Arte, frescos y ciclomotores, legado italiano
La reina Isabel de Farnesio impuso a Madrid su huella clasicista
Pocos lugareños de Madrid son capaces de memorizar, de un día para otro, la traducción exacta del menú de un restaurante italiano escrito en tal lengua. Sin embargo, el número de estos establecimientos instalados en la ciudad y en la región, incesantemente visitados, puede ser superior al de muchas ciudades italianas. Extraña resulta la ausencia de una prenda ideada por diseñadores italianos en el vestuario de una dama o un caballero residentes en Madrid. Por otra parte, pocos conductores o motoristas locales desconocen la gama de automóviles y ciclomotores, de cuantos circulan por la ciudad, cuya fabricación procede de Italia.
No obstante, en el ámbito de la cultura y del arte es donde tal presencia italiana resulta más relevante, también en el de la religión mayoritaria.
El primer hito de la presencia de Italia en Madrid lo sitúa la leyenda en la visita realizada a la ciudad, en los albores del siglo XIII, por Francisco de Asís. Así lo recuerda un oscuro y muy desconocido cenobio situado al costado de la imponente mole de la basílica de San Francisco el Grande, erigida ésta en nombre del santo de Asís seis siglos después de su legendaria visita a Madrid.
Ya en el Siglo de Oro, el XVII, pintores, literatos y dramaturgos tan vinculados a Madrid como Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Félix Lope de Vega, Pedro Calderón de la Barca o Diego Velázquez, viajarían a Italia para velar armas y/o beber, también allí, de sus fuentes clásicas e impregnar de tal néctar sus inmortales obras. La topografía madrileña se ve salpicada de templos en su mayor parte decorados con lienzos, grabados o pinturas al fresco de autores italianos.
Fue precisamente un fresquista napolitano, Lucas Jordán —apodado Lucca fa presto, por su celeridad a la hora de pintar cúpulas— quien a finales del siglo XVII vistiera de épica, color y luminosidad los principales paramentos y bóvedas de iglesias y palacios de Madrid, como la grandiosa Alegoría de la Monarquía española que corona el Casón del Buen Retiro, último vestigio del extenso Palacio Real madrileño erigido por Felipe IV. El casamiento del primer rey de la Casa de Borbón en España, Felipe V, con Isabel de Farnesio, su segunda esposa, cazadora y erudita dotada de un exquisito gusto, sesgó de modo permanente el arte capitalino con la impronta italiana.
Al otro lado de Madrid, fue el parque del Retiro lugar elegido por escenógrafos italianos, como el modenés Franceso Battaglioli, para allí representar algunas de las más importantes óperas del siglo XVIII. Otro italiano muy ligado a la urbe madrileña fue el violoncelista Luigi Boccherini, autor de Música nocturna de las calles de Madrid, cuya memoria evoca un busto de bronce en un repecho de la Cuesta de la Vega, no lejos del Palacio Real.
Este grandioso edificio regio fue ideado inicialmente por Filippo Juvarra, cuyo proyecto fue remodelado por el turinés Giovanni Battista Sacchetti y culminado por Francesco Sabatini, coronel de ingenieros palermitano, cuyo nombre permanece estrechamente unido al de Madrid. La Puerta de Alcalá, principal manifestación artística de tan consumado arquitecto erigida entre 1769 y 1778, muestra en el remate de columnas y pilastras murciélagos orejudos, estrábicos, de grandes y retorcidos bigotes; su diseño, recuperado por Sabatini dos siglos después, fue concebido por Miguel Ángel Buonarrotti en el arranque del siglo XVI. Buscaba así mitigar la terribilitá de sus construcciones. A la historia madrileña hay que asociar en el siglo XIX, la figura de un efímero rey italiano, Amadeo I, primer rey votado por Las Cortes. Reinó solo dos años hasta 1873.
Ya en el XX, Vespa y Lambretta, populares ciclomotores, inundaron calles madrileñas, mientras el vermú italiano presidía bares y cafeterías, donde las máquinas de café, siempre ruidosas, exhibían el escudo de su inconfundible origen italiano.
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