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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El vaciamiento de crisol

En esta crisis está en juego el proyecto fundacional del PSC como partido transversal capaz de aspirar a la hegemonía

Enric Company

Por qué ha dimitido Pere Navarro como líder del socialismo catalán? Según sus propias explicaciones, el ex primer secretario del PSC llevó a cabo una ronda de consultas con dirigentes destacados del partido y llegó a la conclusión de que ya no le apoyaban. Por eso dimitió, dijo. Pero, ¿por qué motivo había perdido la confianza? ¿Por las sucesivas derrotas electorales? ¿Por no oponerse suficientemente a la consulta prevista por el Gobierno de CiU para el 9 de noviembre? ¿Por aceptarla si es legal y pactada con el Gobierno de España? ¿Por haber apoyado al Gobierno de CiU en el proyecto de BCN World, o la entrega a la competencia del área publicitaria de la televisión pública catalana? ¿Han dejado de apoyarle por haber dado por buena una propuesta federal del PSOE que gusta a los federalistas andaluces pero es rechazada como insuficiente por muchos federalistas del PSC?

No se sabe muy bien, puede haber un poco de todo. Las respuestas a estas preguntas dibujarían, probablemente, un partido ingobernable, inmerso en contradicciones insolubles. Pocas veces es posible escuchar en el escenario político confesiones de impotencia tan veraces y claras como la de Pere Navarro el domingo pasado ante el Consejo Nacional de su partido. El debate sobre la independencia de Cataluña obliga a tomar una posición, a definirse ante un planteamiento de secesión, y para los socialistas catalanes esto supone poner punto final a uno de los varios equilibrios internos existentes en el partido desde su fundación en 1978. Un universo de matices culturales, lingüísticos, ideológicos, nacionales, políticos. Esto es lo que reconoció, a su pesar, Pere Navarro. El equilibrio entre la gradualidad de sensibilidades nacionales y entre los sentimientos de pertenencia nacional que coexisten en el PSC se está rompiendo sin que el ex primer secretario haya podido evitarlo, pese a sus esfuerzos.

Esta ruptura viene produciéndose ya, poco a poco, desde hace unos años, en forma de bajas individuales, por el abandono de algunos colectivos territoriales, a través de la formación de corrientes internas. Las pérdidas y los abandonos se producen en todas direcciones ideológicas y nacionales, pero en los últimos dos años más por el lado catalanista que por cualquier otro. Sobre Pere Navarro pesaba la amenaza de una ruptura de todo un sector del partido, el que reclama un cambio de posición ante la consulta del 9 de noviembre. No en el sentido de apoyar la independencia de Cataluña, sino en el sentido de ayudar a hacer posible la consulta.

Si esta amenaza de ruptura llega a materializarse, en la prevista asamblea del 4 de julio o en otro momento del proceso abierto por la dimisión de Navarro, significaría la muerte del modelo de partido integrador asumido en 1978 por todas las formaciones y colectivos fundadores. El fin del PSC como el gran partido imaginado y pactado. El vaciamiento del crisol humano del que tantas veces se han enorgullecido sus creadores. Cuando Ernest Maragall y su colectivo lo abandonaron, comenzó ya a prefigurarse este desenlace. Si a las pérdidas ya sufridas en esta dirección se añaden otras, llegará el momento en que el resto será simplemente una más de las organizaciones territoriales del PSOE.

El PSC será entonces como el PSE: un partido sin posibilidad ni ambición para ser suficientemente transversal como para aspirar a ser la primera fuerza del país

El propio Maragall lo explica. El PSC será entonces, más o menos como el PSE: un partido sin posibilidad ni ambición para ser suficientemente transversal como para aspirar a ser la primera fuerza del país. A la izquierda le sucede lo mismo en ambas sociedades binacionales: ser representativo de solo una de las dos partes es una opción tan legítima como cualquier otra, pero no le permite aspirar a la hegemonía.

Esta crisis del PSC llega no por casualidad cuando la izquierda social y política vive en España y en Cataluña una serie de transformaciones que apuntan a una reconfiguración de su representación. Se asiste al surgimiento de nuevos sujetos, de nuevos liderazgos y nuevas formas de organización. La socialdemocracia ha vivido prácticamente sin competencia real desde su izquierda en las últimas décadas, primero a causa de la división y ruptura del PCE y el PSUC y después por el hundimiento del sistema soviético y el descrédito y la confusión que esto generó.

Entre estos dos factores y la ortopedia electoral que en España promueve el bipartidismo, han sido 30 años de hegemonía indisputada. Pero de todo esto comienza ya a hacer muchos años, la aguda crisis económica moviliza nuevos actores y las elecciones del 25 de mayo demostraron que se están produciendo nuevas reagrupaciones. Es el caso de Podemos, pero es en parte también el caso de las CUP, de las iniciativas surgidas del movimiento de los indignados y de otras plataformas sociales.

Este es el contexto en el que la crisis de socialismo toma toda su relevancia, pues apunta a que, en España por unas razones y en Cataluña por las mismas y una más, si no es acertadamente resuelta puede desembocar en un cambio en la configuración general de las izquierdas, a una disputa efectiva por la hegemonía en este ámbito, porque en esta ocasión puede que haya alternativas que durante años no contaban.

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