Una vida por y para las motos
Josep Maria Folch, jefe del equipo ocho veces ganador en Montmeló, expone su pasión en las 24 Horas que se disputan este fin de semana
Josep Maria Folch tiene nombre de novelista, pero es un apasionado de las motos. Es de Reus y su padre le llevó a Montjuïc en 1959. Era la quinta edición de las míticas 24 horas en el circuito urbano, de las que ahora se cumplen 60 años. Folch tenía 12 y se enamoró de una Ducati que no acabó la carrera. “Aquella moto me encantaba. Quería que ganara. Habían pasado más de 23 horas e iba primera, por delante de una Suzuki. A las 23 horas y 15 minutos la Ducati no pasó más. Le pedí a mi padre que nos acercáramos a los boxes”. Allí, el pequeño Folch se coló entre los mecánicos italianos. No entendía nada, pero lo tenía clarísimo. Les vio llorar. Y comprendió lo dura que era aquella carrera: “23 horas y 15 minutos a fondo, yendo primeros, ¡qué barbaridad de trabajo!, y de repente se les acabó la carrera”, recuerda. Las 24 horas de Montjuïc le gustaron tanto que volvió cada año, hasta 1982, a ver la carrera. Entonces empezó a trabajar en el concesionario Yamaha que aún regenta y de su pasión hizo un estilo de vida.
Participó por primera vez en la prueba de resistencia en 1983 con una moto de serie. Y su equipo —él nunca corrió como piloto más que alguna carrera de motocross y una de velocidad con una Bultaco por Vinaròs cuando tenía 14 años— terminó en cuarto lugar. Al año siguiente fueron terceros. Y al otro, segundos. En 1986, año en que se disputaría la última edición de la prueba de resistencia en Montjuïc, cuando ganar ya se había convertido en un deber, rompieron el cambio de marchas a la una de la madrugada. “Las 24 horas se convirtieron en poco menos que una obsesión para mí”. Mató los años sin 24 horas compitiendo en carreras como las 6 horas de Calafat. Y decidió no participar en la primera edición de las 24 horas de Catalunya en el circuito de Montmeló porque pensó que no le valía la pena: “Tuve la sensación de que los equipos tenían poco nivel”, dice.
Su padre lo llevó a Montjuïc en 1959 y lleva 34 años dedicado a las carreras de resistencia
Hoy, 20 años después de que Montmeló cogiera el testigo de las curvas de Montjuïc, el Yamalube Folch Endurance es el equipo con más victorias de la prueba, ocho, y otros tantos segundos puestos. “Yo solo quería ganar el Mundial de resistencia para ganarle a Folch”, confiesa Xavi Riba, integrante del equipo que ganó en 1995 la primera edición de la carrera de resistencia en el trazado de velocidad. El equipo de Folch vuelve hoy a Montmeló (15.00 horas), escenario de grandes triunfos, y también de derrotas dolorosas, como la de 2005 en la que su piloto se cayó en la última vuelta: “Fue pura falta de concentración, no falló la máquina, falló el piloto; nos habíamos ganado aquella victoria a pulso, lo teníamos todo calculado. Eché a aquel piloto, que nos hizo perder, por burro”, rememora.
Ahora, en el 20 aniversario de la prueba, él, que lleva 34 en las carreras de resistencia, que dirige el único equipo español que corrió las famosas 8 horas de Suzuka (y fue 12º, la primera Yamaha, lo que le valió un regalo de la fábrica nipona: gastos pagados y un motor completo), sigue obsesionado con la victoria: “Para terminar el segundo no vengo, yo vengo a ganar. Cuando iba a Francia o a Catar me parecía bien acabar entre los cinco primeros, pero aquí, no. Después de tantos años para mí hacer segundo es una mierda”, espeta Folch a sus 67 años. Los cuatro pilotos de su equipo en las 24 Horas son David Checa, Olivier Four, Arturo Tizón y Pedro Luis Vallcaneras.
Echó a un piloto por caerse en la última vuelta. “Después de tantos años para mí hacer segundo es una mierda. No me vale ser segundo”, afirma Folch
Dice que el secreto de su éxito es el trabajo. Cuando empezó pasaba las 24 horas enganchado a una libreta que le cogió a una de sus hijas. Lo apuntaba todo: si un mecánico hablaba más de la cuenta, si un piloto merecía seguir en su equipo, las mejoras que necesitaba la moto… “Era como un diario”, dice. El jueves lo pasó probando de todo en el circuito, tanto que los ingleses de Dunlop, suministradores de los neumáticos, se quejaron: “La moto tiene que dar 30 vueltas con las mismas gomas y no pueden fallar”, les recrimina él. Se alegra de que la dirección del Circuit haya optado desde hace unos pocos años por no cobrar entrada. “Venían 45.000 espectadores los primeros años, porque Montjuïc había movido a mucha gente, y se vinieron arriba. Se empezaron pagando 500 pesetas y al año siguiente pidieron 1.000. La avaricia rompe el saco”, explica. La cifra de espectadores se está recuperando en los últimos años. “Ahora les dejamos entrar hasta en el box. Y ya vienen unos 25.000”, añade. Sabe que probablemente el Circuit pierde dinero con esta prueba, como le ocurre a él, que salvo en una ocasión ha pagado cada carrera de su bolsillo. Y eso que el concesionario ya no da para tanto: en seis años ha pasado de vender 1.200 motos a vender 121. Pura pasión por las motos.
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