó un macabro mural que quedó tapiado, y que fue localizado en 1933 al derribar un muro durante las obras para ubicar la actual Biblioteca de Cataluña. Joan Sales, en su novela Incerta glòria, contaba como él y su hermana pasaban por aquellas fechas frente al antiguo camposanto para ir al colegio, y cómo se cruzaban con los cadáveres que atestaban dicho callejón en espera que unos carros los trasladaran hasta el cementerio de Poblenou. En aquellos últimos años, el depósito fue visitado por artistas como Eusebio Planas o Pablo Picasso, que realizaron apuntes al natural de sendos cadáveres.

Tras la desaparición del cementerio del Corralet, el Mausoleo de Pobres perdió su función y sus restos fueron someramente adosados a una pared, y con el paso de los años se le añadió un caño a fin de convertir aquel monumento funerario en una fuente pública. Sólo quedó parte de su fachada y la placa con la inscripción en latín, que sigue presidiendo el lugar ante la indiferencia de los transeúntes que, ignorantes de su pasado, cruzan la plaza despreocupadamente.

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